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MAS ALLA DE LA OPOSICIÓN ENTRE LO APOLINEO Y LO DIONISIACO.

ANOTACIONES SOBRE EL ORIGEN HISTORICO DE LA FILOSOFIA

Históricamente, el comienzo del conocimiento filosófico se sitúa en el intento de la élite de las tribus indoeuropeas, que conquistaron el territorio que comprendía la Hélade, por superar la oposición entre el panteón, o tradición mítica sobre lo divino del cual ellos eran portadores, y el propio de las poblaciones neolíticas egeas a las que invadieron en la cuenca mediterránea[1].

⸹1. Las comunidades neolíticas egeas

El generalizado culto al arquetipo de la Gran Madre dentro de las comunidades de la cultura cretense de Minos, en la parte oriental del que los romanos llamaron con total desenfado mare Nostrum, se remonta hasta las personificaciones prehistóricas de las fuerzas de la naturaleza que simbolizan la fertilidad y que fueron prácticas de curso común para el hombre que en plena edad de piedra vivía refugiado en las cavernas[2]. Así, pues, el hombre del Paleolítico Superior (aproximadamente desde el 33000 a. C., en un espacio que se extiende desde los Pirineos hasta los Urales) adora divinidades femenino-maternas que, al tiempo que dominan también encarnan energías de la naturaleza contenidas en el seno de las profundidades de la tierra, mismas que representan en el vientre abultado, los pechos alargados y las abundantes reservas grasientas de las sentaderas (¡esteatopigia!) en estatuillas de mujeres desnudas, sin dejar de mencionar vulvas y conchas, constituyen elementos que abonan la sospecha que, para las creencias de los trogloditas, la mujer que en la cueva (símbolo del útero de la Gran Diosa Madre que da y mantiene la vida) prepara los alimentos, dirige además, mediante ritos mágicos relacionados con los poderes de la fecundidad, la suerte de las actividades masculinas de la caza, pesca y recolección[3]. El propio culto a los muertos practicado en el período referido, con inhumación del cadáver en posición fetal, contiene mudo testimonio de la concepción del hombre primitivo que consideraba la realidad circundante sometida a poderes femeninos omnipresentes que significan la naturaleza, la vida, la muerte, pero, a la vez, determinan el ciclo del destino del varón y la dinámica del devenir, protegiendo la actividad del cazador, propiciando asimismo la abundancia de la recolección y, por supuesto, el pacífico retorno a la entrañas de la tierra como última morada[4].

     El substrato originario de la experiencia matriarcal se mantiene con el predominio femenino de las invenciones que dieron paso a la revolucionaria aparición del neolítico[5]. Y es que son obra de la mujer grandes inventos de la antigüedad como la agricultura (trigo, arroz), la domesticación de animales, el tejido, la cerámica[6]. Las poblaciones aborígenes mediterráneas poseen una estructura psicosocial impregnada tan profundamente por los rasgos tan del arquetipo[7] de la Gran Madre que la hegemonía de la mujer sobre el varón se refleja no tanto en una superioridad similar a la de una amazona que ejerciera el poder del colectivo, cuanto en el hecho de que la transmisión de los bienes y de los lazos de consanguinidad se realiza por línea materna (“derecho materno”)[8]. Bajo la égida de la figura geométrica del círculo, distintivo de Delphis o seno materno que a semejanza del ámbito infinito (apeiron), omniabarcante y divino de la naturaleza (Physis), del que como origen (arkhé) todo procede, pero al que también todo retorna, el devenir cíclico conocido con el nombre de ananke o Moira es el destino que determina, mediante sorteo, el lote (de ahí proviene el término lotería) que corresponde (isomoiría) a cada uno de los miembros de la fratría, la cual dispone en el vínculo sanguíneo materno del único criterio del que se puede tener completa certeza del parentesco en hermandad que les une dentro de las relaciones primarias inherentes al grupo familiar y a los componentes comunales de la organización tribal[9]. Pues bien, el tipo de agricultura de jardín (la de la azada), léase aquella que no emplea forma alguna de tecnología, ni siquiera la del arado más rudimentario, como la utilizada por las antiquísimas comunidades campesinas asentadas en la zona del Egeo, con niveles de producción muy bajos que apenas alcanzaban para el consumo de alimentos y que, en el mejor de los casos, daba cabida para un pequeño intercambio local, obviamente sería ejercida al interior de los estrechos límites del intercambio incipiente que funciona sobre la base del trueque[10].  A nivel psicológico, filogenética (evolución de los phyla) y ontogenéticamente (desarrollo individual) la urdimbre fundamental comparece como fusión indiferenciada, totalizante y sobreprotectora de la madre con el niño, la que al brindar seguridad y satisfacer las necesidades del infante, configura la instancia inconsciente de la visión afectiva, no racional, la sensibilidad (aisthesis), característica del cerebro interno (paleocórtex)[11].

     Los más antiguos habitantes de la isla de Creta, como los de la Grecia continental y sus descendientes (pelasgos)[12], profesaron religiones que consistían en cultos a la fertilidad de la tierra (Geo-Gaia, Kton) que representaban con divinidades femeninas, sobre todo, y masculinas de la naturaleza[13]. La veneración cretense de la diosa de la caza “Dueña de los Animales” inspiró el culto de los colonos griegos de Asia Menor hacia la Gran Madre a la que invocaron con el nombre de Artemis. Dionisos o Baco es el mejor ejemplo de una divinidad masculina a la que los agricultores de primera hora en Grecia, supuestamente tomándolo de los tracios[14], dedicaron ritos a un dios que auspiciaba la fecundidad[15]. En función del propósito que aquí se persigue, es menester destacar los componentes acusadamente femeninos de las ceremonias celebradas en honor de Baco, que tienen relación con la danza de las sacerdotisas de la mencionada divinidad, más conocidas como Ménades, en el transcurso de la cual, presas de un frenesí por el que suponían la posesión (enthousiasmós) de ellas por parte de Baco, despedazaban pieza a pieza un animal, cuya carne consumían completamente cruda. Dicho estado eufórico, presumiblemente inducido en parte por la ingesta de cerveza y/o vino, podía cobrar tal grado de intensidad como para que, durante varias noches, numerosos grupos de mujeres se entregaran a él en las colinas[16]. Acto sumamente salvaje no careció de relato mítico que lo justificara. Juzgaban las bacantes que reconstruían con las dadoforias los hechos narrados por la leyenda (existían diversas versiones de la misma) que la trama escenificada guardaba relación con la muerte de Dionisos: este cuando todavía era un infante, una vez recibido de su padre Zeus el mandato de gobernar el mundo, fue objeto de persecución de los Titanes, los que lo atraparon en el instante en que se transformó en toro, en medio de varias tentativas por escapar. A continuación, le infligen la muerte, descuartizándolo, para poderlo devorar después. Entretanto, Palas Atenea consiguió arrebatarles el corazón de la víctima para entregárselo a Zeus, quien lo come para dar nuevo nacimiento a Dionisos, castigando asimismo el asesinato perpetrado por los Titanes al fulminarlos con el rayo. Naturalmente la acción de los Titanes no fue porque sí. Obedeció a las instigaciones de la consorte de Zeus, Hera, que de ese modo procuraba vengar la afrenta de la infidelidad de su marido, mismo que engendró a Dionisos mediante relación incestuosa con su hija Perséfone[17].

⸹2. Irrupción de los conquistadores indoeuropeos

Por lo pronto, y para los efectos que aquí convienen, resulta oportuno indicar que tanto las ciudades-estado griegas, de la misma manera que el imperio romano, a los que es preciso agregar el reino de los hititas y los imperios persas, forman parte de la empresa conquistadora de los pueblos guerreros llamados indoeuropeos[18]. Estos últimos constituyen un nutrido grupo de tribus que habitaron las llanuras euroasiáticas (al norte del mar Negro, del mar Caspio y del Cáucaso) hacia el cuarto milenio a. C.[19] De la existencia de estos pueblos comenzaron a ser conscientes, en la segunda mitad del siglo dieciocho y primera del diecinueve, estudiosos de la lingüística comparada como William Jones, Rasmus Rask y Franz Bopp, al advertir el parentesco de la lengua griega con otras ya desaparecidas (latín,  sánscrito) o todavía vivas (neolatinas, germanas, eslavas)[20]. Para ilustrar con sencillos ejemplos, tomemos, en primer lugar, el caso del dúo pater-mater en el que fácilmente se puede detectar las asombrosas semejanzas fonéticas en esta familia de lenguas: padre en indoeuropeo es pter, pater en griego y en latín, father en inglés, vater en alemán; madre en sánscrito es matar, meter en griego, mater en latín, mother en inglés, mutter en alemán, mat’ en ruso. Las palabras dios y día (deus, dies en latín), en el indoeuropeo corresponden a deiwos y dye, variantes ambas de deiw (“brillar”)[21]. La arqueología, por su parte, no queda a la zaga al arrojar pruebas acerca de la presencia de estos grupos en tiempos prehistóricos[22]. El nombre de indoeuropeos les viene del hecho que de modo especial invadieron y organizaron cultural[23], religiosa[24], económica[25] y políticamente[26] las poblaciones autóctonas que ocupaban los territorios de lo que hoy conocemos como el valle del Indo[27] y el continente europeo, si bien su movimiento en dirección este los llevó al lejano Turquestán chino, igual que a Persia[28], Egipto y Mesopotamia[29]. Los desplazamientos por tan vastas zonas jamás habrían tenido lugar si en ellos la domesticación del caballo como medio de transporte no hubiese tenido su primera experiencia, así como tampoco hubieran podido someter a brutal esclavitud las comunidades agrícolas que avasallaron de no estar en posesión y dominio pleno de las armas de bronce, primero, y de hierro, después[30]. Militarmente, entonces, introducen la caballería con los kassitas en el siglo XVII a. C.[31] Forjan las ruedas, los ejes de los carros de guerra, las herraduras ecuestres, espadas, lanzas, hachas y flechas con el hierro abundante en Europa central y en los países balticos[32]. Dedicados a las labores del pastoreo y de la agricultura con anterioridad a la sujeción que ejercieron sobre los habitantes de las fértiles zonas de las altas culturas neolíticas, los indoeuropeos también emplearon el material metálico (bronce, hierro)[33] para la fabricación de aperos de labranza: aradas, palas y picos, por ejemplo, que, al aumentar la producción de alimentos, propició un incremento de la población, e instrumentos de otra clase tales como grúas, acueductos, norias y monedas[34]. Con todo, el escarpado relieve de la Hélade, como es su oportunidad se indicó, fue ocupado desde el siglo XX a. C., por tribus indoeuropeas. En efecto, sucesivamente invasores rubios proto-helenos de la región septentrional de la península euroasiática se asentaron en el accidentado territorio continental e insular de Grecia[35]. Solo para mencionar los más conocidos al lector medianamente familiarizado con la agitada historia de Grecia, a los jonios cupo la responsabilidad del primer aluvión que se estableció en el Atica 2000 a. C.[36] En el siglo XVII a. C. sobrevino la incursión aquea que desplazó a los jonios, obligándolos a huir hacia el litoral del mar Egeo, fundando la región griega del Asia Menor[37]. Coincidiendo con el auge de la metalurgia broncínea, los aqueos implantaron en el siglo XIV a. C., un imperio de considerables proporciones[38]. Hacia el siglo XII a. C. irrumpieron los dorios ante quienes sucumbieron los aqueos debilitados por la guerra contra Troya[39]. Si bien los invasores dorios ocuparon todo el territorio griego, el impacto de su presencia fue mayor en el área del Peloponeso y de la Magna Grecia (el sur de Italia y Sicilia)[40]. De modo que, como afirma Andrés Ortiz-Osés, “Nuestra civilización occidental emerge a partir del segundo milenio a. de J. C. con la invasión indogermana bárbara, que, procedente del Cáucaso y del Danubio, inunda bélicamente el sur de Europa arrasando la prodigiosa civilización” mediterránea de signo matriarcal. Según G. Thomson, los indoeuropeos, frente a la diosa que representa a la Gran Madre Tierra personificada en Deméter y su religión dionisíaca, exultativa de la potencia genesíaca sexual, de la fecundidad y fertilidad -atributos omniconstantes en todas las civilizaciones de la Gran Madre- imponen un dios guerrero, fálico, agresivo, patriarcal, racionalista: Zeus. Frente a los dioses terráqueos vitalistas: Dionisos, vence la razón. Apolo.”[41]

 

 

                                                                                           Por José Antonio Romero Herrera.



[1] Cf. DOOYEWEERD H., Las Raíces de la Cultura Occidental. Las opciones pagana, secular y cristiana = Biblioteca de Filosofía Cristiana 1, CLIE, Terrassa (Barcelona) 1998, 16, 18, 19, 20; DUCH Ll., Mito, interpretación y cultura. Aproximación a la logomítica, Herder 1998, 156-157, 158; DUSSEL E., El dualismo en la antropología de la cristiandad. Desde los orígenes hasta antes de la conquista de América, Guadalupe, Buenos Aires 1974, 21; IDEM, Historia General de la Iglesia en América Latina I/1. Introducción General a la Historia de la Iglesia en América Latina, Sígueme, Salamanca 1983, 154-155; GARAGALZA L., Introducción a la hermenéutica contemporánea = Autores, Textos y Temas HERMENEUSIS 18, Anthropos 2002, 55, 136, 137, 170; GUTIERREZ S., “El matriarcalismo vasco”, en Anthropos 3 (Caracas 1981) 80; MAYR F. K., “Filosofía y cultura: las categorías matriarcal – patriarcales”, en Estudios Filosóficos 93 (1984) 207, 208, 215; IDEM, La Mitología Occidental = Autores, Textos y Temas HERMENEUSIS 5, Anthropos, Barcelona 1989, 7, 8, 16, 17, 19, 20, 60; MORENO A., ”De la matrisocialidad a la matrirracionalidad, en Anthropos  28 (Barcelona 1994) 93; ORTIZ-OSES A., “La familia entre patriarcalismo y matriarcalismo: la rebelión de las fratrías”, en Anthropos 2 (Caracas 1981) 85; IDEM, “Sentido y lenguaje. Para una ontología hermenéutica”, en Anthropos 6 (Caracas 1983) 7, 8, 17; IDEM, “Visiones del Mundo (historia hermenéutica del sentido)”, en IDEM – LANCEROS P. (eds.), Diccionario Interdisciplinar de Hermenéutica = Serie Filosofía 26, Universidad de Deusto, Bilbao 32001, 804, 806.

 

[2] Como escribe Jorge Martínez Penna: “Basándose en el mencionado carácter naturalista de la religión minoica y en el hecho que la importancia de la divinidad femenina derive quizá de las primitivas estructuras religiosas del Neolítico, que situaban a la gran Diosa Madre en el centro del sistema, una tendencia de la investigación moderna insiste con fuerza en la existencia de ritos agrarios, destinados a impulsar la revitalización de la naturaleza. Tomando como ejemplo las contemporáneas religiones orientales, se admite con cierta facilidad que en Creta existía asimismo una gran diosa de la naturaleza que periódicamente se unía en una hierogamia o matrimonio sagrado a un dios masculino de similares características con la finalidad de propiciar la fertilidad de los campos. Esta referencia al ciclo de la vegetación, que tras permanecer oculta durante el invierno renace con la primavera, se completaría con el mito del dios masculino que muere y luego resucita, cuya representación se incluiría en el ritual agrario mencionado. Esta gran diosa de la naturaleza, cuyo nombre se desconoce, tendría como paredro a una divinidad masculina -según algunos se trataría de Velkhanos- posteriormente identificada con Zeus, nacido según la tradición en Creta y que se presentaba bajo forma de un dios joven; Zeus disponía de una cofradía sacerdotal de danzantes, los Curetes, cuyos gestos y saltos irían dirigidos a propiciar la fertilidad en todas sus manifestaciones (tierra, ganado, hombre); todavía en época histórica se enseñaba en Creta la tumba de este Zeus, muestra de su antiquísima personalidad como dios que muere y que renace. Sin embargo, justo es reconocer que de tales rituales nada se documenta en el material arqueológico disponible, por lo que si bien esta reconstrucción es perfectamente posible dentro de lo que se conoce del ambiente religioso cretense, no deja de constituir un ejemplo más de las graves dificultades existentes para el estudio de esta civilización” (BLAZQUEZ J. M. – MARTINEZ-PENNA J. – MONTERO S., Historia de las Religiones Antiguas. Oriente, Grecia y Roma, Cátedra, Madrid 21999, 220-221. Cf. GUTIERREZ S., op. cit., 81; MAYR F., La Mitología Occidental, 108, 153; ORTIZ-OSES A., “Visiones del Mundo (historia hermenéutica del sentido)”, 802.

   

[3] Con palabras de Fernand Braudel: “[…] ¿Y qué hay más antiguo que la diosa madre, reina de la Naturaleza, con su evolución habitual hacia la pareja diosa y dios (un dios siempre insulso), o hacia la trinidad que asocia el niño? El sexto milenio en Çatal Höyük, era ‘monoteísta’ a este respecto, y también los cazadores de la piedra que reverenciaban a las ‘venus’ del Gravetiense. El Egeo que lo recibió todo de la Anatolia neolítica y no de las civilizaciones densas de Mesopotamia o de Egipto, permaneció fiel a la diosa fecunda de los primeros agricultores, en lugar de adoptar el panteón múltiple de civilizaciones más evolucionadas, en los que por primera vez dioses masculinos arrinconaron a las diosas” (BRAUDEL F., Memorias del Mediterráneo. Prehistoria y antigüedad, Cátedra, Madrid 1998, 147. Cf. GUTIERREZ S., op. cit., 81, 82, 84; MAYR F. K., op. cit., 153; ORTIZ-OSES A., op. cit., 802.

 

[4] Cf. GOMEZ-TABANERA J. M., “Prehistoria (mitos y creencias)”, en ORTIZ-OSES A. (ed.), op. cit., 648, quien llama la atención acerca de la forma en que Ortiz-Osés sobredimensiona los puntos de vista que expone en relación con la cuestión tratada; GUTIERREZ S., op. cit., 84.

 

[5] En este sentido subraya Luis Garagalza: “Este ‘estrato’ al que llamaremos Edad de la Diosa, se extiende desde el tercer milenio antes de Cristo, en el que tiene lugar la expansión de los indoeuropeos, hasta la revolución que tuvo lugar entre los años 9000 y 7000 a. C. en relación con el descubrimiento y desarrollo de la agricultura. Todas las culturas pertenecientes a este estrato, entre las que se encontraría el complejo que M. Gimbutas llama ‘la civilización de la Vieja Europa’, se caracterizan por la abundancia de testimonio sobre la importancia de la diosa, en relación a la cual la figura masculina ocupa un lugar tan secundario que, cuando no está ausente, comparece como un muchacho, hijo y/o amante de la diosa, que muere y resucita periódicamente” (GARAGALZA L., op. cit., 187). Cf. GOMEZ-TABANERA J. M., op. cit., 648, 649; MAYR F. K., op. cit., 108.   

[6] Cf. LAMO DE ESPINOSA E. – GONZALEZ GARCIA J. M. – TORRES ALBERO C., La sociología del conocimiento y de la ciencia = Alianza Universidad Textos 147, Alianza, Madrid 1994, 30; GUTIERREZ S., op. cit., 84, 86.

 

[7] Naturalmente el término arquetipo se maneja en el presente estudio en el sentido empleado por Carl Jung, el cual lo entiende como símbolo transformador de la actividad vital humana, que imprime una huella (engrama) en el sistema nervioso, configurando de ese modo el inconsciente colectivo femenino, adquirido por vía filogenética y constituido por un patrón connato. Cf. GARAGALZA L., op. cit., 91; LORITE MENA J., “Hombre”, en ORTIZ-OSES A. – LANCEROS P. (eds.), op. cit., 314; MAYR F. K., op. cit., 20; ORTIZ-OSES A., “Jung y Eranos”, en IDEM – LANCEROS P. (eds.), op. cit., 418; IDEM, “La familia entre patriarcalismo y matriarcalismo”, 86.

 

[8] Cf. GUTIERREZ S., op. cit., 79; ORTIZ-OSES A., “La familia entre patriarcalismo y matriarcalismo”, 84.

 

[9] Cf. DOOYEWEERD R., op. cit., 16, 18, 19, 29, 30, 37, 148, 149; GUTIERREZ S., op. cit., 85; MAYR F. K., op. cit., 14, 15, 18, 26, 28, 63; IDEM, “Filosofía y cultura: las categorías matriarcal – patriarcales”, 208, 209, 210, 212, 213, 218; ORTIZ-OSES A., “La familia entre Patriarcalismo y Matriarcalismo”, 84, 85; IDEM, “Sentido y lenguaje. Para una ontología hermenéutica”, 7; ZARRAGA OLAVARRIA C., “La hermenéutica antropológica en la perspectiva latinoamericana”, en Anthropos 4 (Caracas 1982) 54.

 

[10] Sobre el particular comenta Fernand Braudel: “Más que el éxito, en el tercer milenio, del burro de carga (llegado de Africa a través de Egipto), el paso decisivo, en Mesopotamia, se dio al enganchar los bueyes al carro y al arado, especie de azadón tirado por una yunta, el arado, una simple reja, se identifica en Mesopotamia en sellos del cuarto milenio, pero podrían haber existido mucho antes arados de madera con punta de metal, e incluso de sílex, incluso en el Creciente Fértil. En Egipto, donde el arado aparece en el cuarto milenio, el grano se siembra a voleo, se entierra con el laboreo o con el paso de los animales; en el segundo milenio, en Mesopotamia, se fijará una especie de depósito vertedor al mando del arado: el grano cae en el surco que se abre, y una rastra posterior lo cubre. ¿Hay que hablar de revolución del arado? Sería tentador. El resultado es una aceleración, una extensión de los cultivos, incluso en tierra mediocres, una mayor facilidad para cultivar un mismo campo practicando un barbecho corto. El barbecho largo, productor de árboles o de arbustos es obra del fuego. Este no destruiría la hierba que cubre el barbecho corto. Hace falta un arado para desherbar. Estos progresos supusieron un aumento de las bocas para alimentar, a menos que no haya sido ésta la causa que exigió una nueva técnica. Otra consecuencia: las mujeres habían reinado hasta entonces sobre los campos y jardines de cereales, que dependían de su trabajo con la azada y de sus cuidados. El hombre se había dedicado a la caza, y después a la ganadería. Ahora le vemos apoderarse del arado, conducirlo. La sociedad pasa así del matriarcado al patriarcado; del reinado omnipresente, obsesivo de las diosas madres, de los cultos inmemoriales de la fecundidad a cargo de sacerdotisas en comunidades neolíticas, a los dioses y sacerdotes que dominarán en Sumer y Babilonia. ¡Menudo ejemplo de determinismo si así fuera! No obstante, la diosa madre conservará un papel importante, incluso después de la aparición del arado de vertedera, y reinará durante mucho tiempo más, en particular en las religiones del Egeo, en Creta y más adelante en Grecia. No cabe duda de que en estos campos la evolución ha sido demasiado complicada y lenta para encerrarse en una fórmula, sea la que fuere. El ganado mayor (burro, buey, luego caballo y camello) tardó siglos en implantarse. El trabajo de los metales, trabajo noble, reservado a los hombres, también hará inclinarse la sociedad y sus creencias hacia el polo masculino, “de una reina como la Tierra Madre -escribe Jean Przyluzki- a un rey como Júpiter”. También harán falta siglos de convivencia social. En el mito babilónico, el dios solar Marduk debe matar al temible dragón femenino, Tiamat, para crear con su cuerpo el cielo y la tierra. Sin embargo, la diosa Inanna seguía siendo en Sumer la reina de la fertilidad, a la que se ofrendaban todos los frutos de la tierra (vaso de Warka)” (BRAUDEL F., op. cit., 76-77). Cf GUTIERREZ S., op. cit., 84-85; MAYR F. K., La Mitología Occidental, 122, 153; ORTIZ-OSES A., “La familia entre patriarcalismo y matriarcalismo”, 85; IDEM, “Sentido y lenguaje. Para una ontología hermenéutica”, 7; ZARRAGA OLAVARRIA C., op. cit., 54.

    

[11] Cf. GUTIERREZ S., op. cit., 85; ORTIZ-OSES A., “La familia entre Patriarcalismo y Matriarcalismo”, 83, 87, 88; IDEM, “Visiones del Mundo (historia hermenéutica del sentido”, 800.

 

[12] Cedamos, una vez más, la palabra al erudito francés: “Tenemos suficiente información sobre la religión de los cretenses para hacernos una idea, pero demasiado poco para hablar de ella con seguridad, para conocer su estructura que sin duda nos daría los secretos mismos de la organización social. Cuando los dioses del Olimpo ocupan Creta -el lineal B habla sobre todo de divinidades aqueas-, cuando Zeus, escapando de su terrible padre, comedor de niños, Cronos, se refugia en la gruta sagrada del monte Ida, nos empieza a sonar una mitología familiar. ¿Y antes? La mitología en la que el hombre relata las aventuras divinas representándolas a su imagen exige bastantes dioses, comparsas de sus aventuras. No cabe duda de que en la antigua Creta minoica no existen. En los palacios, centro del culto oficial (no hay templos en el sentido moderno, o mesopotámico, o egipcio, de la palabra, en las ciudades cretenses), en los santuarios de las cimas montañosas, las grutas, los bosques sagrados, numerosos objetos tienen un valor religioso: el árbol, el pilar, la doble hacha, los cuernos de toro, los tejidos anudados ritualmente […] Algunos animales son sagrados -la serpiente, la paloma, símbolos de la tierra y del cielo- pero solo se afirma una divinidad, la diosa madre omnipresente que nos hunde en las profundidades de las mentalidades primitivas, de la infancia de las religiones. Viene directamente de las diosas adiposas del primer Neolítico cretense, que sostienen sus senos con las manos unidas, evidentes dispensadoras de fecundidad, es decir, de todos los bienes. ¿Qué puede pedir un pueblo cretense que, al no estar dividido en regiones, en pueblos diferentes y hostiles, no cuenta con una población de dioses locales rivales, salvo que la diosa de la naturaleza proteja los campos, los rebaños, la tierra profunda, el mar inmenso, los animales, los hombres en fin que ha creado, que cure sus males corporales, que parece ser uno de los poderes de la estatua milagrosa de la diosa llamada de las Adormideras?” (BRAUDEL F., op. cit., 146-147). Cf. BRAUDEL F., op. cit., 142; MONTANELLI I., Historia de los Griegos = Ensayo Historia 35, Debolsillo, Barcelona 32004, 23, 27, 28; MORENO A., op. cit., 93; PENAGOS L., Gramática Griega, Sal Terrae, Santander 141973, 3.    

 

[13] Cf. BLAZQUEZ J. M. – MARTINEZ-PINNA J. – MONTERO S., op. cit., 219, 223; BRAUDEL F., op. cit., 132; DOOYEWEERD H., op. cit., 16, 17, 24, 120; GISPERT C. (ed.), Mentor Enciclopedia de Ciencias Sociales Océano, Barcelona 2000, 782; JAGUARIBE H., Un estudio crítico de la historia I, Fondo de Cultura Económica, México 2001, 172, 174, 176, 181; POMEROY S. B. – BURSTEIN S. M. – DONLAN W. – ROBERTS J. T., La antigua Grecia. Historia política, social y cultural, Crítica, Barcelona 2001, 61.

 

[14] Presunción infundada que Jorge Martínez-Pinna se apresura a corregir: “El origen de Dionysos sigue siendo motivo de discusión, en la que continuamente se repiten los mismos argumentos sin que parezca que se llegue a una conclusión válida. La antigua teoría, surgida en la escuela alemana de principios de siglo, según la cual Dionisos era un dios relativamente joven en el panteón griego, que se habría introducido desde Tracia, se quebró con el desciframiento de la escritura lineal B y la lectura de su nombre en dos tablillas de Pilos, lo que indicaría la gran antigüedad de este dios. Sin embargo, en un capítulo anterior hacíamos referencia a lo inseguro de tales pruebas, no pudiéndose aceptar sin más la procedencia micénica de Dionysos e incluso de los aspectos centrales de su culto. Estas dudas e incertidumbres que invaden a los modernos a propósito de su origen también afectaban a los antiguos. Como ya se ha dicho, este dios tiene una escasísima presencia en Homero y en general en toda la tradición épica. En la Ilíada (VI, 128-140) se narra el mito de Dionysos y el héroe tracio licurgo, dando a entender que esta divinidad ya estaba integrada en la familia olímpica. Sin embargo, tanto Herodoto (II, 49) como Eurípides (Bacantes 219) se refieren a él como un dios aceptado en el panteón helénico en fechas tardías. Por otra parte, la tradición griega asocia a Dionysos con las regiones de Frigia y de Lidia, y quizá deban relacionarse con el Asia Menor algunos nombres propios y términos vinculados a este dios, como Semele, Bacchus, Thyrsos, etc.” BLAZQUEZ J. M. – MARTINEZ-PINNA J. – MONTERO S., op. cit., 255.

 

[15] Cf. RUSSELL B., Obras Completas I. Historia de la Filosofía, Aguilar, Madrid 1973, 29.

 

[16] Cf. ibid., 35, 36, 37, 38, 41.

[17] Cf. TRESMONTANT C., El problema del alma, Herder, Barcelona 1974, 16.

 

[18] Cf. ABBAGNANO N.- VISALBERGHI A., Historia de la Pedagogía, Fondo de Cultura Económica, México 141999, 19; BRAUDEL F., op. cit., 163; CABRAL DEL HOYO R. – LOPEZ CHAVEZ J. – PIMENTEL ALVAREZ J., La fuerza de las palabras. Cómo hablar y escribir para triunfar, Reader’s Digest, México 121989, 30, 31; DUSSEL E., Método para una filosofía de la liberación. Superación analéctica de la dialéctica hegeliana, Sígueme, Salamanca 21974, 208; IDEM, Desintegración de la cristiandad colonial y liberación. Perspectiva latinoamericana, Sígueme, Salamanca 1978, 37, 38, 94; IDEM, Historia General de la Iglesia en América Latina, 158; IDEM, Filosofía de la producción, Nueva América, Bogotá 1984, 32; IDEM, “Cultura latinoamericana y filosofía de la liberación. Cultura popular revolucionaria, más allá del populismo y del dogmatismo”, en III Congreso Internacional de Filosofía Latinoamericana. Ponencias, USTA, Bogotá 1985, 72; IDEM, Hacia una Filosofía Política Crítica = Palimpsesto Derechos Humanos y Desarrollo 12, Desclée de Brouwer, Bilbao 2001, 364; GISPERT C. (ed.), op. cit., 782; GUTIERREZ S., op. cit., 80; JAGUARIBE H., op. cit., 175, 178, 188, 191, 194, 195, 196; IDEM, Un estudio crítico de la historia II, Fondo de Cultura Económica, México 2002, 15, 88, 90; MAYR F. K., “Filosofía y cultura: las categorías matriarcal – patriarcales”, 207; IDEM, La Mitología Occidental, 17, 60, 117, 149, 191; MORENO A., “De la matrisocialidad a la matrirracionalidad”, 92-93; ORTIZ-OSES A., “La Familia entre Patriarcalismo y Matriarcalismo”, 85; IDEM, “Sentido y lenguaje, Para una ontología hermenéutica”, 4, 8; IDEM, “Visiones del Mundo (historia hermenéutica del sentido)”, 804, 828; PACKER J. I. – TENNEY M. C. – WHITE W., Enciclopedia Ilustrada de Realidades de la Biblia, Caribe, Miami 2002, 146; POMEROY S. B. – BURSTEIN S. M. – DONLAN W. – ROBERTS J. T., op. cit., 49.

  

[19] Como confirma CRYSTAL D., The Cambridge Encyclopedia of Language, Cambridge University Press, Cambridge (UK) 22000, 298: “‘Indo-European’ is the name scholars have given to the family of languages that first spread throughout Europe and many parts of southern Asia, and which are now found, as a result of colonialism, in every part of the world. The parent language, generally know as ‘Proto-Indo-European’, is thougt to have been spoken before 3000 BC, and to have split up into different languages during the subsequent millennium. The differences were well established between 2000 and 1000 BC, when the Greek, Anatolian, and Indo-Iranian languages are first attested.” Líneas abajo Crystal prosigue: “It was not possible to deduce the existence of this family of language until scholars became aware of the systematic resemblances which be found between European languages and Sanskrit, the oldest-attested language of the Indian sub-continent. When these were first noticed, in the 16th century, many people though that Sanskrit was the parent of the European languages; but towards the end of the 18th century the systematic studies began which showed conclusively that this was not the case. Following an early statement of the common origin hypothesis in 1786, by Sir William Jones, the early 19th century produced several major works which laid the foundation of Indo-European philology. In 1816, the German philologist Franz Bopp published a study, whose scope is well illustrated by its title (translated): On the conjugation system of the Sanskrit language, in comparison with those of the Greek, Latin, Persian and Germanic languages. The relationship of Germanic to Latin, Greek, Slavic, and Baltic was demonstrated in a work written in 1814 by the Danish linguist, Ramus Rask, but not pusblished until 1818: Investigation on the Origin of the Old Norse or Icelandic Language. Further philological treatises followed, mainly written by Germans, such as Jacob Grimm and August Schleicher. In 1833, Bopp began the publication of the first major Indo-European grammar: Comparative Grammar of Sanskrit, Zend, Greek, Latin, Lithuanian, Old Slavic, Gothic and German. It took 19 years to complete, and by its third edition incorporated Celtic and Albanian. In due course, this work and its contemporaries became out of date, as a result of the amount of philological study undertaken in the second half of the 19th century. A further publishing landmark was Karl Brugmann’s Outline of Comparative Indo-European Grammar (1897-1916). A new Indo-European Grammar, the outcome of a project directed by the Polish linguist, Jerzy Kurylowicz, commenced publication in 1968.” Cf. BRAUDEL F., op. cit., 161, 162; DUSSEL E., Método para una filosofía de la liberación, 208; IDEM, Desintegración de la cristiandad colonial y liberación, 38, 94; IDEM, Historia General de la Iglesia en América Latina, 158; IDEM, Filosofía de la producción, 33; JAGUARIBE H., Un estudio crítico de la historia I, 178, 194; IDEM, Un estudio crítico de la historia II, 89; MAYR F. K., La Mitología Occidental, 149; MORENO A., op. cit., 92-93; ORTIZ-OSES A., “La Familia entre Patriarcalismo y Matriarcalismo”, 85; IDEM, “Visiones del Mundo (historia hermenéutica del sentido)”, 804; GOMEZ DE SILVA G., Breve diccionario etimológico de la lengua española, Fondo de Cultura Económica, México 22001, 7; PACKER J. I. – TENNEY M. C. – WHITE W., op. cit., 145; POMEROY S. B. – BURSTEIN S. M. – DONLAN W. – ROBERTS J. T., op. cit., 38; SERGENT B., op. cit., 376.

 

[20] Cf. HAYEK F. A., The Fatal Conceit. The Errors of Socialism = The Collected Works I, The University Chicago Press, Chicago 1989, 147; POMEROY S. B. – BURSTEIN S. M. – DONLAN W. – ROBERTS J. T., op. cit., 38; SERGENT B., op. cit., 374.

 

[21] Cf. ALATORRE A., Los 1001 años de la lengua española, Fondo de Cultura Económica 92001, 14; DUSSEL E., Historia General de la Iglesia en América Latina, 159-160; GOMEZ DE SILVA G., op. cit., 221, 226, 428, 510; POMEROY S. B.- BURSTEIN S. M. – DONLAN W. – ROBERTS J. T., op. cit., 38.

 

[22] Según CRYSTAL D., l. cit.: “Archaeological evidence shows the existence of a seminomadic population living in the steppe region of southern Russia around 4000 BC, who began to spread into the Danube area of Europe and beyond from around 3500 BC. The people are known as the Kurgans, because of their burial practices (kurgan being the Russian for ‘burial mound’). Kurgan culture seems to have arrived in the Adriatic region before 2000 BC, and this conincide well with the kind of the time-scale needed to produce large amounts of linguistic change. The ancestors of the kurgans are not known, though there are several similarities between Proto-Indo_European and the Uralic family of languages, spoken further east, and these may well have had a common parent, several thousand years before.” Cf. ABBAGNANO N. – VISALBERGHI A., op. cit., 31; BRAUDEL F., op. cit., 162, SERGENT B., op. cit., 376; THAPAR R., Historia de la India = BREVIARIOS 206, Fondo de Cultura Económica, México 22001, 37.

[23] A diferencia de la estructura psico-social matriarcal de los nativos, los foráneos introducen una experiencia de la unidad familiar centrada en la figura masculina del padre, que desempeña la autoridad suprema, por cuya línea se transmite el linaje a los descendientes y se tejen los rasgos conscientes del neocórtex, es decir, aquellos que consisten en la forma ordenadora (kosmos) del logos racional, los que adicionalmente, tienen en la línea recta (que no retorna a sí misma) el modelo de quien sale al encuentro de la incertidumbre que viene. A decir verdad, en contraste con las primeras oleadas de jonios y aqueos, los cuales, mezclándose con los habitantes vencidos, asimilaron la civilización aborigen de tipo matriarcal, los dorios al arrasar los despojos que de ella quedaban, mantuvieron el legado cultural de sus antepasados de corte más bien patriarcal. Ahora bien, en la base de la potestad del padre se hallaba el campo cercado (según resonará el posterior aforismo jurídico: “las buenas cercas conservan los buenos vecinos”) que es lo mismo que decir la propiedad del territorio habitado por la familia que él encabezaba, pero también el marcaje de las reses ganadas (de ahí la expresión ganadería), realidad patrimonial que en conjunto llegó a constituir la práctica de la isonomía. Dicho de otra manera, la igual condición de sujetos de derechos que disfrutaban los jefes familiares que impedía la sumisión de alguno de ellos a la jurisdicción de los demás. Cf. DOOYEWEERD H., op. cit., 25; MAYR F. K., “Filosofía y cultura: las categorías matriarcal – patriarcales”, 212; MORENO A., op. cit., 92-93; ORTIZ-OSES A., “La Familia entre Patriarcalismo y Matriarcalismo”, 85; POMEROY S. B. – BURSTEIN S. M. – DONLAN W. – ROBERTS J. T., op. cit., 39; RUSSELL B., op. cit., 30; ZARRAGA OLAVARRIA C., op. cit., 53-54.

 

[24] Es cosa averiguada que sobre el grupo humano indo-germano, como en aquellos que desarrollaron concepciones de lo divino completamente distintas, se ha hecho sentir de forma decisiva el peso del medio físico. La visión del mundo de estos pueblos está dominada por lo que para ellos resultó ser la experiencia originaria: la luminosidad diurno solar, que tiene como fondo la bóveda celeste (Urano) en toda su majestuosidad, se proyecta en la estepa infinita y produce en sus pobladores la sensación de que lo divino es “lo visto”, lo que muestra a la luz del día (nótese que en la mitología griega Apolo, hijo de Zeus, es dios de la luz, de la razón). La esencia del hombre también es divina (atman, psyjé, anima, alma), participación finita de lo único que en realidad existe: el Uno Absoluto. Pero la naturaleza y origen del hombre (alma) ha sufrido una escisión por la que al individualizarse desciende dentro de un cuerpo que enajena su condición celestial. El hombre solo puede recuperar el estado inicial perdido despojándose de la camisa de fuerza de los males que lo aprisionan al cuerpo: los deseos y las preocupaciones. En última instancia, para alcanzar el grado de radicalidad requerido, el cuerpo debe destruirse (tómese en cuenta que no se trata de ninguna incitación al suicidio, pues no contiene ningún llamado a privarse de la vida). Razón que explica la arraigada costumbre indoeuropea de cremar el cadáver y no inhumarlo. En perfecto acuerdo con el marco cultural androcéntrico y patriarcal, la divinidad suprema de germanos es varón y padre (Zeus Pater de los helenos, Iupiter de los latinos, Dyaus Pitar de los arios). Poco a poco los dioses masculinos de las huestes triunfadoras sustituyen a las divinidades femeninas de los conquistados, ocupando las posiciones de honor que ellas detentaban o suplantando las funciones que antes correspondía a las mismas. El dato del guerrero nómada pastoril que somete al pacífico agricultor sedentario, más imponiendo que aportando el panteón masculino patriarcal uránico sobre el femenino matriarcal któnico, está documentalmente acreditado con profusión como fenómeno cultural recurrente por la historia de las religiones. Pruebas arqueológicas provenientes de las ciudades prevédicas Mohenjo Daro y Harappa en la India dan fe, dadas las predominantes figuras femeninas encontradas de la existencia de cultos a la gran diosa madre que los invasores arios no pudieron erradicar totalmente y que han sobrevivido hasta la hora presente en los medios rurales principalmente. Circunstancias parecidas ocurrieron con los imperios azteca e inca, en el seno de las culturas precolombinas, que establecieron la supremacía de los dioses masculinos y pastoriles Tonatiuh, Inti (el sol para aztecas e incas respectivamente) sobre las divinidades femeninas y agrícolas Coatlicue y Quilla. Cf. ABBAGNANO N. – VISALBERGHI A., op. cit., 40; BLAZQUEZ J. M. – MARTINEZ-PINNA J. – MONTERO S., op. cit., 241, 246, 247; BRAUDEL F., op. cit., 165; DOOYEWEERD H., op. cit., 17, 18, 20, 21; DUSSEL E., Método para una filosofía de la liberación, 207, 209; IDEM, Historia General de la Iglesia en América Latina, 159-160; IDEM, Hacia una filosofía política crítica, 364; GARAGALZA L., op. cit., 55, 137, 185, 186, 187; JAGUARIBE H., Un estudio crítico de la historia II, 13-14; MAYR F. K., “Filosofía y cultura: las categorías matriarcal – patriarcales”, 207, 208, 212, 213, 215, 218; IDEM, La Mitología Occidental, 17, 20, 21, 60, 66, 67, 108, 192; MORENO A., op. cit., 93; ORTIZ-OSES A., “La familia entre patriarcalismo y matriarcalismo”, 85; IDEM, “Sentido y lenguaje. Para una ontología hermenéutica”, 7; IDEM, “Visiones del Mundo (historia hermenéutica del sentido)”, 804, 806, 828; POMEROY S. B. – BURSTEIN S. M. – DONLAN W. – ROBERTS J. T., op. cit., 39, 61-63; ROUGIER L., El Genio de Occidente =Biblioteca de la Libertad Formato Menor 4, Unión, Madrid 2001, 33; THAPPAR R., op. cit., 58; TRESMONTANT C., op. cit., 13, 14, 15.

      

[25] Del encuentro y choque entre los ocupantes proto-helenos y los habitantes previamente asentados emergió la así llamada por los historiadores civilización micénica, etiqueta que toma de la ciudad que sobresalió, Micenas (otras igualmente importantes fueron Argos, Pilos, Tebas, Tirinto, etc.), por su esplendor y riqueza en la Grecia continental (e insular, por supuesto) durante la edad del bronce. La isla de Chipre (Kypros), que da precisamente el nombre al metal, cobre, que en la antigüedad le proporcionó notoriedad por la explotación de esa riqueza mineral hacia la mitad del segundo milenio a. C., no podía menos de ocupar el centro de interés en los proyectos de intercambio de bienes de muchos países, por lo que estuvo llamada a desempeñar el papel de puente entre el área cultural micénica, la región del Asia menor y el imperio egipcio. Esto supuesto, ni qué decir tiene que el empleo del cobre aumentó el nivel de prosperidad de la economía de la parte oriental de la zona mediterránea. No está demás anotar que propiedades del cobre como ser susceptible de más usos que el oro y la plata, a lo que suma la capacidad de ofrecer un grado mayor de dureza, aunque menos que el bronce, el cual se obtiene de su aleación con el estaño, junto a su más fácil disponibilidad, lo convertían en material sumamente apto para múltiples aplicaciones. En efecto, los guerreros usaban armas (cabezas de maza, espadas y yelmos, entre otras) fabricadas con este metal. Es más, con él se elaboraban vasos e ídolos para la celebración de las ceremonias y del culto sagrado. Cosméticos y hasta instrumentos musicales los había de cobre. Tampoco dejó de servir este último para trocar con otros productos, incluso se llegó a manejar como medio de pago de generalizada aceptación, en forma de moneda acuñada o no (barra, lingote, disco), cuyas unidades (dracmas o talentos) subsanaron los inconvenientes intrínsecos a la rudimentaria economía del trueque. En realidad, los micénicos intensificaron un comercio marítimo muy activo que ya existía en la época minoica. De suyo, que la propia palabra thalassa (significa mar, de la cual procede el término talasocracia, o sea poderío que deriva del comercio marítimo) no sea de origen griego, sino que forma parte del vocabulario que los nuevos amos tomaron de la población vencida, muestra a las claras que los invasores provenientes del norte usufructuaban una experiencia el mérito de su invención estaba reservado para siempre a la civilización minoica que les precedió y que ellos oportunamente pudieron asimilar. Conviene recordar, no obstante, que de forma similar a una gran cantidad de actividades y prácticas que no han aparecido de una vez por todas, en estado químicamente puro o que no se han establecido con la inmediatez que espera la característica impaciencia revolucionaria, en sus inicios el ejercicio micénico del comercio no dejó de correr parejo con modalidad de saqueo o de piratería, según circunstancias de paz o de guerra impusieran que su poderío naval se convirtiera en marina mercante o militar. El sentido de lo que es socialmente conveniente, como en tantos otros casos, aleccionó con el paso del tiempo las inconmensurables ventajas de promover aquel y evitar estos. Si en algunas ocasiones la impericia e insensatez del corto plazo, la temeridad o ambición desmedida, condujeron a las hostilidades con el propósito de adquirir, mantener o incrementar el control de yacimientos de materias primas o de rutas y centros comerciales, no es menos cierto que también sonó la hora en que prevaleció la cordura de la reflexión sobre la amargura de la derrota, la destrucción y la muerte, que permitió entender la necesidad del cultivo de las amistosas relaciones comerciales entre los pueblos. Cf. ABBAGNANO N A. – VISALBERGHI A., op. cit., 31, 34, 37, 38; BRAUDEL F., op. cit., 143; GISPERT C. (ed.), op. cit., 782; GOMEZ DE SILVA G., op. cit., 170, 206; JAGUARIBE H., Un estudio crítico de la historia I, 189, 191, 195; ORTIZ-OSES A., “Sentido y lenguaje. Para una ontología hermenéutica”, 7; PACKER J. I. -TENNEY M. C. – WHITE W., op. cit., 273, 280, 281, 326, 327, 328, 329; POMEROY S. B. – BURSTEIN S. M. – DONLAN W. – ROBERTS J. T., op. cit., 49, 53; RUSSEL B., op. cit., 29, 30, 31; SAITTA A., Guía crítica de la historia antigua = BREVIARIOS 481, Fondo de Cultura Económica, México 21998, 65, 69; ZARRAGA OLAVARRIA C., op. cit., 54.

        

[26] Sin lugar a dudas, al lado de la propiedad privada, el ideal de un estado garante del derecho inalienable de la libertad individual tiene su origen entre los descendientes de las huestes germanas que poblaron el mar Mediterráneo, al extremo que algunos consideran que el individualismo es un invento heleno. Profundos cambios de mentalidad que requirieron una evolución gradual desembocaron en la emancipación de los individuos frente a los vínculos demasiado sofocantes de los lazos de consanguinidad que los ataban, de suerte que en referencia al estado llegaron a ser tratados como ciudadanos, no como miembros de una familia. Introdujeron, por tanto, una auténtica revolución en las relaciones sociales al poner en marcha, a través de penosas etapas, por cierto, no sin conocer retrocesos, un innovador trazo de estado que, al proteger las decisiones penosas etapas, por cierto no sin reconocer retrocesos, un innovador trazo de estado que, al proteger las decisiones particulares en asuntos de completa incumbencia personal, evitaron, por un lado, el ejercicio absolutista del que gobierna vasallos o el régimen tutelar del que ostenta la autoridad del amo sobre el esclavo. En esa virtud, el imperio de la ley se impuso a la arbitraria voluntad de los hombres que no rinden cuentas a los gobernados por la gestión realizada en el ejercicio de un cargo público. Este modo de gobierno recibió vigorosos impulsos de los asiduos debates inherentes al funcionamiento de los órganos del estado (Asamblea, Consejo, Tribunales), que debían contar con la participación de la ciudadanía entera, dentro de la cual cada miembro intervenía en pie de igualdad al tomar la palabra (isegoría), pero superando al contendiente según el criterio “que venza el que convenza” o de acuerdo al principio “que impere la fuerza de la razón, mas no la razón de la fuerza. En suma, la vigencia de la tolerancia civilizada que para dirimir diferendos recurre al expediente de la persuasión que descansa en la validez de las razones aportadas al seno de la argumentación. Evidentemente, el objeto de igualdad objeto de reivindicación en el contexto abordado no es el material de las condiciones económicas de vida o de las situaciones sociales de hecho más bien dispares en cualquier época y lugar, sino el de principio, el formal, por emplear el término tan vilipendiado, de las decisiones públicas de la actividad política. Pues bien, una vez más la ley de la gradualidad reclamó sus fueros. El gobierno de los ciudadanos, a saber, la participación en la Asamblea que aprobaba las leyes y el acceso a los cargos públicos, supuso el lento paso del privilegio monopolizado por grupos minoritarios aristocráticos a la incorporación de un mayor número de sectores que no fueron discriminados por motivos de la humildad de cuna o por falta de recursos que monetariamente los acreditaran. En honor de la verdad no debe perderse de vista que escalonadamente, en el orden que a renglón seguido se describe, se proveyó el pago de los que desempeñaban oficios públicos: en sus inicios lo recibieron los magistrados, luego quienes integraban el Consejo, continuaron los jueces y, por último, la Asamblea. Ciertamente, algunas categorías de la población (los extranjeros, principalmente artesanos y comerciantes, las mujeres y los esclavos), por carecer de ciudadanía, fueron definitivamente excluidas. Gravísimo fallo que muchos siglos después el emperador romano Claudio echó en cara a los helenos. Cf. ABBAGNANO N. – VISALBERGHI A., op. cit., 37, 38; DE ROMILLY J., ¿Por qué Grecia? Debate, Madrid 1997, 90, 91, 99, 100; DOOYEWEERD H., op. cit., 22; GINER S., Historia del pensamiento social, Ariel, Barcelona 102002, 5, 70; GISPERT C. (ed.), op. cit., 15, 368, 783; GUTIERREZ S., op. cit., 85; HAYEK F. A., op. cit., 30; MAYR F. K., La Mitología Occidental, 61, 62, 63, 122, 123, 132, 133; NODARSE J. J., Elementos de Sociología, Compañía General de Ediciones, México 131977, 62; ORTIZ-OSES A., “Sentido y lenguaje. Para una ontología hermenéutica”, 19; ROUGIER L., op. cit., 35, 36, 37, 47; VIDAL-NAQUET P., El mundo de Homero, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires 2001, 58.

   

[27] Cf. CABRAL DEL HOYO R. – LOPEZ CHAVEZ J. – PIMENTEL ALVAREZ J., op. cit., 27; DUSSEL E., Método para una filosofía de la liberación, 208; IDEM, Desintegración de la cristiandad colonial y liberación, 38; IDEM, Historia General de la Iglesia en América Latina, 158; IDEM, Filosofía de la producción, 33; IDEM, “Cultura latinoamericana y filosofía de la liberación”, 72; IDEM, Hacia una Filosofía Política Crítica, 365; GISPERT C. (ed.), op. cit., 769; JAGUARIBE H., Un estudio crítico de la historia II, 14, 87; MAYR F. K., “Filosofía y cultura: las categorías matriarcal – patriarcales”, 208; THAPPAR R., op. cit., 28-29, 35, 36, 37.

 

[28] Cf. BRENNAN J. F., Historia y Sistemas de Psicología, Prentice Hall Hispanoamericana, México 51999, 7; PACKER J. I. – TENNEY M. C. – WHITE W., op. cit., 129.

 

[29] Cf. GISPERT C. (ed.), op. cit., 765; JAGUARIBE H., Un estudio crítico de la historia I, 236; IDEM, Un estudio crítico de la historia II, 89; PACKER J. I. – TENNEY M. C. – WHITE W., op. cit., 129; POMEROY S. B. – BURSTEIN S. M. – DONLAN W. – ROBERTS J. T., op. cit., 38, 66; THAPPAR R., op. cit., 38.

 

[30] Cf. BRAUDEL F., op. cit., 162; CABRAL DEL HOYO R. – LOPEZ CHAVEZ J. – PIMENTEL ALVAREZ J., op. cit., 27; CRYSTAL D., op. cit., 298; DUSSEL E., Método para una filosofía de la liberación, 209; IDEM, Desintegración de la cristiandad colonial y liberación, 38; IDEM, Historia General de la Iglesia en América Latina, 158; IDEM, “Cultura latinoamericana y filosofía de la liberación”, 72; IDEM, Hacia una Filosofía Política Crítica, 363, 364; JAGUARIBE H., Un estudio crítico de la historia I, 175; IDEM, Un estudio crítico de la historia II, 89; MORENO A., op. cit., 92-93; PACKER J. I. – TENNEY M. C. – WHITE W., op. cit., 129; POMEROY S. B. – BURSTEIN S. M. – DONLAN W. – ROBERTS J. T., op. cit., 38, 39; THAPPAR R., op. cit., 44, 45.

 

[31] Cf. DUSSEL E., Método para una filosofía de la liberación, 209; IDEM, Historia General de la Iglesia en América Latina, 159.

 

[32] Cf. DUSSEL E., Historia General de la Iglesia en América Latina, 158; IDEM, Filosofía de la producción, 33.

 

[33] Cf. l. cit.

 

[34] Cf. DUSSEL E., Filosofía de la producción, 33.

 

[35] Cf. DUSSEL E., Método para una filosofía de la liberación, 209; PACKER J. I. – TENNEY M. C. – WHITE W., op. cit., 145.

 

[36] Theodor Gomperz nos ofrece una caracterización de los jonios en los siguientes términos: “La procedencia de los jonios está en tinieblas. La población de mayor antigüedad en la Grecia metropolitana fue homogénea a la jonia, según el dictamen de uno de los mejores conocedores de la materia; los aqueos pertenecen ya a una segunda capa que se sobreponía a la jonia, como luego la doria cubriría la aquea. Desde tierra firme y precediendo todavía a la invasión de los aqueos, las agrupaciones de la tribu jonia se habían extendido hacia el Este por las islas para llegar a la nueva patria asiática. Como navegantes intrépidos que eran, sintieron de lleno el efecto excitador y estimulante que produce el contacto con las naciones foráneas y más adelantadas, como también el que recibieron de su activo tráfico con los nativos circunvecinos. Recibieron también el beneficio de mezclar su sangre con la de otras razas fuertes, como fueron los carios y los fenicios, lo que determinó, sin duda, un enriquecimiento sustancial de su ingenio. De todos los griegos, ellos fueron los que se hallaron más distanciados de la paralización estéril que produce el aislamiento cantonal, si bien es cierto que carecían de la protección que ofrece a sus habitantes un país pobre y cercado de montañas. La proximidad de pueblos muy adelantados y políticamente unidos, a la vez que dio un impulso máximo a su vida intelectual, acarreó los más graves peligros a su independencia política. A las incursiones devastadoras de los ciméricos, faltos de toda civilización, seguían las conquistas de los lidios y persas, que determinaron el avasallamiento de una parte del pueblo y arrojaron a otra hacia lejanas regiones, mientras que la infiltración de la suntuosidad oriental socava lenta pero seguramente sus fuerzas viriles. El resultado del entrevero de estas influencias favorables y desfavorables fue un encumbramiento cultural de sorprendente rapidez, pero de relativamente corta duración. Del futo, demasiado prontamente caído, se desprendieron semillas que por los emigrantes, escapados del yugo extranjero, fueron llevadas a grandes distancias y quedaron a salvo, sobre todo en el suelo protector y fértil del Atica.” (GOMPERZ T., Pensadores griegos. Una historia de la filosofía de la antigüedad I, Herder, Barcelona 2000, 48-49).

   

[37] Cf. GISPERT C., (ed.), op. cit., 782; RUSSELL B., op. cit., 30, 720.

 

[38] Cf. l. cit.

 

[39] No se han apagado aún las encendidas discusiones atañederas a la cuestión de si la invasión doria, en primer lugar, consistió en la acción bélica de un pueblo distinto que derrotó a los aqueos, o si no es más que el apelativo que estos últimos adquirieron en su expansión hacia sitios hasta ese momento no ocupados. Adicionalmente, continúa la acalorada controversia acerca de si los dorios destruyeron la civilización micénica o ésta ya había desaparecido cuando ellos se asentaron en la región. Cf. BONINI R., “Polis”, en BOBBIO N. – MATTEUCCI N. (eds.), Diccionario de Política L-Z, Siglo Veintiuno, México 1982, 1234; GISPERT C (ed.), op. cit., 782; RUSSELL B., op. cit., 30, 720.

 

[40] Cf. GISPERT C. (ed.), op.cit., 782; PENAGOS L., op. cit., 3; RUSSELL B., op. cit., 30-31.

 

[41] Cf. ORTIZ-OSES A., “La Familia entre Patriarcalismo y Matriarcalismo”, 85.

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