Aquel que ve a las estrellas
Carlos Seijas
Es fácil vivir con los ojos cerrados, interpretando mal todo lo que se ve…
John Lennon
A través de estas líneas deseo compartir con ustedes algunas reflexiones sobre el ser humano como ser divino. Comienzo con un cuento Tolteca llamado Espejo Humeante:
Hace tres mil años había un ser humano, igual que tú y que yo, que vivía cerca de una ciudad rodeada de montañas. Este ser humano estudiaba para convertirse en un chamán, para aprender el conocimiento de sus ancestros, pero no estaba totalmente de acuerdo con todo lo que aprendía. En su corazón sentía que debía de haber algo más. Un día, mientras dormía en una cueva, soñó que veía su propio cuerpo durmiendo. Salió de la cueva a una noche de luna llena. El cielo estaba despejado y vio una infinidad de estrellas. Entonces, algo sucedió en su interior que transformó su vida para siempre. Se miró las manos, sintió su cuerpo y oyó su propia voz que decía: «Estoy hecho de luz; estoy hecho de estrellas». Miró al cielo de nuevo y se dio cuenta de que no son las estrellas las que crean la luz, sino que es la luz la que crea las estrellas. «Todo está hecho de luz –dijo–, y el espacio de en medio no está vacío.» Y supo que todo lo que existe es un ser viviente, y que la luz es la mensajera de la vida, porque está viva y contiene toda la información. Entonces se dio cuenta de que, aunque estaba hecho de estrellas, él no era esas estrellas. «Estoy en medio de las estrellas», pensó. Así que llamó a las estrellas el tonal y a la luz que había entre las estrellas el nagual, y supo que lo que creaba la armonía y el espacio entre ambos es la Vida o Intento. Sin Vida, el tonal y el nagual no existirían. La Vida es la fuerza de lo absoluto, lo supremo, la Creadora de todas las cosas. Esto es lo que descubrió: todo lo que existe es una manifestación del ser viviente al que llamamos Dios; todas las cosas son Dios. Y llegó a la conclusión de que la percepción humana es sólo luz que percibe luz. También se dio cuenta de que la materia es un espejo –todo es un espejo que refleja luz y crea imágenes de esa luz–, y el mundo de la ilusión, el Sueño, es tan sólo como un humo que nos impide ver lo que realmente somos. «Lo que realmente somos es puro amor, pura luz», dijo. Este descubrimiento cambió su vida. Una vez supo lo que en verdad era, miró a su alrededor y vio a otros seres humanos y al resto de la naturaleza, y le asombró lo que vio. Se vio a sí mismo en todas las cosas: en cada ser humano, en cada animal, en cada árbol, en el agua, en la lluvia, en las nubes, en la Tierra… Y vio que la Vida mezclaba el tonal y el nagual de distintas maneras para crear millones de manifestaciones de Vida. En esos instantes lo comprendió todo. Se sentía entusiasmado y su corazón rebosaba paz. Estaba impaciente por revelar a su gente lo que había descubierto. Pero no había palabras para explicarlo. Intentó describirlo a los demás, pero no lo entendían. Vieron que había cambiado, que algo muy bello irradiaba de sus ojos y de su voz. Comprobaron que ya no emitía juicios sobre nada ni nadie. Ya no se parecía a nadie. Él los comprendía muy bien a todos, pero a él nadie lo comprendía. Creyeron que era una encarnación de Dios; al oírlo, él sonrió y dijo: «Es cierto. Soy Dios. Pero vosotros también lo sois. Todos somos iguales. Somos imágenes de luz. Somos Dios». Pero la gente seguía sin entenderlo. Había descubierto que era un espejo para los demás, un espejo en el que podía verse a sí mismo. «Cada uno es un espejo», dijo. Se veía en todos, pero nadie se veía a sí mismo en él. Y comprendió que todos soñaban pero sin tener consciencia de ello, sin saber lo que realmente eran. No podían verse a ellos mismos en él porque había un muro de niebla o humo entre los espejos. Y ese muro de niebla estaba construido por la interpretación de las imágenes de luz: el Sueño de los seres humanos. Entonces supo que pronto olvidaría todo lo que había aprendido. Quería acordarse de todas las visiones que había tenido, así que decidió llamarse a sí mismo «Espejo Humeante» para recordar siempre que la materia es un espejo y que el humo que hay en medio es lo que nos impide saber qué somos. Y dijo: «Soy Espejo Humeante porque me veo en todos vosotros, pero no nos reconocemos mutuamente por el humo que hay entre nosotros. Ese humo es el Sueño, y el espejo eres tú, el soñador».
Si bien es cierto que cuando hablamos de hombre nos estamos refiriendo tanto a varones como hembras, me parece necesario afirmar que la filosofía ya ha abordado el vocablo para hacer referencia a ese ser diferente a los minerales, plantas y animales. Y hombre, la verdad, que queda corto, pues viene del latín homo que significa igual, ¿igual a qué? Pues hacen referencia a la igualdad de esos seres que son diferentes al resto de los seres de la naturaleza, pero no hace referencia a lo que hoy en día denominamos por ser humano. Y ser humano, sería literalmente existencia del barro o fango (ego-humus), que hace referencia al mito caldeo babilónico de la creación de nuestros cuerpos del barro o mejor dicho del Ius o limo primitivo de donde todo surgió. Para los latinos el hombre era más bien el hominem o mejor dicho nominem, el que nombra, colocando el énfasis en la propiedad legal masculina, del Pater Familia que da Su Nombre a lo que le pertenece. Recuerden que fue una de las características de Adán, ya que nombró a todos los seres. Y desde que somos seres que nombran somos seres de significado, es decir, para el ser humano una misma cosa puede ser muchas.
Con lo anterior deseo hacer énfasis en que mi necesidad de cambiar el vocablo hombre por ser humano, no responde a lo políticamente correcto, es decir para incluir a las mujeres, pues gramaticalmente según el Diccionario de la Real Academia Española están incluidas las féminas en el genérico hombre, pues se hace referencia a la humanidad (los del mismo origen o los que nacen del fango). Mas hay otro vocablo, hermosamente intraducible que nos remonta como siempre a los orígenes de occidente: los griegos.
Los griegos distinguían perfectamente a los sexos ya que en El Banquete, Platón nos cuenta que antes éramos uno sólo un solo sexo y nos llamábamos andróginos, y éramos tan fuertes que retamos a los dioses y Zeus nos mandó a cortar en dos para mitigar nuestra potencia, una vez divididos nacieron los androi y las ginaoi, los varoncitos y las hembritas. Y ni les cuento como se dice varón y hembra en hebreo, ¿quieren saber? Se dice Jah-Hovah ¿les suena familiar? Claro es lo que en todos los cultos y púlpitos escuchamos bramar a los sacerdotes y pastores de la Ira de Jehovah. ¿Curioso no? Jehovah en griego se diría Andrógino. Así que los griegos sabían muy bien que dentro de ese ser, de ese andrógino había algo que lo apartaba de los demás seres, que esa naturaleza que lo hacia diferente residía en la conciencia que le permitía saberse una creación, saberse un ser, saberse diferente. Dentro del Andrógino residía algo que podríamos llamar el universo, o en griego el Kosmos (o bien cosmos, que a la vez que significa universo es el contrario de kaos el desorden, por lo que hace referencia al orden que estableció Zeus, el soplo, una vez pudo vencer a su padre Cronos, el tiempo).
Es embebido de esas hermosas y maravillosas leyendas griegas que Platón en su Alcibíades, nos cuenta del experimento que Sócrates le pide a sus discípulos, es lo más sencillo del mundo: parase frente a un espejo. Ahora viene lo difícil. Sócrates pregunta ¿quién es ese que ves?, pues ni lento ni perezoso el discípulo entiende que no es él sino su reflejo. Bien, cien puntos. Ahora les pide Sócrates que se vean los unos a los otros. Y vuele a preguntar ¿quién es ese que ves? El discípulo medita un tiempo y dice: Ese sí soy yo. ¿Cómo? ¿Perdón? ¿Cómo que ese que está enfrente soy yo? A ésta experiencia Sócrates le llama el del alma mirándose en otra alma. Recordemos que para los griegos la única diferencia entre los humanos y los dioses es que éstos últimos tomaban néctar y comían ambrosía, así que eran iguales, sólo que habían logrado vencer al tiempo. Lo que Sócrates nos está diciendo es que al ver al otro no debemos dejarnos llevar por el mundo de las ilusiones, de las sensaciones sino realmente ver al otro “sin carne”, ¿qué vemos?: almas, claro. Y las almas son todas iguales, son una misma por su origen. Regularmente nos han dicho que la traducción de alma es psyké, mas éste vocablo hace referencia a las mariposas y al mito de Eros y Psyké. Resumamos ésta hermosa narración:
Psyké era una joven de gran belleza. Afrodita ofendida por la hermosura de la muchacha, que todo el mundo comparaba con la de la diosa, envió a su hijo Eros para hostigarla. Pero Eros se enamoró de la chica y la llevó a un palacio donde la visitaba por la noche sin revelarle nunca su identidad. Influida por sus envidiosas hermanas, una noche Psyké espió el rostro de su amante, éste al verse descubierto la abandonó. A partir de entonces vagó por la tierra buscando a su amado atormentada por la celosa Afrodita. Finalmente Zeus permitió a Eros casarse con ella[1].
En estas líneas podemos deducir que el alma busca la pasión, como la mariposa busca la luz del fuego. Como nos dice Aristóteles[2], Psyké hace referencia más bien, a una de las cualidades del alma: al pathos (las emociones). Para Aristóteles el ser se compone de: pathos, logos y æther. Es decir emociones, palabras y el aliento del Alma universal[3]. Ven que sí hay “algo” particular en ese ser que somos nosotros.
Ahora podemos entender con mayor claridad cuando decimos que los animales tienen alma, no es la misma que la nuestra y es porque en ellos no está presente el æther; recordemos una frase del ancestral Mânava–dharma–zâstra: “La piedra se convierte en planta, la planta en animal, el animal en hombre, el hombre en espíritu y el espíritu en dios”. Este hermoso pensamiento podría llevarnos al equívoco de la metempsicosis (de metis-psyké, transformación del alma), que indica el progreso del alma en los sucesivos grados de existencia, sin embargo para el vulgo era el renacimiento en cuerpos de animales. Es decir nunca fuimos pollos, o árboles, o por muy cotizados que sean, diamantes. Creo que por eso vemos con tanta “nostalgia” a los seres de la naturaleza, porque nos admiramos de sus capacidades, de la belleza de una esmeralda, de la grandiosidad de una secuoya, de la magnificencia de un águila, y quisiéramos brillar como una piedra preciosa, ver el tiempo pasar como un árbol, o admirar el mundo desde el vuelo de un ave, pero en nosotros reside esa quintaesencia que es el soplo divino, Dios en nosotros. Lo que sí nos dice el aforismo del Mânava–dharma–zâstra es que dentro de nuestra naturaleza humana esa conciencia de lo divino, debe ir despertando, por lo que nos podremos encontrar con, permítaseme la analogía, humanos roca, humanos planta, humanos animales y humanos divinos.
Mediten un momento y piensen en las diferentes personas que han conocido y verán que sí hay personas piedra, de esas que nada les entra, personas plantas, esas que pasan la vida vegetando, personas animales, suena duro pero a ellas debemos tristemente tanto sufrimiento pues tratan a sus semejantes como fieras, mas sin la justicia con la que los animales, esa ley interna que prevalece en ellos, que nosotros por estar dotados de libre albedrío no la poseemos inherentemente. Por ello podemos matar a nuestros semejantes por la simple razón de quererlo, mientras los animales matan para comer o para defenderse. Es por ello que los seres roca, planta y animales hacen tanto daño, porque debido a su negligencia y capricho hacen el mal a sus hermanos.
Dejemos atrás a estos seres que tenemos la confianza de que la era de acuario les permitirá de una u otra forma retomar el camino de la luz y ocupémonos de los seres divinos. En esos en que su percepción de la magnificencia del ser se ha despertado, surge una cualidad única, la de ver más allá de la vista, escuchar más allá de los oídos, y percibir más allá de la piel, a éste extraordinario ser Platón en el Cratilo, le llama Anthropos, que literalmente quiere decir: el que mira lo que vio. Viendo, el hombre aprende a recordar, a separar, a distinguir, a discriminar y luego, finalmente, a valorar, que es el fin o diana al que van dirigidas sus reflexiones, las reflexiones que nos produce el ver y volver a mirar lo ya visto pero nunca visto del todo, nunca reconocido del todo, para no repetirse. El Anthropos es el ser que ve a las estrellas, porque ve en ellas su pasado, su presente y su futuro, por ello las nombró, les llamó Zodiaco[4].
Hemos aunque en breve, hecho un enorme recorrido desde el término hombre al Anthopos, pero creo que ha valido la pena porque ahora podremos dar un paso más hacía la exploración del Ser-que-ve-hacia-las-estrellas. Sólo que para ello tendré que evocar a un antiguo y peligroso ser mitológico, uno que atormentó por igual a todas las culturas antiguas y cuya arma más letal eran los llamados enigmas. Como sabrán enigma en griego significa pregunta, y sólo hay un ser mitológico que hace preguntas: ¡La Esfinge! En la mitología griega, la Esfinge[5], del griego Σφίγξ o σφίγγω que significa estrangular, era un demonio de destrucción y mala suerte, según nos cuenta Hesíodo en la Teogonía y Los trabajos y los días. Tiene rostro de mujer, cuerpo de león y alas. Una nota curiosa, y es porque seguramente al mencionar a la Esfinge inmediatamente nos hace pensar en la guardiana de las pirámides o más bien del tiempo, ya que como dicen El hombre le teme al tiempo, el tiempo a las pirámides y la esfinge es su custodio. La Esfinge egipcia tiene nombre propio, era llamada Haremchu, o sea “Horus (el Sol) en el horizonte”, una forma de Ra, el dios-sol; esotéricamente el dios nacido o salido. En cambio la griega se llamaba apropiadamente Estrangular, pues con las preguntas que hacía y con la sentencia de ser comido si erraba pues cualquiera se estrangula.
Recordamos a la Esfinge de la magnifica saga de Sófocles Edipo Rey, Edipo Colono y Antígona, y renacido en el siglo XX por Sigmund Freud, encarnado en el Complejo de Edipo. Recapitulemos brevemente:
Edipo era hijo de Layo y Yocasta, soberanos de Tebas. Héroe marcado por la tragedia desde su nacimiento, debido a los malos augurios fue abandonado al nacer. Ganó la corona de Tebas por acabar con la Esfinge. Mató a su padre y se casó con su madre con la que engendró a Ismene, a Antígona, a Eteocles y a Polinices. Cuando se enteró del involuntario incesto que había cometido se perforó los ojos con un alfiler. Fue deportado de Tebas y erró por el mundo con su hija Antígona como lazarillo hasta que murió en el destierro[6].
Ahora vamos a la pregunta en cuestión, cuando Edipo regresa de consultar al oráculo de Delfos y luego de matar a un sujeto que no le daba paso en el camino, que resultaba era su padre, aunque él no lo sabía, llega a Tebas y se encuentra que para entrar hay que salvarse de ser estrangulado con el enigma de la terrible Esfinge. A la mayoría nos lo han dicho como una divertida adivinanza: ¿Cuál es el animal que camina en cuatro pies por la mañana, dos al medio día y tres en el atardecer? Facilísimo ¿no?: El hombre. Pero la anécdota exclamada por el pueblo del Hélade, es un poco diferente. La misteriosa Esfinge lanza su enigma de la siguiente forma: “De todos los seres que pueblan la tierra, las aguas y el aire, ¿cuál es el único que tiene una sola voz, una sola manera de hablar, una sola naturaleza, pero tiene dos, tres y cuatro pies?”. Esta vez suena un tanto más difícil, mas la respuesta que da Edipo es: “¿acaso por el Anthropos me interrogáis?” Hermoso ¿no? Los griegos sí sabían verse en los otros que son ellos mismos. El secreto de la Esfinge reside en que el Anthropos es un ser trino de una sola voz, un habla una naturaleza pero tiene tres partes. Siempre me he admirado de la belleza que nos espera en cada página de las sabias civilizaciones ancestrales.
Un vez superado éste enigma del hombre divino, se nos aparece otra Esfinge, es la que enfrentan los Iniciados en búsqueda de la gran pregunta, la que no está escrita en ningún texto, mas reside en el alma del ser divino que es el Anthropos. Esa Esfinge es la llamada Haremchu o Guardián del Umbral de la Ciencia Oculta, que representa el horror que afrontan todos aquellos que quieren aventurarse más allá del mundo de la materia, y que dirige a nuestra alma una pregunta de cuya respuesta depende su destino. El iniciado pregunta “¿Será condenado el hombre eternamente a errar en las Esferas de la Ilusión? ¿Deberá volver incesantemente a los planos de la forma o se le permitirá alcanzar la luz?” A lo que la Esfinge nos responderá con la arcana pregunta: “¿Crees en los Dioses?”. ¡Qué pregunta! Y les advierto tiene truco. Si la respuesta es afirmativa, se deberá continuar errando en los planos ilusorios, pues los dioses no son seres reales que podamos percibir con la materia. Y si la respuesta es negativa, será rechazado, porque los dioses no son ficciones. Entonces, ¿Cuál Deberá ser la respuesta? Un poeta cuyo nombre se pierde en la noche de los tiempos ha dicho:
“Porque ningún pensamiento humano suscitó los dioses – antes que un canto naciera en el silencio del alma – Y la tierra sólo pudo unirse a los cielos – Cuando el verbo puso su llama en nuestros labios”…
He aquí la clave del enigma. Los dioses son creaciones del hombre creado; nacen de la adoración de aquellos que lo invocan. No son los dioses los que hacen la labor de la Creación, sino las grandes fuerzas naturales, cada una de ellas obrando según su naturaleza. Los dioses son emanaciones del alma-grupo de las razas, y no del Uno, el Eterno; ni siquiera su poder es inmenso porque por medio de su autoridad sobre el espíritu de sus adoradores, ligan el macrocosmos con el microcosmos. Meditando sobre la belleza ideal el humano crea a Apolo y a Afrodita. El ser humano, habiendo analizado la existencia y discernido factor por factor sus causas primeras, las divinizó de inmediato. Porque el ser humano, sobre todos los puntos del globo, experimentó las mismas necesidades y sufrió los mismos aguijones de la suerte, formó panteones comparables entre sí y, como los temperamentos difieren, así sus panteones tienen la misma semejanza: “El pensamiento del hombre creó los dioses que pudo reverenciar y amar". Esas formas, una vez construidas, se convirtieron en canales de expresión para esas fuerzas especializadas que las formas tenían por misión representar, concentrándolas sobre sus adoradores. En este sentido particular, los Iniciados no sólo reconocen a los dioses, sino que también los adoran.
Vemos entonces que ante ambas Esfinges somos Edipo Labdacea, El cojo de los pies hinchados, ya que eso significa su nombre; que como seres impedidos por un cuerpo, debemos enfrentarnos a la realidad de la materia, no para escapar de ella, para eso está la más hermosa de las iniciaciones: la transición. Sino para someterla, pues es a través del la contemplación del Anthropos como un todo que podremos cumplir la máxima esgrimida por Tales de Mileto: Conócete a ti mismo y conocerás al universo y a los dioses. O releámoslo así, conoce tu cuerpo y conocerás tus potencialidades alcanzando tu divinidad.
Para complementar nuestra argumentación deseo compartirles un fragmento de mi libro, El Hilo del Deseo[7], que básicamente es un abordaje místico-psicoanalítico sobre el amor. Los siguientes párrafos pertenecen al capítulo VIII: L’elisir d’amore. Y creo que expresan bastante bien una de las grandes características que conlleva el ser humano y a la vez divino (Anthropos): la diferencia.
“Somos, como lo decía Sócrates, el único ser que ve a las estrellas (anthropos). El único ser de éste planeta que tiene una concepción de espiritualidad. Que ha construido civilizaciones. Que ha dejado sus pensamientos plasmados ya sea en piedra, barro, metales, papiro, pergamino, papel o donde sea posible dejar una marca de nuestra presencia. Somos por lo tanto seres astrales, seres que fijan su mirada en las inalcanzables estrellas. Seres infinitos ya que infinitas son nuestras posibilidades y potencialidades, sólo tenemos que redescubrirlas. Somos los mismos que construyeron las pirámides de Egipto, los Jardines Colgantes de Babilonia, El coloso de Rodas y tantas otras maravillas. Y que ahora nos contentamos con salir a trabajar día tras día en la misma rutina. Somos seres cósmicos, pues nuestro eje está en la utopía de que así como hubo un ayer habrá un mañana y esa esperanza nos hace movernos con la mira de construir una sociedad que nos permita realizarnos como seres divinos que somos y encontrar nuestro lugar en el universo. Mas nos estancamos en pequeñas y bizarras argumentaciones que nos mantienen divididos, separados, temerosos de los otros. Las diferencias nos hacen únicos, nos recuerdan que somos únicos, una maravillosa y única creación que pertenece a un todo. Pues así como somos uno, también somos UNO. La humanidad en su conjunto es un todo, son UNO, y bien sabemos que el UNO puede más que uno sólo; aunque también sabemos del poder que puede ejercer una sola persona, para bien o para mal. Pues así como los reyes en la antigüedad por capricho mandaban a sus súbditos a morir por él, había reyes que peleaban junto a sus pares, para defender lo que habían construido, lo que les pertenecía por ser agradecidos y respetuosos de los otros sus hermanos y de la tierra que los alimentaba. Las diferencias son las que han hecho que surjan los grandes personajes que han marcado la historia de la humanidad. Como Akhnatón faraón egipcio creador de la Escuela de los Misterios, Pitágoras, Sócrates, Platón, Aristóteles, Agustín de Hipona, Tomás de Aquino, René Descartes, W. Leibnitz, Sir Francis Bacon, Newton, entre tantos otros. O en el arte Leonardo, Miguel Ángel, Rafael, Caravaggio, en la música Bach, Vivaldi, Beethoven y así podríamos seguir a una lista gigantesca de seres que se han destacado por sobre la masa, precisamente porque algo muy dentro de ellos despertó y poco a poco se fue apoderando de su ser hasta que los llevó a ser grandes seres que marcaron épocas y nos regalaron al hombre sin contenido del siglo XX y XXI, un sinfín de saberes y hermosas obras con las que podemos asombrarnos de las capacidades infinitas del ser humano.”
Como muestra de lo divino que puede llegar a ser el humano una vez se ha iniciado en el misterio del templo que el Gran Arquitecto ha construido para él, les dejo con un hermoso poema extraído de la llamada Tabula Smaradigna y la autoría de la misma se le atribuye nada más y nada menos que a Hermes Trimegisto[8], cuyo nombre significa el mensajero tres veces sabio. Nos dice Hermes[9]:
“Lo que está abajo es como lo que está arriba, y lo que está arriba es como lo que está abajo, para cumplir los milagros de una cosa única. El Sol es su padre, la Luna es su madre, el viento la llevó en su vientre, la tierra es su nodriza; la perfección de todo el mundo está aquí. Su poder no tiene límites sobre la Tierra. Separarás la Tierra del cielo, lentamente, con gran habilidad. Él sube de la Tierra al Cielo, y enseguida vuelve a descender a la tierra, y recoge la fuerza de las cosas superiores e inferiores. Tendrás así la gloria del mundo, y por eso toda oscuridad se alejará de ti. Es la fuerza poderosa de toda la fuerza, porque vencerá a toda cosa sutil y penetrará en toda la sólida. Así fue creado el mundo. Tal es la fuente de las admirables adaptaciones aquí indicadas. Por eso me han llamado Hermes Trimegisto, y poseo las tres partes de la Filosofía universal.”
El hombre es la mayor creación de la Divinidad y a la vez su imagen perfecta; pues es a través de ver las estrellas que son nuestros hermanos, que reverbera en nuestro templo una y otra vez el perpetuo mensaje de Tales de Mileto: Conócete a ti mismo y conocerás al universo y a los dioses.
Bibliografía
Álvarez, V. El mito de Prometeo en Hesíodo, Esquilo y Platón. Pontevedra: Mirabel Editorial. 2006.
Eiroa, J. J. Nociones de Prehistoria general. Barcelona: Ariel. 2003.
Frazer, J. G., Mitos sobre el origen del fuego. Barcelona: Alta Fulla. 1986.
García Gual, C. Prometeo: mito y tragedia. Madrid: Peralta. 1979.
González Alcantud, J. y Buxó Rey, M. J. El fuego. Mitos, ritos y realidades. Granada: Anthropos. 1997.
Goudsblom, J., Fire and Civilization, Penguin Press, Londres, 1992.
Harrauer, C. y Hunger, H., Diccionario de mitología griega y romana, Barcelona: Herder. 2008.
Lévi-Strauss, C., Mythologiques. L’homme nu. Paris: Plon, 1971.
Martin, R. Diccionario Espasa Mitología griega y romana, Espasa, Madrid, 1999.
Seijas, C. El Hilo del Deseo: La búsqueda de la piedra filosofal en el amor. Alemania: Editorial Académica Española. 2012.
Vernant, J. P. Mito y sociedad en la Grecia antigua. Madrid: Cristiandad. 1974
[1] Tomado de Carlos Seijas, Formaciones de la mitología griega. Guatemala: Palo de Hormigo. 2004
[2] Véase Aristóteles, De ánima.
[3] Lastimosamente no contamos con una palabra que pueda traducirse directamente por el Æther griego. Por ello ahondaré brevemente en el mismo diciendo que Æther es el elevado Principio de la Entidad deífica adorado por los griegos y latinos con el nombre de "Padre omnipotente Æther" en su sagrado colectivo, en su potencia y aspecto imponderable. El Proteo-gigante Æther, "aliento del Alma universal", es el quinto Elemento, la síntesis de los otros cuatro. Del Æther, en su más elevado aspecto sintético, una vez antropomorfizado, nació la primera idea de una Deidad creadora universal.
[4] Zodíaco de la voz zodion, diminutivo de zoon, animal. Esta palabra es empleada con una significación dual; puede referirse al Zodíaco fijo e intelectual, o al Zodíaco movible y natural. Contiene las doce constelaciones que constituyen los doce signos del Zodíaco, y de las cuales reciben su nombre. El Zodíaco fue conocido en la India y el Egipto durante incalculables edades, y el conocimiento de los sabios de estos países, con respecto a la influencia oculta de las estrellas y de los cuerpos celestes sobre nuestra tierra, fue mucho mayor de lo que la astronomía profana puede jamás esperar alcanzar.
[5] Su genealogía es confusa. Algunos autores la consideran hija de Tifón y Equidna; otros la tienen por hija de Orto, en una relación incestuosa con su madre, Equidna; hay incluso otra versión que la hace hija de Layo. Este engendro está relacionado con el ciclo tebano y la leyenda de Edipo. Fue mandado por Hera, como azote para la ciudad de Tebas. El motivo habría sido castigar a Layo, rey de Tebas, por el rapto y violación a las que este soberano sometió a Crisipo, un hijo de Pélope. La Esfinge habitaba en un monte cercano a Tebas llamado Ficio. El engendro proponía un complejo enigma a todo el que pasaba por las cercanías de su morada. Tras fallar la solución al acertijo, el monstruo devoraba al infeliz transeúnte. Véase Carlos Seijas, Formaciones de la Mitología Griega.
[6] Seijas, Op.Cit.
[7] Seijas, C. El Hilo del Deseo: La búsqueda de la piedra filosofal en el amor. Alemania: Editorial Académica Española. 2012.
[8] El “tres veces grande Hermes”, el egipcio. Personaje místico, de quien tomó su nombre la filosofía hermética. es el nombre de Hermes o Thot en su aspecto humano; como dios, es mucho más que esto. Como Hermes-Thoth-Aah, es Thot, la luna, su símbolo es el lado brillante de la luna, que se supone que contiene la esencia de la Sabiduría creadora, “el elixir de Hermes”. Es el más misterioso de los dioses. Como serpiente, Hermes Thoth es la divina Sabiduría creadora. El dios Hermes es Hijo de Zeus y Maya. Dios mediador, sus principales cualidades son la astucia y la movilidad. Es un dios inventor y bienhechor, amigo de los hombres y mensajero de los dioses, en especial de Zeus. Hermes separó a dos serpientes que luchaban, una vez amansadas, se entrelazaron en torno al cayado, lo que dio lugar al caduceo, que en Grecia es el símbolo de los embajadores y los heraldos. Hermafrodito y el dios Pan son sus hijos más famosos.
[9] La Hermenéutica recibe su nombre en honor a Hermes, y es la rama de la filosofía y la lingüística que estudia la interpretación de los símbolos incluyendo al lenguaje tanto hablado como escrito.