Nota al empresariado organizado latinoamericano

 

Por Karen Cancinos

 

Me impresionó mucho el video porque pocas veces se ve a un hombre llorar así de enardecido. Pero la injusticia y la vileza de la situación eran para pegar de gritos. Y el señor los pegaba, mientras afirmaba que prefería dejar su tienda abierta para que la gente barriera con lo que había dentro, a vender a los precios fijados por el patán que en estos días desgobierna Venezuela. El comerciante que sollozaba “¡esto es un irrespeto, es nuestro dinero, no me dejen sin nada!” no es de los que suele ser asociado con el término “empresario”. Ya sabe usted, esos señorones que en nuestros países iberoamericanos parecen cortados con la misma tijera: miembros de la asociación patronal, educados en la escuela norteamericana del país y que luego van a hacer la U y el “MBA” también a Gringolandia.

 

Nada de eso. El hombre del video es Hakim Riffai, inmigrante de origen árabe, dueño de una tienda en El Tigre, Anzoátegui, Venezuela, con un español poco fluido. Quizá por eso no soltó “¡malnacidos, saqueadores!”, mientras lo arrastraban soldados de la llamada Guardia Nacional Bolivariana a la sede de un tal Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN), donde lo retuvieron “preventivamente”. Quedó a disposición del Ministerio Público de Venezuela. Sí, del MP, como si fuera un vulgar delincuente. ¿En cuánta degradación hay que hundirse en un país para que vender televisores y tostadores de pan constituya un crimen?

 

En el idioma de Hakim Riffai de seguro habrá maldiciones apropiadas para la ralea de Maduro y sus huestes. “Yo compré a 60 mil bolívares [se refería a la última mercancía que le llegó]. No puedo vender a seis”, sollozaba Hakim. Y es que los ladrones gubernamentales, después de la “inspección” que hicieron de los electrodomésticos de su tienda decretaron que estos tenían un “260% de aumento de precio”. Entonces decidieron, reyes del pillaje y la arbitrariedad, que todos los artículos debían tener un 70% de descuento. Dueños y trabajadores del local rechazaron el atropello, y se armó la de san quintín. 

 

No hay que saber teoría económica para entender que “no es posible que se venda lo que se compró caro, a precios viejos”. Lo dijo literalmente Carmen de Marín, una de las empleadas del negocio de Riffai, que lleva diez años trabajando allí y quien se refirió a sus empleadores como personas que “trabajan día y noche sin quitarle nada a nadie. Tenemos factura de todo”.

 

El robo a la tienda de Hakim Riffai, su ilegítima retención y la pérdida de los puestos de sus trabajadores constituyen un episodio de los muchos que están caracterizando lo que Maduro llama “guerra económica”, y que consiste básicamente en alentar el saqueo y despojar a comerciantes de lo habido legítimamente. Hakim Riffai no forma parte de ese empresariado que en su momento fue colaboracionista del chavismo. Pero los que sí condescendieron pensando que su apocamiento los salvaría de la arremetida de los simios populistas, ahora están comprobando cuán mal paga el diablo a quien bien le sirve. Por eso tomen nota, empresarios guatemaltecos y latinoamericanos en general, que todavía sean aquiescentes con politiqueros populacheros y corruptos. Ser timorato y transa, a la larga, no resulta buen negocio.

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