La filosofía de Hannah Arendt:
un acercamiento desde Latinoamérica

Julio César De León Barbero*

 

El pensamiento de la filósofa judío-alemana Hannah Arendt ha sido catalogado como una filosofía de decidido amor por el mundo.[1] Tal amor mundi en Arendt surgió, por un lado, de la ingrata experiencia del totalitarismo nazi. Por otro lado, Arendt estaba plenamente convencida de que la filosofía occidental desde Platón ha sido un pesimista culto a la muerte, una auténtica tanatofilia. Su mismo maestro Heidegger había elaborado un impactante  programa filosófico en torno a la finitud y a la mortalidad  humanas.

Por su amor al mundo es que Hannah  Arendt rechaza lo que se ha dado en llamar:

      … la metafísica de la muerte sobre la que crece el pensamiento de occidente[2]

      El totalitarismo es analizado por Arendt en su famosa obra Los orígenes del totalitarismo[3] en la cual reflexiona sobre el nacionalsocialismo y también sobre el periodo estalinista en la Unión Soviética. Le parece que los totalitarismos deben explicarse dado que no hay precedentes semejantes en la historia de la humanidad. Son producto directo de la modernidad  y no han sido gestados fuera sino dentro de la misma civilización occidental.

      La modernidad trajo sobre los hombres aislamiento y soledad al destruir la esfera de acción ciudadana, sustituyéndola por la esfera de acción gubernamental con su propaganda masificadora. Aislados y solos los hombres perdieron interés por lo genuinamente político (cívico, dirían otros). Lo que sobrevino después sólo fue la consecuencia lógica del estado de cosas: la aparición de regímenes de dominación total que institucionalizaron el empleo del terror indiscriminado.

Ahora bien a Arendt le parece que la experiencia de los totalitarismos nos ha dejado entre manos una brasa ardiente: La de tener que ocuparnos de la vida. No de la vida en general. No de la vida biológicamente entendida. Más bien ocuparnos de la vida como algo decididamente humano y, lo que es más importante, ocuparnos de la vida como algo nuestro.

      La filosofía como culto a la muerte es, a la vez, criticada por Arendt para dar paso a una filosofía en pro del nacimiento, a favor de la vida como inicio de novedad. Esto es vital  porque si en la muerte y por la muerte somos todos igualados es el nacimiento el que nos provee la ocasión de diferenciarnos. Esta filosofía de la natalidad es más bien un canto a la vida y una oda  a la acción creadora.

      Hannah Arendt propone un rescate de la esfera de la acción cívica, en la cual los seres humanos actúen verdaderamente, construyan efectivamente en cooperación con los demás, su vida; esa vida singular que al momento de nacer era un mandato: “Sé tú mismo”.

      Esto es lo que, lamentablemente, los filósofos profesionales han olvidado. De tanto reflexionar sobre el mundo se han olvidado que estamos aquí para celebrar la vida, la vida de cada quien. Semejante olvido ha llegado al colmo de tornarse desprecio. Por ello, afirma la Arendt, no siempre los filósofos profesionales merecen nuestra confianza. Se lo confesó en una carta a su marido Heinrich Blüchner, después de instalarse en Berkeley como profesora visitante:

De vez en cuando debemos tratar con los intelectuales para darnos cuenta de a dónde no queremos volver bajo ningún concepto.[4] 

Vale la pena recordar, así mismo, la opinión que respecto a la filosofía y a la filosofía política tenía Hannah Arendt: 

En una entrevista con el famoso entrevistador alemán Günter Gaus, en el programa Zur Person, dijo en 1964: No soy una filósofa… Quiero mirar la política con ojos despejados de filosofía.

Lo que ella deseaba profundamente era alejarse de esa intelectualidad responsable, junto a la chusma, de los desmanes del totalitarismo. Intelectuales que pusieron al servicio del NO PENSAR todas sus capacidades y que no podían, por ello, enseñarle nada. Esto incluye, por supuesto, a Heidegger, por su compromiso con el nacionalsocialismo hitleriano al que le debió el rectorado de la Universidad de Friburgo que asumió el 27 de abril de 1933.

Puede decirse tajantemente que la Arendt se aleja de la tradición que ha privilegiado la BIOS THEORETIKOS sobre cualquier otra actividad  humana. Oigámosla desde las páginas de La vida del espíritu:

Me he alistado en las filas de aquellos que desde hace ya algún tiempo se esfuerzan por desmontar la metafísica y la filosofía, con todas sus categorías, tal y como las hemos conocido desde sus comienzos en Grecia hasta nuestros días. [5]  

Tal desmantelamiento se impone porque la metafísica ha devaluado la política y el espacio público al aplicarles criterios de la THEORIA  (visión mental) y ha reducido la PRAXIS  a la POIESIS, al ποιέω o “creación.”

El primer claro ejemplo de ese proceder equivocado lo constituye Platón. Al proponer que el filósofo EN COMPLETA SOLEDAD, después de abandonar la caverna, se dedica por entero al descubrimiento de la “verdad”.

Muy diferente era lo que ocurría en el tiempo anterior a Platón porque entonces no se buscaba la inmortalidad en el contacto con las IDEAS (eternas) sino en la FAMA pues así, las gestas humanas, los hechos se conservaban  para la posteridad. No había separación entre ACCIÓN y DISCURSO. Eran lo mismo. La metafísica, lamenta Arendt, priorizó la contemplación y la reflexión sobre el mundo dejando a un lado la ligazón entre palabra (discurso) y acción. Por otro lado la POLIS pre-filosófica, pre-platónica, exigía la presencia de los demás; de una pluralidad; de todos los “mortales”; de un espacio ENTRE los hombres.

Entonces, como agregado, la DOXA  y la APARIENCIA (rechazadas ambas  por Platón) eran importantes pues cada quien veía el mundo desde su propia posición (DOKEI MOI = lo que me aparece a mí). Lo público era lo que auténticamente diferenciaba y a la vez unía a los hombres. En La condición humana expone que:

La palabra “público” significa dos fenómenos estrechamente relacionados, si bien no idénticos por completo.

En primer lugar significa que todo lo que aparece en público puede verlo y oírlo todo el mundo y tiene la más amplia publicidad posible.

En segundo lugar, el término “público”  significa el propio mundo, en cuanto es común a todos nosotros y diferenciado de nuestro lugar poseído privadamente en él.[6]

    Arendt acusa a Platón de querer imponer una TIRANÍA de la VERDAD y denuncia a su vez a los regímenes TOTALITARIOS de oponerse a la pluralidad. En ambos casos se comete el error de colocar el poder, la autoridad, el monopolio de la fuerza, como principio y punto de arranque. La lógica derivación es la exigencia de la obediencia, del sometimiento y de esa forma, afirma Arendt, se distorsionó totalmente el escenario de la política.

      En la modernidad el proceder no fue mejor. Los filósofos de nuevo cometieron el error de colocar como marco de referencia la idea de NATURALEZA y se olvidaron del ser humano. Al hacerlo usaron categorías, argumentos y métodos acordes con el marco referencial natural. Por ejemplo, consideraron al hombre como definido de antemano por una NATURALEZA. Eso hicieron, entre otros,  Jean-Jackes Rousseau  y Thomas Hobbes. Pero una filosofía que parte de la naturaleza está incapacitada para acercarse al mundo humano y a lo que allí acontece. De modo que los modernos, además,  procedieron igual que lo había hecho Platón: tomaron  la actitud de espectadores de lo humano, considerándolo desde fuera, y alejándose de la contingencia existencial humana.

Su crítica a la filosofía política es una crítica al racionalismo en política. Quizás por ello distinguió siempre a los filósofos políticos de los escritores políticos (Maquiavelo, Tocqueville, Jefferson, Paine, etc.) con quienes sí se sentía identificada.  

Los filósofos políticos se han dejado llevar por el interés de encontrar a toda costa una verdad intemporal. Han enfatizado sobremanera la vida contemplativa olvidándose de la vida activa. Arendt aclara las diferencias entre esas dos clases de vida. Recurriendo a Hugo de San Víctor nos recuerda que:

Duae sunt vitae, activa et contemplativa. Activa est in labore, contemplativa in requie. Activa in publico, contemplativa in deserto. Activa in necesitate proximi, contemplativa in visione Dei.[7]

Aclara, Arendt a continuación de la cita anterior que recordar a San Víctor es constatar que el énfasis en la contemplación como el estado más elevado del espíritu, como ideal de vida, es algo tan antiguo como la misma filosofía occidental.

Este optar por la vida contemplativa ha conducido, por otra parte, a ignorar aquellas cuestiones que tienen que ver NO con la verdad sino con el SENTIDO o el SIGNIFICADO que a Arendt le parece que es lo esencial en los asuntos humanos. Afirma en La vida del espíritu:

…la necesidad de la razón no está guiada por la búsqueda de la verdad, sino por la búsqueda de significado. Y verdad y significado no son una misma cosa. La falacia básica, que prima sobre las otras falacias metafísicas, consiste en interpretar el significado según el modelo de la verdad.[8]

El discurso a elaborar, por consiguiente,  es un discurso de sentido o significado, partiendo de preguntas existenciales que den cuenta de nuestra experiencia, de todo aquello que nos da qué pensar. En otras palabras un discurso que nos permita comprender y COMPRENDERNOS a nosotros mismos. Lamentablemente hay que decir que no sólo los filósofos profesionales se han olvidado del sentido y la comprensión sino que también lo hacen, en general, los llamados científicos sociales.

Arendt entiende que el sentido, el significado de la política es la LIBERTAD. Afirma en La condición humana:

Con la creación del hombre, el principio del comienzo entró en el propio mundo, que, claro está, no es más que otra forma de decir que el principio de la libertad se creó al crearse al hombre, no antes. … El hecho de que el hombre sea capaz de acción significa que cabe esperarse de él lo inesperado, que es capaz de realizar lo que es infinitamente improbable.[9]

La lectura de lo que ocurre en el subcontinente latinoamericano revela que el riesgo de perder la libertad es elevado. La politiquería y el énfasis en lo que Arendt denomina lo social han provocado que lo genuinamente político desaparezca. Desde la experiencia arendtiana esto constituye el primer paso hacia el totalitarismo. Habrá que agregar a ello la labor de intelectuales, académicos, filósofos y científicos orientada a justificar, avalar y defender regímenes dictatoriales de cualquier laya.

Ni siquiera hemos sido capaces de aprender del pasado porque todo aprendizaje pasa primero por la comprensión y el sentido. Al no tener la experiencia de la comprensión y del sentido hemos sido incapaces de darnos cuenta que no hacemos sino repetir nefastos experimentos que en otras sociedades, como la alemana, se ejecutaron  cobrando un elevado precio en vidas humanas y sufrimiento indecible. Pero que finalmente se abandonaron y dieron paso a la reafirmación de la vida y al rescate del mundo entendido como todas esas cosas que unen y relacionan a los hombres.

 Entre otras cosas nos urge en Latinoamérica recuperar el espacio político para poder recuperar todas esas cuestiones que constituyen el mundo, nuestro mundo. El mundo que todos compartimos y que estamos destinados a construir cotidianamente con nuestros actos y decisiones. El mundo que, al marcharnos de él, deberíamos  dejar en mejores condiciones que como lo encontramos. Mundo que hemos enajenado hoy por hoy pues lo hemos abandonado, cómodamente, en manos de los partidos políticos y sus oficiales aspirantes a gobernar.

 En el verano de 1950, finalizaba Hannah Arendt el Prólogo a la primera edición norteamericana de su obra Los orígenes del totalitarismo, con estas palabras:

…la dignidad humana precisa de una nueva salvaguardia que sólo puede ser hallada en un nuevo principio político, en una nueva ley en la Tierra, cuya validez debe alcanzar esta vez a toda la Humanidad…[10]



[1] Véase: Prinz, Alois, La filosofía como profesión o el amor al mundo. La vida de Hannah Arendt, Editorial Herder, Barcelona, 2001; también, Bárcena, Fernando, Hannah Arendt: Una filosofía de la natalidad, Editorial Herder, Barcelona, 2006.

[2] Cavararo A., Decir el nacimiento en Traer al mundo el mundo, Ed. Icaria, Barcelona, 1996.

[3] Grupo Santillana de Ediciones, S. A., España, 2001 (3ª. ed.).

[4] Prinz, Alois, op. cit., p. 172.

[5] Arendt, Hannah, La vida del espíritu, Ediciones Paidós Ibérica, S. A., Barcelona, 2002. p. 231.

[6] La condición humana, pp. 59 y 61.

[7] La vida del espíritu, p. 32.

[8] La vida del espíritu, p. 42.

[9] Arendt, Hannah, La condición humana, Ediciones Paidós Ibérica, S. A., Barcelona, 1993. pp. 201- 202.

[10] Los orígenes del totalitarismo, Taurus Grupo Santillana de Ediciones, S. A., Madrid, 2001 (3a. ed.), p. 11.

*Ponencia presentada en el Congreso Centroamericano de Filosofía Latinoamericana, 9-11de septiembre de 2010, Antigua Guatemala, Guatemala.

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