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HISTORIA, EDUCACIÓN Y LIBERALISMO
Por David Jaime Hernández Gutiérrez
Desde pequeño sentí una fuerte inclinación por la Historia y la Educación, disciplinas a las que he dedicado, y sigo dedicando, mi etapa académica: Licenciatura en Historia, Maestría en Educación y Formación del Profesorado, Maestría en Historia y Antropología de América y Doctorado en Historia de Guatemala. Afortunadamente, también he podido dedicarme a ellas profesionalmente, con lo cual tengo la dicha de considérarme una persona plenamente satisfecha tanto intelectual como profesionalmente. Aspectos que, por otro lado, contribuyen al desarrollo y mejora de mi vida privada.
Al respecto, de lo que estoy seguro es de que mi felicidad actual se la debo a aspectos como la propiedad privada, la división del trabajo, la cooperación social y la doctrina política del liberalismo, la cual ha permitido el desarrollo de las sociedades modernas tal y como las entendemos hoy, con su enorme desarrollo económico, político y social, que ha permitido que la especie humana, hoy, viva mejor que en ningún otro momento de la historia.
Si algo he aprendido de la Historia es que no hay ningún plan maestro superior al ser humano, superior a los individuos, que los conduzca mágicamente en una u otra dirección, o, simplemente, en “la dirección correcta”. Pero, sobre todo, lo que he aprendido de la Historia es que siempre que algún grupo de personas, bajo el pretexto de acabar con los problemas sociales, ha afirmado conocer esa “dirección correcta”, única y verdadera, de carácter mágico-religioso, los resultados para la especie humana han sido desastrosos.
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Y pienso, por ejemplo, y sin ir más lejos, en el totalitarismo comunista de la Unión Soviética y en los totalitarismos nacionalistas alemanes e italianos del siglo XX. Todos ellos partieron de principios socialistas que los llevaron a considerar al Estado como el único garante del orden social, y, por ello, que su responsabilidad y su actuación no debían ser limitados. Asimismo, estos modelos de gobierno socialistas exigieron una fe ciega en el Estado, un Estado mágico-religioso elevado por encima del ser humano, que desincentivó, por todos los medios posibles, el pensamiento crítico y racional, el cual fue visto como una amenaza potencial a lo que ellos consideraron la única visión, verdadera y universal, de la sociedad. Todos ellos se equivocaron, y los resultados los conocemos muy bien.
Uno de los grandes errores de carácter cognitivo e interpretativo que han provocado estas modernas doctrinas mágico-religiosas, con unos resultados nefastos para el ser humano y para la vida en sociedad, ha sido el de la simplificación o reduccionismo a la hora de explicar los complejos mecanismos de toda sociedad humana, lo que ha llevado a interpretar a dichas sociedades desde una perspectiva dual. Por un lado, que la sociedad se divide, únicamente, en dos clases antagónicas, la de los explotados y la de los explotadores; por otro lado, que al ser entendida la sociedad como una entidad superior que opera al margen de los individuos, se produce un grave antagonismo entre los intereses sociales y los intereses individuales, debiendo prevalecer los primeros sobre los segundos. Como afirma Ludwig von Mises, “una vez llegadas a tal conclusión, todas esas doctrinas se ven forzadas a dejar de utilizar el análisis científico y el razonamiento lógico, desviándose hacia puras profesiones de fe, de índole teológica o metafísica” (Mises 2011, p. 176).
Un estudio lógico y racional de cualquier sociedad del mundo evidenciará que esa pretendida dualidad antagónica (explotados/explotadores y objetivos
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sociales/individuales) es ficticia. Y el daño que ello ha provocado, y todavía provoca en nuestras sociedades, es muy grande. Por ello, considero que la Historia es una de las mejores herramientas para no sucumbir ante doctrinas socialistas o nacionalistas. Como afirma Ludwig von Mises, “la historia estudia la acción humana, es decir, las acciones ejecutadas por individuos y por grupos de individuos. Describe las condiciones bajo las cuales las personas vivieron y la manera en que reaccionaron a esas condiciones. Su tema son los juicios de valor y las finalidades que los hombres han perseguido guiados por esos juicios de valor, los medios a los cuales han recurrido para alcanzar las finalidades perseguidas y el resultado de sus acciones. La historia estudia las reacciones conscientes del nombre a las condiciones de su medio, tanto natural como social, determinado por las acciones de generaciones anteriores así como por las acciones de sus contemporáneos” (Mises 1957, p. 98)
El liberalismo es una doctrina política muy heterogénea, de origen europeo, que enfatiza en los aspectos económicos y sociales de las sociedades humanas. Entre los principios sociales básicos del liberalismo se encuentran la libertad individual, la igualdad ante la ley, la defensa de derechos individuales tales como el de propiedad, el de asociación, el de culto o el de expresión, la limitación de los poderes del Estado o su laicidad, entre otros. Por otro lado, entre los principios económicos básicos del liberalismo se encuentra el capitalismo y el desarrollo tanto de la iniciativa privada como del libre mercado. Todo ello bajo los principios éticos de la tolerancia y de la paz frente a la intransigencia y la violencia.
Es mucho lo que los individuos y las sociedades occidentales actuales le debemos al liberalismo, ya que fue dicha doctrina política la que logró poner fin, a partir del siglo XVIII, a las monarquías absolutas, al derecho divino de los reyes, a la confesionalidad
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del Estado o a los privilegios estamentales, logrando que los seres humanos pasaran de ser súbditos a ciudadanos con plenos derechos.
Entre los aspectos que considero fundamentales del pensamiento liberal está el de la acción humana, es decir, el que distingue entre la acción deliberada frente a la reacción animal, de la cual se encarga la Praxeología, cuyo objeto de estudio es la acción humana en sí. En palabras de Ludwig von Mises, “nuestra ciencia se ocupa de la acción humana, no de los fenómenos psicológicos capaces de ocasionar determinadas actuaciones”. (Mises 2011, p. 16).
Para entender la importancia de la acción humana en nuestras vidas, debemos ser conscientes de que la sociedad no es una entidad natural, es un constructo artificial creado por los seres humanos con el objetivo de mejorar la calidad de vida de las personas que lo integran. Así pues, y a diferencia del resto de mamíferos del planeta que no se organizan en sociedad complejas como la nuestra, toda decisión y todo acto tomado por un individuo en sociedad es siempre racional, no natural. Esta racionalidad de todo acto en sociedad nos exige que siempre asumamos las consecuencias de nuestros actos, por haber sido tomados estos de manera racional, no pudiendo tratar de eludir dicha responsabilidad acudiendo a cuestiones naturales que no son propias de la sociedad.
Lamentablemente, sigue habiendo mucha gente que considera a la sociedad como algo natural y que opera al margen de los intereses de los individuos, que está por encima de ellos. Este pensamiento erróneo puede justificar como natural cualquier tipo de acto que lleve a cabo el gobierno, aunque sea contrario al interés de los propios individuos que conforman dicha sociedad. De ahí el peligro constante al que estamos expuestos si el gobierno excede de sus funciones básicas tratando de controlar y regular aspectos de la vida en sociedad que no le son propios. La historia nos ofrece innumerables casos en
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donde los Estados, excediéndose en sus funciones y violando las libertades individuales, se ha impuesto como el único e indiscutible rector de la sociedad, bajo pretexto de hacerlo por derecho natural.
Y aquí entramos a otro de los que considero aspectos fundamentales del liberalismo: la función del Estado en la sociedad. El liberalismo considera al Estado necesario, no porque sea una institución de derecho natural, sino porque es útil y necesaria para las aspiraciones liberales, que necesitan de paz, y no de guerra, para desarrollarse. De ahí que se considere como función básica del Estado el monopolio de la fuerza (tal vez el único monopolio que defiende la doctrina política liberal). Pero este monopolio de la fuerza en manos del Estado solo debe ser usado para proteger las relaciones pacíficas entre los individuos que forman dicha sociedad, garantizando el Estado la ausencia de otros grupos armados que desestabilicen y atenten contra el orden social.
Así pues, el liberalismo no está, ni mucho menos, en contra del Estado. De hecho, le atribuye una enorme responsabilidad como único poder coercitivo frente a los enemigos de la sociedad. El punto de partida para considerar al Estado una necesidad es la evidencia empírica de que no todos los individuos que forman una sociedad están dispuestos a observar voluntariamente las normas sociales. De ahí que, para que una sociedad funcione, sea necesaria la existencia del Estado.
Pero si el liberalismo defiende la necesidad de un Estado, también es muy claro en señalar cuáles son sus limitaciones, que quedan reducidas a garantizar la propiedad privada, la libertad individual y la paz. Un Estado que se limite a estas funciones sería el mejor posible para el desarrollo de dicha sociedad. No obstante, la Historia nos vuelve a ofrecer un sinfín de ejemplos en donde los Estados, excediendo sus competencias y atribuciones, han asumido desde unas pocas atribuciones que no le corresponden hasta
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caso extremos donde asumen absolutamente todas las atribuciones posibles de manera autoritaria y antidemocrática.
Este es el peligro real del Estado, no su propia existencia, sino que pretenda asumir competencias y atribuciones que no le corresponden. Y eso es, lamentablemente, lo que proponen, por ejemplo, las doctrinas socialistas y nacionalistas. Nos importa poco si se trata de una o dos competencias más, o todas las posibles, una vez que se inicia el camino de atribuir más competencias de las que le corresponden al Estado, todos estamos amenazados. Amenazados porque ya no sabemos dónde parará esa progresiva atribución de competencias y, en consecuencia, nos exigirá creer, como un acto de fe, en que ese Estado socialista mantendrá los principios básicos de la propiedad privada, de la libertad individual y de la paz. Pasaremos de un Estado de derecho racional y utilitario, a un Estado mágico-religioso que atenta, en mayor o menor grado, contra los principios racionales y utilitarios de toda organización social.
Además de defender la necesidad del Estado, el liberalismo aspira a un gobierno democrático y, de nuevo, no porque lo considere de derecho natural o porque sea lo “justo”, sino porque es el modelo que mejor puede garantizar la paz y evitar las revoluciones y las guerras civiles. Es una cuestión puramente utilitaria y racional para beneficiar al individuo en sociedad.
Junto al factor histórico, que avala plenamente los principios liberales y evidencia y expone los principios socialistas, nacionalistas, universalistas o colectivistas, el factor educativo es otro de los que considero fundamentales para el desarrollo de las sociedades y que tiene una gran incidencia en mi forma de ver y entender el mundo.
La mejor forma de garantizar un modelo de sociedad liberal, por los grandes beneficios que ha aportado y que sigue aportando, es la educación. Una educación que haga énfasis en el pensamiento crítico y racional, no que imponga dogmas de fe y desincentive,
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precisamente, el pensamiento crítico y racional. En este sentido, la educación liberal no ofrecerá verdades absolutas, soluciones mágicas o una única forma de pensar o de actuar. En cambio, existen otros modelos educativos que, con toda la arrogancia posible, creen en las verdades absolutas (las suyas), y enfatizan más en los dogmas de fe y en las soluciones mágicas que en el pensamiento crítico y racional, desincentivando el diálogo y atacando de manera irracional cualquier pensamiento que se aleje del suyo.
En este sentido, una educación marcada por las falsas religiones modernas (socialismo o nacionalismo) tiende a ser guerrera, violenta y de confrontación, porque en lugar de apelar a la razón apela a los sentimientos y a los dogmas de fe, tratando de imponer su visión como la única y verdadera, lo cual, inevitablemente, provoca confrontaciones debido a su intransigencia.
Lamentablemente, y por falta de una educación crítica y de calidad, muchas personas se dejan seducir por los discursos socialistas y nacionalistas, que ofrecen soluciones mágicas y rápidas a cambio de conceder cada vez más atribuciones al Estado. El liberalismo no debe ofrecer esas respuestas mágicas y rápidas, no porque no pueda, sino porque no existen, son una falacia, y tarde o temprano terminan generando más problemas de los que pretenden solucionar.
La educación con principios socialistas y nacionalistas incita a la intransigencia, al odio, a la violencia, y al olvido de la historia; mientras que la educación liberal incita a la tolerancia, a la apertura de miras, al diálogo, a la paz y al conocimiento de la historia. De ahí que para que una sociedad mejore continuamente, como todos en principio deseamos, sea necesario incidir en los principios y valores propios de la educación liberal.
En conclusión, considero que tanto la Historia como la Educación son dos herramientas fundamentales para el desarrollo y mejora continua de las sociedades. El conocimiento
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de la Historia sirve, entre otros, para avalar los principios del liberalismo, poner en evidencia los discursos socialistas y nacionalistas, y para desarrollar en cada individuo una perspectiva histórica que nos aleje del eterno presente en el que, peligrosamente, muchos viven. Si solo nos importa el aquí y el ahora, los discursos nacionalistas y socialistas tienen mucho más que ofrecer que los discursos liberales. Por otro lado, si importándonos el aquí y el ahora, también nos importa de dónde venimos y hacia donde vamos como especie humana, los discursos liberales tienen mucho más que ofrecernos.
En el caso concreto de Guatemala, y tal como yo lo veo, sin una educación crítica y de calidad, y con un olvido sistemático por la historia, una gran mayoría de personas vive y se preocupa únicamente por el presente, importándoles únicamente el corto plazo. Considero que muchos guatemaltecos y guatemaltecas, y esto es una opinión sujeta por supuesto a debate, prefieren soluciones rápidas, milagrosas y a corto plazo, sin importar los resultados que dichas soluciones pueda provocar en el futuro. Esta visión cortoplacista que predomina en muchos ámbitos de la sociedad guatemalteca favorece el desarrollo de doctrinas mágico-religiosas como el socialismo y el nacionalismo, pero también de políticas populistas, arbitrarias y puntuales, que tienden a atentar contra los principios básicos de toda organización social, provocando una pequeña mejora a corto plazo (lo cual incluso es discutible), a cambio de provocar mayores problemas en el futuro.
Una mejora sistemática de la Educación y un mayor interés por la Historia pueden ser las herramientas fundamentales que nos alejen, en Guatemala, de la sombra del socialismo, del nacionalismo y del populismo. La tarea es grande y complicada, pero no por ello debemos ser derrotistas, ya que el resultado de ser derrotista sería mucho peor para todos. Por ello, para todos los que vivimos en Guatemala, que nos preocupamos de su pasado, presente y futuro, la Historia, la Educación y el Liberalismo deben ser
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nuestra guía para lograr una mejora continua de nuestra sociedad, y, con ella, de cada uno de los individuos que la componemos.
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Bibliografía

Mises, Ludwig von (1927), Liberalismo. La tradición clásica, Editor digital Leviatán & loto. Disponible en: https://ww2.lectulandia.com/book/liberalismo-trad-juan-marcos-de-la-fuente/.

Mises, Ludwig von (1957), Teoría e Historia: una interpretación de la evolución social económica, Editor digital: Leviatán. Disponible en: https://ww2.lectulandia.com/book/teoria-e-historia/.

Mises, Ludwig von (2011), La acción humana. Tratado de Economía, Unión Editorial, Madrid.

Rosenblatt, Helena (2020), La historia olvidada del liberalismo: Desde la antigua Roma hasta el siglo XXI, Editorial Crítica, Barcelona.

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