BENEDICTO XVI
Luis Figueroa*
¿Cuál fue el consejo que le dio su madre a Billy  Elliot[1]? Se fiel a ti mismo.  Y yo creo que ese es uno de los mejores consejos que  le puede dar un padre a su hijo, o una mater et magistra a su rebaño.
En ese sentido es que me parece acertada la elección  de Joseph Ratzinger como jefe de la Iglesia católica. Más acertada, digamos,  que la de un personaje como el purpurado Oscar Rodríguez Madariaga[2],  o la de algún otro activista latinoamericano,  o africano, de esos cuya elección hubieran celebrado la Comisión Pastoral de la  Tierra y las Comunidades Cristianas de Base, en Brasil[3].
Pongo aquellos ejemplos porque a uno lo veo gravitar  alrededor de la nefasta Teología de la Liberación; y a los otros los veo por el  estilo, y temerosos de “una rigidez ortodoxa en el catolicismo”.  Obviamente una rigidez que es obstáculo para  convertir a la Iglesia católica en un frente popular de lucha y de actividad  política.
Yo, que soy católico de atrio desde que vi el  nivel de involucramiento que los jesuitas, los maryknolls, los misioneros del  Sagrado Corazón y otros miembros del bajo y del alto clero tenían con la  guerrilla en Guatemala; y que no me anima para nada pertenecer a la misma  organización que la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala[4] y Alvaro Ramazzini, creo  que la Iglesia católica, para mantenerse fiel a sí misma, debe ser  ortodoxa.  Es decir, recta en su fe, y  leal a sus dogmas y a sus valores tradicionales.
Tengo ante mí una lista que, según el diario español  El País, podría satisfacer las demandas de los progres “sin comprometer  la fe”.  Esta incluye: que el Papa sea  electo democráticamente por obispos y comunidades de fieles; que estas y los  sacerdotes elijan a los obispos; que sean abolidos el celibato y el cardenalato,  y que haya mujeres sacerdotes; que se reconozcan los derechos a morir  libremente y sin dolor en casos de enfermedades incurables, a usar  anticonceptivos, y al divorcio.  Que se  levante la condena a los teólogos de la liberación.
Yo creo que uno es dueño de su propia vida y que en  caso de enfermedades incurables, dolorosas y que atenten contra la dignidad de  la vida, uno debería poder ponerle fin al tormento.  Creo también que un matrimonio en el que no  hay amor, o respeto, debería poder ser disuelto.  A mi me da igual si hay sacerdotisas, o no; y  creo que la Iglesia es hipócrita cuando condena a los homosexuales.
Pero francamente, no me explico una Iglesia católica  menos misógina, homofóbica y consecuente consigo misma, que la Iglesia romana  tradicionalista.  Otra, una progre  y reformada, sería precisamente eso: otra.   De hecho, creo firmemente que la fortaleza de la Iglesia católica está  en ser fiel a sí misma.  Fortaleza, digo,  no popularidad mundana.
Es muy común que en los medios de comunicación y en  las charlas de cóctel se mida la importancia de una religión de forma  cuantitativa.  Es decir, contando el  número nominal de sus miembros.  Sin  embargo, mi hipótesis es que, para la Iglesia romana, cada vez será más  importante la calidad del compromiso de sus miembros, que la cantidad de  ellos.  
A la larga, y ese podría ser el mayor reto para  Joseph Ratzinger y sus sucesores, el dilema será el de seguir manteniendo a la  Iglesia de Roma dentro de los cánones que le imponen su fe, sus dogmas y sus valores  intrínsecos (aunque a veces rayen en moralina, o en fundamentalismo talibán), o  entregarla a los signos de los tiempos, a las modas y a la pereza moral de sus  miembros más politizados y ligeros.  Eso  talvez le cueste al Vaticano un número más o menos importante de miembros; pero  los que queden, esos podrían ser “la sal de la tierra”.
Por la memoria de Juan Pablo II, y por respeto a los  sacerdotes que no deshonran su ministerio convirtiéndose en activistas, o en  ayatolás, sea usted bienvenido, Benedicto XVI.
* Luis Figueroa es columnista del diario  guatemalteco Prensa Libre; y profesor auxiliar de Filosofía Social en la  Universidad Francisco Marroquín, Guatemala.
[1] The movie by Stephen Daldry. 2000.
[2] Luis  Figueroa. El purpurado. eleutheria.ufm.edu. Primavera 2005, año II, No.  1
[3] cptnac.com.br/
[4] Human Rights Bureau of the  Archbisop of 
