La educación como proceso de liberación
Harold Soberanis*
Introducción
Desde la antigüedad, la educación ha sido considerada como un importante instrumento en la configuración del ser humano, para hacer de él un ser mejor y más pleno. Sin embargo, y sin olvidar este rasgo de la educación, a lo largo de la historia ha ido cambiando su función y significado, en relación al momento histórico de las sociedades humanas.
Una de estas maneras de entender qué es la educación, es aquella que la define como un proceso de emancipación o liberación del ser humano. De esta misma definición se infiere, por lo tanto, el papel que la educación debería jugar dentro del contexto social, esto es, la de servir de medio de liberación del sujeto.
Considero que esta definición de educación es la que más se ajusta a una visión que, desde una perspectiva humanista y dentro de la mejor tradición filosófica, enfatiza el papel central del hombre y de las múltiples posibilidades que tiene, de realizarse íntegramente en tanto ser humano.
En el presente texto trato, por lo tanto, de desarrollar esta idea destacando el rol que la educación debería asumir en el mundo actual. Al hacerlo, se deduce el rechazo a visiones estrechas y tecnicistas puestas en boga en los últimos tiempos y que, en sociedades como la nuestra, ha desvirtuado el sentido y la finalidad de la educación, desnaturalizándola y reduciéndola a un pedagogisismo exagerado sin ninguna utilidad.
Por una educación liberadora
La idea de la educación como proceso de liberación del ser humano no es nada nueva. Ya Kant afirmaba que el hombre llega a ser hombre por medio de la educación. Es decir, la educación no sólo es, o debería ser, liberadora, sino que tal liberación también se debería entender como la posibilidad de “humanizar” al hombre. Al fin de cuentas, la educación es una expresión esencial y privativa del ser humano pues, en sentido estricto, sólo él se educa, los animales no. En ese proceso de humanización que conlleva la educación pues, el hombre no sólo asume su propia naturaleza, sino que encuentra a través de ella, una posibilidad de liberarse de ataduras de todo tipo y de realizarse en conjunto con otros seres humanos. Este último aspecto es importante, pues continuamente se olvida que el ser humano es, por naturaleza, un ser social.
Claro que este objetivo no está presente en todos los métodos o formas de educación, sino sólo en aquellos que tienen claro el papel de este proceso. Pensemos, por ejemplo, en el tipo de educación que se imparte en nuestra sociedad actual. Este modo de educación busca, más bien, multiplicar las formas de enajenación que se derivan de un sistema opresivo. De ahí que se sigan reproduciendo y fomentando métodos educativos que ven al educando como un ser pasivo, marginal e ignorante. Se debe romper con esta visión del proceso educativo, pues tanto el alumno como el maestro o el padre y el hijo, aprenden mutuamente, lo cual no significa, como malintencionadamente se afirma en ocasiones, derivar en un relativismo en el que cada cual hace lo que le parezca. Afirmar que en un proceso de educación ambas partes aprenden significa estar abierto a nuevas consideraciones y posibilidades de aprendizaje, dado que el ser humano nunca termina de aprender. Además, también involucra la idea de responsabilidad, pues no se trata de hacer lo que me parezca, sino de hacer lo que mejor contribuye a mi realización como ser humano.
Otro rasgo fundamental de una verdadera pedagogía liberadora, es el de fomentar en el sujeto un pensamiento crítico, incentivándole a asumir una actitud cuestionadora de la realidad en la que está inmerso. En este sentido, la educación adquiere el papel de instrumento político, en tanto que se constituye en la herramienta idónea de renovación y transformación de los seres humanos y la sociedad en la que viven.
De los muchos pensadores que han propuesto esta manera nueva de entender la Pedagogía, está Paulo Freire. Este reconocido educador brasileño es en los últimos tiempos, tal vez, quien más ha insistido en el papel liberador de la educación. Para él, una verdadera educación sólo es posible en tanto tenga como objetivo primordial la humanización de la sociedad, lo que únicamente se dará en cuanto tal educación persiga la liberación del individuo. Por eso mismo, Freire se opone a la tradicional forma de enseñar, esto es, aquella en la que el educando es pasivo y sólo acepta mansamente lo que la autoridad, sea el padre o el maestro le da, sin cuestionarlo. Dicho tipo de educación ha fomentado seres pasivos que aceptan todo sin poner en duda si eso que se les dice es verdad. Claro, esta forma de educar favorece a un sistema que lo único que busca es hacer de las personas seres consumistas, pues eso beneficia al “mercado”, ese ámbito mágico y misterioso que lo resuelve todo. En un sistema perverso como el capitalismo, lo mejor que puede pasar es contar con un rebaño obediente y codicioso, y no con seres pensantes y cuestionadores.
Freire propone una actitud dinámica y activa del sujeto de la educación. Esto rompe con la clásica forma de ver al maestro como el que sabe y al alumno el que no sabe. Además, plantea que el contenido de la enseñanza debe estar contextualizado al entorno del sujeto y no referirse a cosas que carecen de significación para él. La importancia de este modo de ver la educación radica en el hecho de que el ser humano es un ser social, que sólo en sociedad se realiza plenamente y que no hay sociedad sin educación.
Ahora bien, toda concepción pedagógica implica una antropología. En este sentido, Freire ve al hombre como un ser que pertenece a la temporalidad. Esto significa que el ser humano es temporal y temporaliza y que tal temporalización no es más que su libertad. El hombre es siempre un proyecto, es decir, un ser que está abierto al futuro, lo que le otorga un sentido distinto, pues no es un ser acabado, sino un ser que está en constante configuración. Además, a diferencia de los animales que se adaptan al mundo, el hombre es un ser que se integra a él apropiándoselo en esa temporalidad.
Esta idea de integración del hombre al mundo en el que vive, implica que el ser humano tenga como tarea principal la transformación de su entorno, en tanto éste no le posibilite las condiciones apropiadas para su plena realización. Pero dicha transformación sólo será factible en tanto el individuo posea las herramientas apropiadas para hacerla, herramientas que no son más que las que la educación, una verdadera educación, le puede proporcionar.
Existen muchas formas de deshumanizar al hombre, pero sólo una de humanizarlo: la educación. Por eso Freire insiste en romper con la visión tradicional de la educación, la que él denomina “educación bancaria”, en la que se ve al sujeto como el depositario de un saber que presume de ser absoluto. Esta forma de entender la educación es propia de la pedagogía del opresor. En ésta, se plantea la dicotomía maestro-alumno, dicotomía que expresa una relación de poder, pues aquél es el que sabe y éste el que no. De ahí que la propuesta de Freire sea la de nunca considerar al sujeto como un ente pasivo o como un objeto. La nueva educación deberá partir de la idea de que el hombre es un ser abierto a muchas posibilidades, pues es un ser libre y, sobre todo, es un ser, no una cosa.
Se debe tomar en cuanta que la educación no es un hecho aislado. La educación es parte de un contexto y sólo se educa en sociedad. En sociedad recibimos una cultura histórica que nos transforma y que es transformada en un verdadero proceso liberador.
Es claramente notorio el carácter político de la educación en esta propuesta de Freire. En efecto, una educación liberadora, humanizante, se convierte en un instrumento político efectivo para llevar a cabo la transformación del entorno social del individuo. Si una educación real busca liberar al hombre, esto sólo será posible en tanto se tenga clara conciencia del papel político que juega la educación. Y tómese en cuenta que me refiero a la política y no a la politiquería, que es lo que nuestros mal llamados gobernantes hacen con ella.
Ver la educación liberadora como un instrumento político significa que aquella fomenta y estimula una conciencia crítica en la persona para que, como ciudadano libre y responsable, pueda incidir en la realidad social a la que pertenece. Tal incidencia no puede ser otra que la búsqueda de la transformación de su entorno para hacer de este, el ámbito propio e ideal donde pueda realizarse plenamente. Por eso mismo debe cambiarse la visión que se tiene de educación y debe configurarse una nueva, ya no de forma vertical sino horizontal. Esto no significa más que ser conscientes de que, tanto el maestro como el alumno, están al mismo nivel y ambos aprenden recíprocamente en dicho proceso sin olvidar, obviamente, las diferencias de cada uno pero sin que esas diferencias sean expresadas en términos de una relación de poder, que subyuga a quien está en desventaja. De ahí, pues, la necesidad de enfatizar sobre la importancia de la filosofía y de cómo ésta puede estimular en los seres humanos ese pensamiento crítico que hace de los seres humanos verdaderos ciudadanos.
En efecto, en este nuevo modo de entender la educación un elemento importante es la filosofía. Si queremos formar seres críticos de su entorno y de sí mismos, no podemos olvidar la función cuestionadora de esta disciplina. Por eso mismo, ninguna teoría pedagógica verdadera puede obviar la enseñanza de la filosofía. Muchos han sido los intentos por erradicar los cursos de filosofía tanto de carreras técnicas como humanísticas. Esto es un grave error pues quienes se educan así, se forman como buenos técnicos en su disciplina pero olvidan su aspecto humano. No se trata, pues, de producir tecnócratas competentes, sino de formar verdaderos seres humanos que no sólo sean capaces en el ejercicio de su profesión, sino que ante todo sean seres humanos comprometidos con su sociedad. Por otro lado, si se busca que la educación fomente un sentido crítico en las personas para que sean ciudadanos responsables, no puede rechazarse la enseñanza de la filosofía, ya que ésta precisamente fomenta esa actitud en las personas.
Otra razón más que hace necesaria la inclusión de la filosofía en todos los ámbitos del saber, es que toda teoría, sea científica, sociológica o pedagógica necesita de una sólida base en la que se sustente. La filosofía puede proporcionar los principios fundamentales que le dan sentido a cualquier teoría. Esto se evidencia con más claridad en la Pedagogía ya que no debemos olvidar que, en última instancia, se trabaja con seres humanos no con objetos. La filosofía, por lo tanto, puede contribuir a establecer los fundamentos epistemológicos de una educación liberadora y a configurar una concepción de hombre más acorde con los ideales del humanismo.
Es necesario, en este punto, distinguir entre ser crítico y criticón. La más de las veces se cae en la última posibilidad. Ser crítico significa evaluar con criterios válidos y sólidos, los elementos que configuran la realidad, tratando de encontrar en ellos sus fundamentos y sentidos. Ser crítico es, en último término, ponderar lo factores positivos y negativos del entorno. Ser criticón, en consecuencia, es sólo observar lo malo. De ahí que toda crítica sea positiva y sea una tautología decir, como muchas veces escuchamos, la frase “es una crítica positiva”, cuando de suyo toda crítica, por definición, lo es.
En conclusión, a mi juicio debe cambiarse la visión tradicional que se tiene de la educación y del papel que cada uno de los elementos de este proceso deben jugar. Se debe construir un modelo de educación que libere y no enajene al ser humano. Además, se debe tener claro el carácter político de la educación, sobre todo en sociedades democráticas donde la participación ciudadana es fundamental. Dicha participación debe ser responsable y libre y esto sólo es viable si vemos la educación como una posibilidad de liberar al individuo. También, se debe construir una pedagogía que se fundamente en una concepción filosófica de la realidad y del hombre mismo.
Bibliografía
Filosofía de la Educación. Edición de Guillermo Hoyos Vásquez.
Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía, No. 29
Editorial Trotta. Consejo Superior de Investigación Científica, CSIC.
Ministerio de Ciencia e Innovación. Gobierno de España.
Madrid, 2008
* Profesor titular de Filosofía, Facultad de Humanidades, USAC. Candidato a doctor en Filosofía, USAC.