DE LA PRAXEOLOGIA A LA CATALACTICA. HACIA UNA TEORIA GENERAL DE LA INTERACCION SOCIAL
José Antonio Romero Herrera[1]
Introducción
Pesa sobre Ludwig Von Mises el estereotipo de haber sido respetado economista, agudo intérprete del devenir de la civilización occidental y, sin embargo, pésimo epistemólogo. A casi tres cuartos de siglo de la publicación de su opus magnum, La Acción Humana. Tratado de Economía, trabajo en el que expone ya desde los primeros capítulos su visión metodológica, no exclusiva pero sí especialmente de la ciencia económica, el legado del pensador austríaco debe ser continuamente reevaluado con la finalidad de fijar mejor sus contribuciones para retomar y recrear algunas de sus tesis, al mismo tiempo que reelaborar ciertos aspectos con los cuales corregir posibles deficiencias[2]. Y es que, a despecho de algunas obras relevantes que alcanzan la categoría de clásicos en la materia, en las que vez tras vez abrevan generaciones posteriores ávidas de sustento intelectual, lo cierto es que ningún producto del pensamiento puede sustraerse a los condicionamientos históricos propios de las propuestas de una época. Limitaciones que, por lo demás, no son únicamente nuestras, en virtud de que las mencionadas forman parte de las del universo entero[3]. Así, pues, como la vida, la ciencia es una actividad con un curso que no se detiene. El panorama cultural del momento actual se presenta tan diferente del que predominaba apenas un par de lustros atrás que nociones científicas que gozaban de generalizada aceptación han sido cuestionadas e incluso rechazadas, otras que han corrido mejor suerte experimentan modificaciones en el intento de adecuarlas a nuevos descubrimientos que revelan la complejidad de la realidad. Por lo mismo, en nuestros días se extiende el talante de rechazo a cualquier tipo de lenguaje fundamentalista que con el tono absoluto del dogmatismo reclame el carácter definitivo de evidencias, sub specie aeterni, más emparentadas con el principio de autoridad que con la modesta provisionalidad y aproximación del espíritu crítico. En tal sentido esta investigación procurará mantenerse equidistante, por un lado, de una adhesión obstinada a la mecánica repetición de contenidos, es decir, sine iurare verba magistri, que impide también la constante revisión de lo que pueda contener algún error y agregar aspectos nuevos que aumenten la comprensión de los temas abordados; por otra parte de un hipercriticismo que al, fijar unilateralmente la mirada en los límites del discurso de un autor, sea por las grietas detectadas en las explicaciones de su pensamiento, por la imprecisión o incongruencia en el empleo de conceptos y hasta por la irreal lectura que un modelo haga del mundo estudiado, no obstante corre el riesgo de pasar por alto aspectos útiles del nervio vivo, por así decirlo a falta de mejor término, de una herencia que sigue abierta y demanda de nuevas generaciones la constitución de auténtica escuela, pese a que Mises cuenta aún hoy día con innumerables seguidores. Con las inquietudes indicadas por delante surgen inmediatamente las siguientes interrogantes. En el contexto del “giro práctico” de la filosofía, que como nuevo trasfondo cultural ofrece el primer cuarto del siglo veintiuno, ¿de qué manera puede y debe ser actualizada la perspectiva epistemo-metodológica miseana dada la apertura de su obra a implicaciones y consecuencias de su visión? Por lo que se refiere a los aspectos lógicos, epistémicos y metódicos, ¿sus ideas han experimentado avances o retrocesos? En lo relativo a la temática que en esta encuesta se acomete, ¿son mayores los distanciamientos o las aproximaciones del enfoque miseano en cuanto se refiere a las posturas de la Escuela Austríaca de Economía y en particular de su fundador Carl Menger? ¿Es el nivel de conciencia el límite de los procesos que adquieren cada vez mayor complejidad? Se intenta en lo que sigue bosquejar una filosofía práctica que arribe a una teoría de la interacción social en la que los fines (teleología) conscientes de la acción racional aparezcan regulados y, por tanto, subordinados a los preceptos (deontología) metaconscientes que facilitan el funcionamiento del complejo entramado de la pacífica cooperación social, clima exclusivo para hacer del desconocido un socio (homo interagens) según el tenor del verbo griego καταλλάσσω. Lo anterior tiene la mayor importancia, habida cuenta de que no cualquier agrupación individual, es decir, los agregados conocidos como grupos primarios semejantes a la familia, los amigos, la comunidad, el clan, la tribu o cualquier amorfo colectivo como multitud, tumulto, gentío, turba, reúnen los elementos necesarios para formar sociedad. Dado que la sociedad es un orden con un tipo especial de convivencia se debe tomar con la mayor seriedad la recomendación del fundador de la Escuela Austríaca de Economía de reconducir, no reducir (en el sentido castellano de empequeñecer, empobrecer, disminuir, y no en el de una concepción emergentista del surgimiento de una realidad completamente nueva y distinta que corresponde a la expresión germana zurückführen y que, a la postre, se compadece con el significado ascensional del término latino medieval reductio, como reza el título del libro de Bonaventura de Bagnoreggio, De Reductione Artium ad Theologiam, o sea, Reconducción de las Artes a la Teología) los fenómenos sociales a las unidades individuales que las componen, evitando de esta suerte reificarlos o hipostasiarlos, lo mismo que confundir lo elemental (individuos) con lo fundamental (la clase especial de convivencia en la que consiste el orden social)[4]. Dicho no sin cierta audacia, los individuos no son el principio de la sociedad sino su apoyo. La exposición del trabajo está dividida en tres apartados, el primero de los cuales responde al subtítulo de ley de complejidad metaconsciencia, cuya importancia estriba en que trasciende el nivel de conciencia en el que ha mantenido los complejos procesos evolutivos la totalidad de estudiosos que los han abordado, ignorando el estado intermedio de los factores exosomáticos, entre la racionalidad de lo teórico y lo emotivo de lo ateorético. La segunda sección denominada catalaceno contiene dos aportes difíciles de exagerar en cuanto a relevancia atañe, pues aunque la categoría empleada alude a la propuesta de introducción de una época geológica como subdivisión de un período llamado por el químico holandés Paul Crutzen Antropoceno, que considera vigente desde hace 11,700 años, las implicaciones socioeconómicas son innegables por cuanto prácticas de intercambio indirecto o comercio ya están fechadas en el macizo euroasiático hacia 28,000 años antes de nuestra era con el uso de las conchas o cauris[5]. Por lo mismo, en segunda instancia, se trata de corregir el yerro de los historiadores que ven en la aparición de las ciudades no un refuerzo sino el origen del comercio. El rótulo del último apartado, nueva era axial, obedece al empeño de retomar la caracterización meritoria de Karl Jaspers de período axial, pero con clara demarcación societaria, frente a quienes han hablado de una segunda era axial con inequívoca orientación comunitaria. El empleo de la terminología de los parágrafos se efectúa con todas las reservas del caso, consciente de que ninguna de las nociones que la han inspirado escapó a la crítica cuando inicial o posteriormente se les manejó. Con todo, servidor está convencido del acierto y utilidad del uso de la misma. En efecto, si bien en el discurso científico general, pero especialmente en la biología, se echó mano copiosamente de la idea de que con la complejidad de la evolución de las formas de vida sobreviene un crecimiento de conciencia, en el sentido de correlación y no de causalidad entre ambas, en nuestro tiempo muchos biólogos están dispuestos a aceptar el hecho sin reconocerle el carácter de “ley”. Ni que decir tiene que del trío de expresiones que sugieren las categorías usadas en los acápites de este ensayo la menos controversial es la segunda. Sea lo que fuese, no obstante el tiempo record en que el concepto puede considerarse que se ha abierto paso entre los expertos, el Antropoceno espera todavía en el año en curso (2016) el reconocimiento de la Comisión Internacional de Estratigrafía. Finalmente, el concepto jaspersiano de era axial ha sido enjuiciado como ingenuo y unilateral, lo cual tampoco ha impedido que se reconozca al vocablo valor heurístico.
§1. Ley de complejidad metaconsciencia
Es propia de nuestra acción la persecución de fines que individualmente conocemos, pero no menos la subordinación a pautas de comportamiento de las cuales no solo desconocemos el origen y función, sino que ni siquiera su misma existencia alcanzamos a advertir. Después de todo, somos capaces de obtener los fines que nos proponemos gracias a que es inherente a la realidad que nos envuelve la existencia de regularidades. Estas últimas permiten, mediante la captación de las coordenadas espacio-temporales de lo que nos circunda, el conocimiento de hechos recurrentes que hacen posible la formación de expectativas respecto de otros elementos que constituyen el entorno. Es de suma importancia en ese sentido recalcar el alcance limitado de la capacidad humana para construir, crear o planificar cualquier forma de convivencia con sus semejantes ya que, si su olvido o ignorancia ha conducido a la más nefasta expresión de arrogancia de la que haya podido dar muestras nuestra especie, su reconocimiento, en contraste, representa el primum cognitum o la veritas prima de todo discurso que se precie de sana y correcta reflexión acerca del orden social[6]. A tal motivo debe atribuirse la ingenuidad de la creencia de nuestros ancestros que consideraba imposible la existencia de un proceso de interacción cuya amplitud superara el poderío humano de aprehensión sensorial inmediata o racional consciente[7]. Las más de las actividades psíquicas, qué duda cabe, ocurren como parte de una experiencia inconsciente[8]. De suyo, la producción de toda actividad sensorial implica la previa puesta en marcha de un metaconsciente sistema de clasificación que opera a modo de mecanismo de ajuste que encadena y relaciona los procesos sensoriales conscientes. La capacidad de clasificación que desarrolla el sistema nervioso central halla su raíz en el hecho de que un estímulo ocurrido en el pasado adquiere significado para el organismo dado el caso que se repita en el futuro. De cualquier modo, la reproducción de la relación de los eventos del mundo externo, con los cuales guardan correspondencia los contenidos mentales que tuvieron lugar en experiencias del pasado constituyen categoría a priori mediante la cual el aparato clasificador precede configurando como sensaciones los impulsos a que dan origen los estímulos del presente. La sensación tiene lugar en el instante que la interacción entre el cerebro de un individuo y un determinado objeto del medio recrea simultáneamente en varias regiones del primero actividad previa asociada con el segundo. Efectivamente, las sensaciones devienen tales debido a que las fibras nerviosas transmiten impulsos que se originan en estímulos procedentes del entorno y que son diferenciados por la capacidad ordenadora del sistema nervioso central que, gracias a la memoria fisiológica, los clasifica con arreglo a sus significados funcionales. Es completamente erróneo pensar que la mente actúa solo en virtud de la percepción de la realidad (experiencia categorial) y no a partir de categorías con que ella misma opera (experiencia trascendental). Fundamentalmente la experiencia no es sensorial, ella es pre-sensorial, ya que la sensación no es un dato último, irreductible. De modo que si asignamos atributos a los elementos del entorno es porque estos se encuentran relacionados con otros semejantes a los que nos ha enfrentado, ora como individuos ya como grupos, una experiencia pretérita. La percepción estriba, además de la experiencia mental unitaria del conjunto de relaciones entre los componentes sensoriales, en propiedades comunes de varias clases de objetos, cualidades que más que atributos que los acontecimientos posean, son conexiones del sistema nervioso con las cuales el organismo responde a las excitaciones recibidas. Reviste especial importancia el hecho que a través de las conexiones un estímulo primario remita a un haz de trazas sensoriales o una hueste de impulsos secundarios, que en su oportunidad lo acompañaron, a riesgo que, de otra manera, el mensaje no reciba respuesta por perderse la señal en la tupida red neuronal[9]. La sensación no puede menos que ser una operación selectiva, habida cuenta que el acto de clasificación que comporta, establece un filtro que, por relaciones de simultaneidad y contigüidad, determina el criterio de información con mayor contenido relevante y rige la pequeña cantidad de datos que, a través del limitado canal de capacidad mental, atribuye a ciertos impulsos, entre la abrumadora cantidad de estímulos que provenientes del ambiente llegan a los órganos sensoriales, especial importancia para acreditar su acceso a los procesos de las funciones psíquicas. Es más, la formulación teórica en la que se objetiva el sentido, la capacidad descriptiva, analítica, explicativa, predictiva, en otras palabras, el saber qué, en cuya búsqueda centra la tarea científica el núcleo de sus preocupaciones, no se apoya sobre sí misma, sino que en último extremo radica en los procesos más elevados de la mente de los que el hombre no tiene conciencia. El grado de complejidad intrínseco al orden de los principios que guían el funcionamiento de la mente impide que esta pueda ejercer sobre sí misma la capacidad necesaria de análisis para explicar a priori por qué y cómo funciona, merced a que los principios en mención son los que posibilitan toda explicación. Es que si se trata de buscar explicaciones, la operación no puede ser llevada a cabo hasta el infinito (regressus in infinitum), de manera que encontramos presupuestos irreductibles, hechos o fenómenos que fungen a guisa de datos últimos (anapodícticos) que no se reducen a ningún otro y que para el caso que nos ocupa son las normas metaconscientes que rigen los procesos mentales. Es obvio que si los mecanismo metaconscientes sustentan a los procesos conscientes, que si un orden de principios de naturaleza pre-racional es el responsable del funcionamiento de las capacidades racionales de enunciación, explicación y predicción, que si son reglas las que guían las percepciones sensoriales que transmiten los concretos acontecimientos del mundo externo, que si la evolución cultural ha permitido el surgimiento de la mente, cada primer elemento de los pares mencionados es superior por más complejo que e irreductible a cada elemento correspondiente, ya que lo fundado no puede producir lo fundante, ni el efecto su propia causa[10]. De esto se sigue que la mente no es creadora de normas, más bien ella se inserta en un complejo de normas de naturaleza pre-racional, que ha prevalecido en la dirección de la conducta de los individuos, puesto que la experiencia de muchas generaciones ha mostrado una y otra vez que las acciones de quienes a ellas se someten suministran la posibilidad de adquirir el mayor éxito relativo. La incapacidad aludida se extiende a aquella de no poder articular verbalmente el referido sistema de normas y principios. De hecho, el lenguaje está asentado en la existencia de normas que lo anteceden y hacen posible su ejercicio. Prueba de ello es el caso que en nuestra niñez hablamos de acuerdo con las reglas gramaticales del idioma vernáculo sin que tengamos conocimiento de su existencia, Asimismo, a menudo experimentamos la dificultad de expresar con palabras aspectos que somos capaces de captar, de aprehender, o de actividades que efectuamos. De ahí no solo la anterioridad sino la superioridad del conocimiento práctico-metaconsciente sobre el teórico-consciente. Justamente en esto consiste el saber cómo: habilidades y destrezas del conocimiento práctico que hacen posible nuestra acción mediante la observancia de normas que no es imprescindible que podamos enunciar. Así el conocimiento introspectivo que poseemos acerca de nuestra inteligencia se caracteriza porque el tipo de dato que lo constituye no es de índole proposicional, cuanto información tácita o implícita en la que la mente ya se encuentra inmersa, hecho que impide la aprehensión racional de un orden de fenómenos integrado por hábitos que orientan nuestra acción[11]. El carácter de estos hábitos es extrasomático o exosomático, dado que no son elementos constitutivos del organismo, lo cual no impide la adecuación del actuar humano a eventos que trascienden la comparativamente reducida capacidad de captación ocular. Por lo pronto, estas prácticas y costumbres no han dejado de regir el actuar del hombre pese a que cronológicamente su observancia haya antecedido a su articulación lingüística o a su formulación verbal, y que quienes con el tiempo fueron capaces de enunciarlas advirtieron que no las inventaban sino que daban expresión a esquemas normativos que, por haberles sido transmitidos e impuestos, eran conocidos y familiares a todos. De esta suerte, un proceso milenario de carácter espontáneo que no ha obedecido al designio de inteligencia o voluntad alguna, más bien estas han permanecido inconscientes en el desarrollo del mismo, ha permitido al hombre, sobre la base del ensayo de formas de convivencia distintas a las acostumbradas, la corrección de los errores del pasado que sus necesidades perentorias reclamaban. Nunca se insistirá demasiado en que prácticas que no han sido resultado de elección consciente y deliberada, que tantos trabajos representan para la inteligencia entender y a cuya disciplina tan penosamente el hombre se somete, implican límites a la expresión desenfrenada de nuestras afecciones impulsivas, pero han propiciado al mismo tiempo la formación de un orden que ensancha el alcance de nuestras acciones por encima de lo que permiten nuestras limitadas capacidades de percepción sensorial. Pues bien, como lo propio del orden físico del mundo externo y del complejo orden social, que configura el organismo a través de la interacción, es el cambio, el orden fenomenal o de la mente y su cimiento fisiológico u orden neural, cual es el sistema nervioso central que consiste en la conditio sine qua non de su funcionamiento, también son dinámicos, razón por la cual la mente reclasifica conforme los hechos de la naturaleza y las formas de coordinación de las actividades humanas experimentan transformaciones por la evolución a la que se encuentran sometidos y que exigen del organismo nuevas respuestas. De este modo, nuevos módulos de conducta impusieron que las personas rehusaran dedicar determinados medios a la satisfacción de ciertos deseos directamente percibidos en individuos que poblaban su ambiente inmediato de forma que quedasen en franquía para saciar innumerables necesidades de individuos anónimos. Los preceptos de marras, aquellos que exclusivamente pueden ser denominados morales en el sentido más genuino, son los contenidos éticos de una estructura innovadora que, distinta de una más apta para ajustar las acciones de individuos insertos en agrupaciones de reducidas proporciones numéricas, supuso la inhibición de tendencias impulsivas y propició la expansión de las virtualidades que entraña el orden extenso de la cooperación social. A diferencia de lo ocurrido en la organización de un grupo primario, cuyos miembros colaboran solamente si las metas son comunes, en el orden social cada quien coopera saciando las necesidades de otros, prescindiendo de la eventualidad de ser responsables de las mismas y aun desconociendo qué las constituye. En la hora presente la mayor parte de la humanidad continúa ignorando que el elevado grado de información que encierran los diseminados conocimientos solo tiene lugar a condición de que se den los signos que la actividad mercantil ocasiona y por los cuales cada quien está enterado de cuál es el marco general al que debe atenerse con el propósito de adecuar su actuación a ciertas situaciones cuyos datos no conoce en todos sus pormenores. El auto-generante orden de extenso ámbito que se mantiene en razón del concurso de incontables mentes de individuos es fruto de la evolución cultural que cabe discriminar de la simple evolución biológica del orden neuronal, el cual debe el más efectivo funcionamiento de su admirable como complicada estructura al feliz instante en que cobró forma un módulo preceptivo que fue capaz de aprehender. La aparición de semejante módulo preceptivo significó, sin lugar a dudas, un grado de “inteligencia” más eminente de la que exige la captación racional del entorno[12]. Por lo tanto, la conciencia surge como etapa final, en calidad de producto derivado y secundario, por intermitente, fugaz y discontinuo, de procesos inconscientes que, merced a su continuidad, le subyacen e incluyen. Razón demás para deplorar que la psicología moderna de indiscutible cuño cartesiano, haya erigido la conciencia como objeto exclusivo de su estudio hasta los primero decenios del siglo XX[13].
§2. Catalaceno
El avance que significó el paso de una minúscula horda de rudos y agrestes sujetos a la Gran Sociedad, no sin conocer formas intermedias como la tribu, el clan y la aldea, se produjo gracias a la capacidad de la que supo dar prueba el ser humano al subordinar los impulsos innatos que le orientaban en la línea de satisfacción de fines comúnmente perseguidos y conocidos por directa percepción sensorial, a la disciplina inherente al respeto de normas. Cronológicamente esos colectivos se remontan a la organización en bandas de los grupos de cazadores-recolectores. Las condiciones sumamente difíciles para obtener alimentos en su entorno, al agotar con rapidez los recursos de la zona, les impone la movilidad del nomadismo que da seguimiento a las migraciones de las especies de las que se nutren; circunstancia por la que deben aprender las técnicas más básicas de supervivencia al interior de una tupida relación que les permita compartir los frutos de su actividad. Les unen vínculos de parentesco y los niveles de tecnología son tan simples o elementales que posibilitan la participación de todos los miembros en las mismas tareas, excepción hecha de las relativas al género y a la edad, razón por la que la mayoría ocupa el mismo status y la organización como tal acusa marcados acentos igualitarios. Debido a que la supervivencia de la banda conserva una relación directa con el hecho de que todos compartan lo que poseen y a que los excedentes para acumular sean tan insignificantes, los individuos más hábiles en la búsqueda de lo básico para la supervivencia no muestran interés en la apropiación privada de los productos de la caza y de la recolección[14]. Pues bien, fue justamente la restricción de la coerción al respeto de reglas de carácter negativo el factor que permitió la inserción de individuos y grupos en un orden de convivencia pacífica que posibilitaba diversidad de fines, pues el abandono de la práctica de imponer conocidas metas colectivas facilitó el atribuir a la sociedad abierta el sentido al uso que le otorgamos. Con el propósito de coordinar diversidad de metas fue necesario adoptar los preceptos que protegen la propiedad que a cada quien pertenece y el mecanismo que mediante recíproco acuerdo determina su transmisión. Razón por la cual en la adaptación al medio para el hombre llegó a ser más importante el seguimiento de los principios que rigen la recta conducta que la inmediata aprehensión de cuantos sucesos ocurren a su alrededor. Además en la actualidad el ser humano adquiere mayores beneficios de la subordinación a las prácticas aceptadas de comportamiento que del dominio de concretos detalles que integran el ámbito que le circunda. Su mundo externo ha venido a consistir en la postura que asume frente a lo que en el trato con los semejantes constituye legítimo actuar. Así, el factor que en el ser humano facilita la adaptación y promueve la cooperación con los demás radica en que encamine su actuación con arreglo al imperio de pautas susceptibles de ser aprendidas y que estatuyen la conducta correcta. Tales esquemas morales consisten en el respeto de hábitos como la propiedad dispersa entre una multiplicidad de poseedores, el cumplimiento de los compromisos adquiridos, el tráfico de bienes y servicios por medio de la actividad comercial. Usos como el intercambio con quienes no formaban parte del mismo grupo también marcaron evidente solución de continuidad con las costumbres prevalecientes hasta ese momento. En suma, los colectivos que respetaron las normas que articulan el evolutivo orden social lograron subsistir y progresar. Comoquiera que sea, aproximadamente desde el 33.000 a, C., en un espacio que se extiende desde los Pirineos hasta los Urales, el hombre del Paleolítico Superior implementó un intenso intercambio indirecto o de relaciones comerciales entre grupos separados por grandes distancias, pues medios de pago como las conchas se han encontrado enterradas en territorios muy alejados de la costa. La idoneidad dineraria de las mencionadas derivaba de su durabilidad al no ser susceptibles de putrefacción, su portabilidad, el valor por su consumo alimenticio y la utilidad ornamental igual que amuleto protector de las actividades masculinas de la caza, pesca y recolección, a causa de que representaba la vulva de la mujer símbolo de la fertilidad y poderes femeninos omnipresentes que, según el hombre arcaico, dominan la realidad circundante[15]. Las transformaciones tecnológicas (primero el azadón, luego el arado en materia agrícola, aunados a la domesticación de los animales mediante la técnica del pastoreo), introducidas gracias a la revolución neolítica, profundizaron la formación de agregados, cuyo mayor grado de complejidad en el funcionamiento de la convivencia, exigen la promoción de lo que más distingue a los miembros de nuestra especie: ser profundamente desiguales. El aumento de una mayor producción de alimentos provocó la formación de excedentes que, más allá de los recursos necesarios para la supervivencia, permitieron a algunas personas, por intermedio del fenómeno de la división del trabajo entregarse al cultivo de quehaceres semejantes al de la herbolaria, el comercio o la fabricación de herramientas[16]. A los preceptos ya señalados se agregaron el reconocimiento de la libertad de precios y el pago de los montos recargados con interés por los préstamos adquiridos. En un orden de convivencia que todavía conservaba muchos componentes del marco tribal tradicional, el auge del comercio, con las relaciones impersonales que le caracterizan, disolvía acelerada pero también radicalmente las fuertes lealtades que enlazan los entornos familiares, lo mismo que los comunitarios, con cauda de marcadas desigualdades económicas como de violentas confrontaciones sociales. En el contexto de las transformaciones de un modo de vida patriarcal a otro congruente con la división del trabajo, la ampliación de la propiedad de los bienes de consumo a los de producción, posesión de la tierra incluida, la mayor complejidad de la estructura de satisfacción de necesidades dentro de cuyos procesos las relaciones han devenido cada vez más impersonales, el surgimiento del comercio y la acumulación de riquezas, se sitúan las protestas del movimiento profético de Israel frente a las divisiones de ricos y pobres a las que ha conducido el aparecimiento de un sector de población “despojado” como resultado de la enajenación de la tierra. No obstante, nuestra generación se empeña en rehusar la importancia de la serie de reglas sobre cuyos cimientos descansa el funcionamiento del sistema social, constituido, no por la disposición de alcanzar conocidas metas comunes, sino por el difundido fenómeno de la división del trabajo. La complejidad del fenómeno de la división del trabajo impide la predicción característica de los eventos sometidos al mecanismo causa-efecto, pues el incremento demográfico solo genera un plexo de oportunidades que posiblemente será objeto de hallazgo y de mayor optimización en su aprovechamiento. En este orden de ideas, es imperativo emplear el término catalaxia para denotar el operar de la actividad mercantil mediante la coordinación de las actividades de los agentes económicos. Dicho de otro modo, por catalaxia se entiende la particular estructura que el proceso mercantil produce espontáneamente, sistema en el cual las personas sujetan su actuación a principios relacionados con la honra de convenios voluntariamente entablados, la defensa frente al timo y estafa y la protección de la propiedad. El motivo principal de la vocación productiva de la catalaxia reside en la circunstancia de que el trabajo que cada agente aporta se convierte en una serie de signos indicadores que facilitan la posibilidad de satisfacer apetencias de las cuales nadie está directamente informado, pero que requieren uso apropiado de información a la cual se tiene acceso por el efecto que ejercen en el sistema de precios de los bienes y servicios que el mercado ofrece. Es el trabajo en cuestión el factor primordial para que el espontáneo orden cataláctico genere superiores niveles de vida. La catalaxia constituye acto creador merced a su aptitud para proveer a quienes respetan sus reglas de juego un cúmulo de información que les permiten satisfacer necesidades que desconocen de forma inmediata, proporcionándoles a su vez recursos de los que no dispondrían, incluso ignorarían caso que no se hubieran sometido al referido fair play.
§3. Nueva era axial
Como se sabe, en el año 1949 el filósofo alemán Karl Jaspers publicó un libro titulado Vom Ursprung und Ziel der Geschichte (El origen y objetivo de la historia), que tiene como tesis principal la idea de que en los siglos comprendidos entre el 800 y el 200 a. C. apareció un tiempo que él denomina “era axial”, caracterizado por el surgimiento en las así consideradas principales regiones del mundo (China, India, Persia, Grecia, Palestina) de un nuevo tipo de pensamiento representado respectivamente por Confucio y Lao-Tsé, Buda, Zoroastro, presocráticos y filósofos áticos, profetas hebreos[17]. En palabras del autor: “Un eje de la historia mundial, en el supuesto de que exista uno, debería ser considerado empíricamente como un hecho válido, como tal, para todos los hombres, incluidos los cristianos. Este eje debería estar situado en el punto en que fue originado todo lo que, desde entonces, el hombre ha podido ser, en el punto de la más desbordante fecundidad en el modelar del ser humano; debería ser, para Occidente, para Asia y todos los hombres, sin tener en cuenta ningún contenido determinado de fe, si no empíricamente inderogable y manifiesto, sí al menos tan convincente desde el punto de vista de la comprensión empírica, que diera vida a una estructura de comprensión histórica para todos los pueblos. Este eje de la historia aparece, por tanto, situado en torno al año 500 a. C., en el proceso espiritual que tuvo lugar entre los siglos IX y III a. C. En aquella época se halla la más neta demarcación de la historia. Entonces surgió el hombre tal como hoy lo conocemos. A aquella época damos en verdad el nombre de período axial”. (Citado por PRINI P., Historia del Existencialismo. De Kierkegaard a hoy = Biblioteca de Filosofía 30, Herder, Barcelona 1992, 165-166). Ahora bien, el hecho es que para Jaspers luego de la crisis que representó la revolución neolítica por la transición del modo de vida nómada al asentamiento en ciudades densamente pobladas, la humanidad asistió al nacimiento de una nueva época (era axial), portadora de la conciencia de individualidad, libertad y trascendencia humanas[18]. Según consta en el texto del autor anteriormente citado, los seres humanos han vivido dentro de sistemas de pensamiento creados hace más de dos milenios. El hombre nacido en la era axial se caracteriza por el creciente papel que el Logos cuestionable de la persona que se interroga adquirió en esa época. De esa cuenta, figuras del pensamiento de las que se ha hecho mención líneas atrás, se distanciaron de las ideas predominantes de la comunidad para hacer manifiestas sus propias respuestas, así sea como resultado del cada vez mayor contacto con personas de convicciones distintas. El conocimiento de uno mismo llegó a ser el ideal de los griegos. La doctrina del Atman en los Upanishads significó el centro trascendente del ser. El camino de la iluminación individual fue el eje de la predicación de Buda y los profetas despertaron en el pueblo judío el sentido de la responsabilidad moral del individuo. En otras palabras, propugnaron sistemas éticos que motivaron a las personas para adecuar sus actitudes al comportamiento exigido en conglomerados de creciente densidad demográfica. Con la individualidad racional corrió pareja la emergencia de la conciencia del yo o sujeto personal con la libre facultad de tomar decisiones conscientes y deliberadas. Atrás quedaba la mentalidad primitiva del Mythos que con extraordinaria riqueza de fantasía hilvanaba el decir verdades esenciales en relatos. También era cuestión de días ya idos el mimetismo cósmico, lo que significa que los seres humanos imitaban la naturaleza identificándose con sus ciclos de fertilidad. Si la armonía de las personas con el mundo natural las vinculaba íntimamente al cosmos, de igual manera las anudaba entre sí, en virtud de que la identidad propia se obtenía en relación con el comunitarismo tribal del que dependían los miembros en su configuración psicológica para dar sentido a todos los aspectos de la vida, que no sufría grandes cambios en el transcurso de la existencia, por lo que tuvieron en mayor estima lo permanente de la misma, lo que de ella siempre había sido[19]. Llegados a este punto cabe preguntarse si los desafíos que enfrenta nuestra época, ¿son los de una segunda era axial que se desarrolla baja la égida de una evolución de la conciencia más afectiva de relaciones personales en términos eminentemente comunitarios? O si más bien, al formar parte de un período de la historia impreso por el sello de la globalidad y el pluralismo, ¿nuestras mentes se hallan sumidas dentro de una nueva era axial en la que prevalecen los metaconscientes estados exosomáticos, a caballo entre la Escila del Mythos y la Caribdis del Logos, de los principios deóntico-evolventes que norman la convivencia social?
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[2] Cf. VON MISES L., La Acción Humana. Tratado de Economía = Clásicos de la Libertad. Obras de Ludwig Von Mises 7, Unión, Madrid 82007, los primeros cuatro capítulos de la primera parte, especialmente el capítulo II. También resulta ineludible la lectura del capítulo XIV de la cuarta parte.
[3] Cf. HELLER M., “Los límites de la ciencia y los límites del Universo”, en OMIZZOLO A. – FUNES J. G. (eds.), Explorar el Universo última de las periferias. Los desafíos de la ciencia a la teología = Ciencia y Religión 7, Sal terrae, Santander 2016, 25.
[4] Cf. CUBEDDU R., La Filosofía de la Escuela Austríaca = Nueva Biblioteca de la Libertad 20, Unión, Madrid 1997, 135-135, nota al calce 92.
[5] Cf. KOLBERT E., La Sexta Extinción. Una historia nada natural, Crítica, Barcelona 22015, 118.
[6] Cf. NOGUES R. M., Neurociencias, espiritualidades y religiones = Ciencia y Religión 6, Sal terrae, Santander 2016, 92.
[7] Cf. ARISTOTELES, Política, Libro VII, Cap.4, 1326b.
[8] Cf. NOGUES R. M., op. cit., 21, 24, 38, 48, 49.
[9] Cf. CHAUCHARD P., “El cerebro y el sistema nervioso”, en AA. VV., La Psicología Moderna de la A a la Z, Mensajero, Bilbao 21976.
[10] Cf. ROMERO HERRERA J. A., Método Compositivo. Epistemología de las Ciencias Sociales, vol. III, ECAPREL, Guatemala 2016, 55.
[11] Cf. DEL RE G., “Polanyi, Michael”, in TANZELLA-NITTI G. – STRUMIA A. (a cura di), Dizionario Interdisciplinare di Scienza e Fede. Cultura Scientifica, Filosofia e Teologia 2, Città Nuova-Urbaniana University Press, Roma – Città del Vaticano 2002, 2050.
[12] Cf. HAYEK F. A., Derecho, Legislación y Libertad III. El orden político de una sociedad libre, Unión, Madrid 1982, 269.
[13] Cf. KOENIG O., “Conciencia” (Neurociencia), en HOUDE O. et al. (eds.), Diccionario de Ciencias Cognitivas. Neurociencia, psicología, inteligencia artificial, lingüística y filosofía, Amorrortu, Buenos Aires 2003, 90.
[14] Cf. MACIONIS J. J. – PLUMMER K., Sociología, Prentice Hall, Madrid 1999, 71, 74.
[15] Cf. CAMERON R. – NEAL L., Historia Económica Mundial. Del Paleolítico hasta el presente, Alianza, Madrid 42015, 111; HARARI Y. N., Sapiens. De animales a dioses. Breve historia de la humanidad, Debate, Barcelona 2015, 49; ORTIZ-OSES A., “Visiones del mundo (historia hermenéutica del sentido”, en IDEM – LANCEROS P. (eds.), Diccionario Interdisciplinar de Hermenéutica = Serie Filosofía 26, Universidad de Deusto, Bilbao 32001, 82.
[16] Cf. MACIONIS J. J., op. cit., 74, 75, 76.
[17] Cf. STOKES BROWN C., Gran Historia. Del big bang a nuestros días, Alba, Barcelona 2009, 218.
[18] Cf. DUSSEL E., El dualismo en la antropología de la cristiandad. Desde los orígenes hasta antes de la conquista de América, Guadalupe, Buenos Aires 1974, 105.
[19] Cf. DELIO I., Cristo en evolución = Ciencia y Religión 3, Sal terrae, Santander 2014, 28, 51-52.