Reforma y pastoral

Julio César De León Barbero[1]

 

 

 

 

 

 

 

 

 

            Dos fueron las experiencias que condujeron a Martín Lutero a sentirse incómodo con el cristianismo que conoció. Por un lado el estudio sistemático, detenido, de la epístola de San Pablo a los romanos y por otro, su visita al Vaticano en 1510.

            En Roma pudo constatar la decadencia del clero, su alejamiento de los valores evangélicos, su interés por la vida licenciosa y el afán del papa por una vida lujosa. Aquél descubrimiento insospechado lo llenó de frustración. Su iglesia era realmente una organización alejada del ideal dibujado en el Nuevo testamento.

            Su iglesia había dejado de ser la sal de la tierra y el reflejo de Aquél que es la luz del mundo. Había ido reduciéndose a antro oscuro inundado de podredumbre. Aquello fue una enorme desilusión. Importante, eso sí, como todas las desilusiones que sufrimos los seres humanos.

            El estudio sistemático de la Epístola a los romanos, por su parte, conmovió las bases de su confianza en las prácticas recomendadas para la salvación. Lo que los documentos y la jerarquía de la iglesia prescribían para salvarse de pronto saltó en pedazos. No podía continuar basando el sentido de su vida en cimientos de cartón y papel. Su razón de vivir debía encontrarse en algo más sólido que los ejercicios monacales y las obras de caridad.

            San Pablocondujo a Lutero a descubrir que “el justo por la fe vivirá”. El reformador halló en esa expresión una fórmula sencilla pero  profunda y de grandes repercusiones. Descubrió que la confianza en la divina presencia, en la divina promesa, en la divina gracia proporciona un horizonte seguro para la vida. Así de sencillo. A la vez, dicha confianza en su profundidad y en sus alcances provee de un nuevo sentido a todo lo que hacemos en este mundo.

            Es ese el verdadero espíritu de la Reforma iniciada por Lutero: El creyente ha encontrado un fundamento inconmovible para su vida y todo su quehacer como ser humano en el mundo se impregna de un significado nuevo, de un nuevo sentido y razón de ser.

            A partir de ese espíritu reformado toda la teología protestante ha insistido en que la religión cristiana es la respuesta a la necesidad existencial del hombre. Lo que a menudo se olvida es que el espíritu de la Reforma ha propiciado el avance de la cultura contribuyendo con ello a concretar el deseo humano de superación.

            Muy a menudo olvidamos las contribuciones que Lutero y el protestantismo han hecho a favor de la humanización y en pro de la cultura. De Lutero quiero recordar que sin él Alemania no existiría. Antes de la traducción de la biblia al alemán, el territorio de lo que llamamos Alemania estaba habitado por tribus y grupos étnicos que hablaban distintas lenguas y que en su gran mayoría eran analfabetas.

            Cuando Lutero se echó a los hombros la tarea de traducir las escrituras del hebreo, arameo y griego a la lengua alemana, jamás imaginó que el interés religioso por leerla conduciría a la unificación lingüística de todos aquellos grupos. Nunca supuso que el libro sagrado generaría repercusiones políticas, geográficas y culturales. Tan solo por eso Alemania guarda una enorme deuda con Lutero y el protestantismo.

            Las repercusiones de esa índole no se limitan al ámbito germano. También el protestantismo se halla ligado al surgimiento y consolidación de naciones como Inglaterra, Holanda y los Estados Unidos de América. Por si fuera poco los países protestantes generaron, en los siglos dieciocho y diecinueve, una serie de transformaciones que hoy conocemos como la Revolución industrial.

            Los cien años entre 1760 y 1860 fueron testigos de acontecimientos que poco a poco transformaron completamente la vida de los hombres en todo el planeta. A la cabeza de aquella revolución global estaban los países protestantes: Inglaterra y los Estados Unidos de América.

            Creo que es de lamentar que al referirse a la Revolución industrial se haga énfasis sobre todo en sus aspectos materiales. Es cierto que le debemos la gran mayoría de inventos cuyos beneficios disfrutamos aún el día de hoy. Le debemos el mejoramiento de la agricultura y la crianza de animales. El invento de vacunas que nos libran de terribles males, como la vacuna antivariólica. La invención de poderosos antibióticos que vinieron a aliviar el dolor y a evitar muertes innecesarias.

            Debemos a la Revolución industrial la invención de los modernos medios de transporte que permitieron el auge del comercio mundial beneficiando a los hombres en todas partes del globo.

            Gracias a todo ello vino también el surgimiento de las grandes ciudades con mejores condiciones sanitarias, mejores condiciones generales de existencia que han prolongado nuestras expectativas de vida.

            La producción en masa, merced al uso de máquinas de todo tipo, permitió que más gente tuviera acceso a los bienes básicos para la vida y pudiera obedecer el mandato de “creced y multiplicaos”, lo que permitió la denominada revolución demográfica.

            El surgimiento de una nueva economía en los países protestantes basada en la industria y el comercio permitió dejar en segundo plano la actividad agropecuaria ya que tanto la industria como el comercio permitieron que millones de personas encontraran puestos de trabajo alternativos.

            De cómo los valores del protestantismo ayudaron al surgimiento de esta nueva economía se ocupó el sociólogo Max Weber, formado en un hogar luterano y calvinista, en su célebre obra, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, publicada entre 1904-1905.

            Allí señala Weber que los valores morales del luteranismo, del calvinismo y del pietismo inglés, crearon un ambiente favorable para el surgimiento de economías pujantes como la inglesa y la estadounidense.

            Dije antes que es de lamentar que solo se haga énfasis en esos aspectos económicos y materiales porque la influencia protestante en todos los ámbitos de la cultura ha sido profunda y determinante. A continuación mencionaré el pensamiento de algunos teólogos protestantes en un afán por aclarar la influencia del protestantismo en la ciencia, la política, el derecho y otras áreas culturales.

1. Ernst Tröeltsch

            Tröeltsch recibió influencias saludables de parte del pensamiento de Max Weber a quien encontró en la Universidad de Heidelberg cuando fue profesor en la facultad de teología. Como teólogo Tröeltsch es discípulo de Ritschl pero como historiador está en deuda con Wilhelm Dilthey y Max Weber.

            Tröeltsch tiene una obra de un poco más de cien páginas titulada El protestantismo y el mundo moderno. Lo moderno, asegura Tröeltsch, comenzó –en parte- gracias a que el protestantismo abandonó la actitud de control autoritario que la iglesia había mantenido durante toda la Edad Media. Aquel control dominaba todas las esferas de la vida humana. Lo individual y lo social, lo privado y lo público, la educación y la economía, la ciencia y la política. Con ese control autoritario era imposible generar progreso y muy difícil hacer avanzar las ciencias.

            Lo moderno, según Tröeltsch, se caracteriza por el abandono de aquel autoritarismo medieval para dar paso al libre juego de opiniones; abandono de la especulación infundada para confiar en la ciencia y su método; abandono de los gobiernos monárquicos tiránicos por gobiernos democráticos.Lo moderno es también separación del ámbito intramundano y el ámbito extramundano, la separación de la iglesia y el estado, sin olvidar la autonomía de la conciencia individual.

            Las contribuciones del protestantismo a la modernidad han sido enormes. Al referirse particularmente a las relaciones entre el protestantismo y la ciencia, Tröeltsch afirma:

En este campo más que en ningún otro se le suele considerar como vanguardia del mundo moderno.[2]

            Y continúa diciendo:

El hecho de que el protestantismo se fuera aclimatando poco a poco en sus escuelas y territorios a esta ciencia moderna,…representa un acontecimiento de la mayor importancia, que ha procurado a los pueblos protestantes un predominio científico duradero…[3]

            De hecho hay que recordar en este momento que los países protestantes cuentan con el mayor número de galardonados con el premio Nobel en ciencias.

2. La idea luterana del trabajo y el sacerdocio universal

            Los señalamientos de Tröeltsch no son aislados, sesgados ni sectarios. Desde los días de Lutero y Calvino, el protestantismo ha mantenido una presencia fructífera en los ámbitos más elevados de la cultura: El arte, la filosofía y la ciencia en general.

            El motivo esencial está en la idea protestante de que el mundo y la sociedad son los ámbitos de la vida y del actuar de los seres humanos. No se trata de un entorno sagrado que no debe tocarse sino de un ambiente en el que gracias a la creatividad y al trabajo del hombre se mantiene y perfecciona la vida que es un regalo de Dios. Y aquí hemos de recordar el concepto luterano de Beruf, aplicado al trabajo. Esa fue la expresión alemana empleada por Lutero cuando tradujo la Biblia. Beruf es oficio, ocupación, profesión, pero sobre todo es MISIÓN.[4]

            El luteranismo redimió el trabajo humano. Elevó la actividad productiva al considerarla como un llamado divino gracias al cual el creyente glorifica a Dios en el desempeño de su actividad profesional. Esta perspectiva considera que tanto el carpintero como el físico teórico, el albañil como el abogado, el herrero como el zootecnista, el mecánico como el historiador, el panadero como el ingeniero en sistemas, han recibido un llamamiento de Dios para glorificarle en el seno mismo de la vida en sociedad. Así, todos los oficios y profesiones constituyenun llamado y se ejercen en obediencia a una voz, por ello son vocaciones.

            Por allí debemos empezar: Comprendiendo y rescatando la herencia reformada. Estos principios cumplirán quinientos añosdentro de no muchos meses. Ya es un poco tarde pero aún estamos a tiempo. Podría tratarse de una tarea penosa, cuesta arriba, porque lo que nosotros hemos recibido en estas tierras fue llamado por Dietrich Bonhoeffer: protestantismos sin reforma. Pero por difícil que sea la tarea hay que llevarla a cabo. De esa manera se logrará que quienes tienen acceso a lo más elevado de la educación y de la cultura no vean su quehacer diario como ajeno o extraño a su experiencia de fe. Ni vivan con la sensación de que la experiencia cristiana y el ejercicio de su profesión son incompatibles.

            La Reforma terminó con la idea medieval de que el servicio a Dios demanda un abandono de la vida civil. Acabó con el mito de la división entre ministros y profesionales. Mató la creencia que señala a quienes sirvenen el altar como exclusivos ministros de Dios y considera al resto de ocupaciones como menos valiosas, menos significativas.

            Lutero solía decir que las profesiones son las máscaras de Dios. Él actúa, habla y se manifiesta en el consultorio del médico, en el bufete del abogado, en la clínica de la nutricionista, en el aula del maestro, en la oficina del banquero, en el estudio del arquitecto, etc., etc.

            Dios continúa cuidando de su creación a través del ejercicio de los oficios y profesiones. Sana por la oración pero también por la práctica de la medicina. Defiende a la viuda y al huérfano, pero muchas veces lo hace gracias a la búsqueda de la justicia en el bufete del abogado. Provee alimento multiplicando los panes y los peces, pero también lo hace gracias al trabajo del panadero, del carnicero, de la tortilllera y el agricultor. Atiende al necesitado pero a menudo utiliza para ello a quienes generan puestos de trabajo.

            Entender esto es comprender el significado del sacerdocio universal de todos los creyentes. Es empezar a obedecer el Mandato Cultural que recibió el hombre antes de la caída: Fructificad y multiplicaos, llenad la tierra y sojuzgadla

            Los profesionales no cristianos cumplen en alguna medida con ser instrumentos para promover el bienestar, la prosperidad y la salud. Es cierto. Eso es parte de la llamada gracia común.[5] Pero aquellos que han sido objeto de la gracia salvadora deben ver su trabajo en el mundo como el medio por el que Dios promueve su reino en este mundo.

            Dicho de otro modo: La idea reformada del trabajo como vocación y la del sacerdocio universal de los creyentes impulsan a influir en todos los ámbitos de la cultura. Esta es la misión que tenemos pendiente. Eso es lo que no hemos hecho. Al contrario hemos dejado la cultura en manos de los no creyentes. Por eso estamos como estamos.

            La incursión en la política que empezó a promoverse a medidos de los ochenta por Israel Ortíz, Samuel Escobar y Marco Tulio Cajas,  no ha servido para nada porque la política es reflejo de la cultura.

            La pastoral ha de ser enderezada a cumplir la visión reformada del papel del laico en la economía de Dios. De ser una oveja proveedora de lana, torpe y necesitado de un corral debe pasar a ser un cooperador de Dios en el cuidado de su creación; y el ejercicio de su profesión deberá verlo como el medio que Dios puso en sus manos para extender su Reino en este mundo.

3. La dialéctica entre la fe y las elevadas formas de la cultura

            Las relaciones entre el protestantismo y las formas más elevadas de la cultura no han estado libres de tensión dada la enorme complejidad que las caracteriza. Para la religión cristiana lo peor se dio durante los siglos XIX y XX período durante el cual el positivismo, el cientificismo, el marxismo materialista y el psicoanálisis freudiano proclamaron triunfantes el final de la religión, la muerte de Dios y la inutilidad de la fe.

            La marejada secularista de la nueva era sin Dios relegó a la religión cristiana y a la fe a la condición de piezas de museo propias del pensamiento mágico. Al hombre se le vendió la idea de que ahora era un ser autónomo, maduro, mayor de edad, liberado de las viejas muletas de la religiosidad. Por tanto debía empezar a considerar a Dios como una hipótesis inútil en todos los órdenes de la vida.

            Lo que ocurrió después nadie pudo haberlo previsto. La reacción de los teólogos protestantes fue la de aceptar el desafío de poner al día el mensaje central del evangelio.A la vez esa reacción de los teólogos protestantes produjo una consecuencia menos imaginable aún: en los últimos cincuenta años se ha dado un despertar de la fe y un interés profundo en la experiencia religiosa alrededor del mundo.

3.1. La reacción de los teólogos protestantes

            Hablemos de la reacción de la teología ante el reclamo modernista a favor de un mundo sin supersticiones religiosas. En el mundo protestante las reacciones fueron casi inmediatas. En el mundo católico la reacción fue tardía. El Concilio Vaticano II, por ejemplo, fue una respuesta que llegó demasiado tarde.[6]

            En el ámbito protestante las reacciones frente a lo que ocurre en el mundo no se dejan esperar porque el teólogo protestante disfruta de una mayor libertadque la permitida por la pesada maquinaria jerárquica del catolicismo. Hans Küng es un ejemplo vivo de ello. Además, poner en discusión las cuestiones es propio del espíritu de la Reforma.

            Mi idea es que entre las noventa y cinco tesis de Lutero, la más importante es la # 90 que dice:

Reprimir estos sagaces argumentos de los laicos sólo por la fuerza, sin desvirtuarlos con razones, significa exponer a la Iglesia… a la burla de sus enemigos y contribuir a la desdicha de los cristianos.

            El principio es discutir y convencer. Los argumentos en cuanto más sofisticados demandan respuestas más elaboradas. Reaccionar recurriendo a la fuerza y a la violencia no solo es señal de debilidad sino que no alumbra el camino,  no orienta, y  genera solo desdicha para los cristianos.

            En ese espíritu la primera respuesta fue la de los teólogos liberales del siglo XIX. Inspirados por el pensamiento del filósofo luterano Hegel, un conjunto de pensadores alemanes se dieron a la tarea de poner al día el mensaje del evangelio de cara  a las exigencias de la ciencia. Entre otros, hay que recordar el trabajo de hombres como David Friedrich Strauss, Friedrich Schleiermacher, Albrecht Ritschl, Adolf von Harnack, Ernst Troeltsch y Karl Barth.

            El siglo veinte vio surgir otra serie de grandes intelectos teológicos protestantes que continuaron la labor de los teólogos decimonónicos. Aquí debemos recordar a Dietrich Bonhoeffer,John T. A. Robinson, Jürgen Moltmann, Paul Tillich, Rudolf Bultmann, y el estadounidense Harvey Cox.

            Estos últimos intelectuales de la teología protestante tenían en mente las preocupaciones esenciales del hombre contemporáneo. Todo su esfuerzo intelectual se orientó a señalar cómo el evangelio puede responderlas y satisfacerlas. La interrogante que orientó su labor intelectual fue: ¿Qué tiene que decirle el evangelio al hombre de hoy?

            Puede uno no estar de acuerdo con algunas de las ideas de estos intelectuales pero lo que no puede negarse es que han prestado un enorme servicio a la causa de Dios en este mundo y a la función de la iglesia y su mensaje en los tiempos actuales.

3.2 El imprevisto interés en lo religioso

            Gracias a todo ese trabajo intelectual se produjo la reacción más inesperada. Ha sucedido todo lo contrario a lo que pronosticaron los sepultureros de Dios y de la religión cristiana. En lugar de desaparecer, la religión cristiana no solamente se ha mantenido sino que ha incrementado su presencia en el mundo. Dios no es un cadáver sino un tema de enorme interés para un número creciente de seres humanos.

            En los últimos años han aparecido dos publicaciones que señalan el fenómeno de una fe que crece entre los hombres y auguran que la tendencia se mantendrá. Una de esas publicaciones es el libro de Harvey Cox, titulado The Future of Faith, publicado en 2009. La versión en español,El futuro de la fe, es de 2011.[7]

            Cox señala que la iglesia cristiana ha tenido tres épocas a lo largo del tiempo. La primera época (los primeros cuatrocientos años) fue una época caracterizada por una fe fuerte y una profunda esperanza en el Reino de Dios. La segunda época (que abarca los siguientes mil quinientos años) fue la época de las creencias, de las doctrinas, de los credos redactados por una élite profesional con poder y autoridad. Se abandonó la fe en Dios sustituyéndola por creer cosas acerca de Dios.

            La tercera ápoca abarca los últimos cincuenta años. Cox evidencia que en las últimas cinco décadas se ha producido un despertar, un avivamiento de la fe. Cox llama a esta época que vivimos, la época del espíritu, caracterizada por un desinterés en los dogmas y el derribamiento de muchas barreras. Este resurgir de la fe conduce a sustituir la religiosidad formal por la verdadera espiritualidad.Como en la primera época hoy la fe es más importante que las creencias.

            Harvey Cox hace una diferencia entre fe y creer que debemos entender. No es lo mismo creer que tener fe. Las creencias tienen que ver con opiniones, con declaraciones referidas a hechos que pueden ser así o de otro modo. La fe por el contrario es confianza y se relaciona con nuestra propia existencia, con el sentido de la vida, con el fundamento mismo de nuestra vida.

            Eso, dice Cox, es lo que está sucediendo alrededor del mundo: la fe, la confianza, la dependencia de Dios está más viva hoy que nunca en el corazón de los hombres. Son buenas noticias.

            La otra obra es de 2013. Se titula ¿Dios a la vista? Los diversos autores (más de veinte) coinciden por igual en que la era del secularismo extremo, de la muerte de Dios, de la religión como opio del pueblo ha sido superada. Hoy, dicen estos autores, vivimos la época del retorno de Dios, de la revancha de Dios, del amanecer de Dios.

            La razón de que nuestra era haya venido a ser la era postsecular, postmarxista, postfreudiana,postatea, es sencillamente que la religión, la fe, responden a necesidades, deseos e ideales que la ciencia y la razón no pueden eliminar, justificar ni satisfacer. Se debe a que en medio de toda la superficialidad de los massmedia, de lo efímero propio de lo virtual, aquellas necesidades, aquellos deseos e ideales se mantienen en la profundidad e intimidad de cada hombre.

            Todo ello hace que estos autores coincidan con Harvey Cox en que estamos viviendo una época de enorme interés en la religión, en Dios, en la fe. Insisto: Estas son buenas noticias.

            Nuestra era demanda que quienes se dedican al pastorado tengan una  preparación que se halle a la altura de los tiempos. Ciertamente la necesidad espiritual es la misma en todo ser humano: necesidad de depender de Dios, de una fe que sostiene, que orienta y provee sentido. Pero quienes tienen acceso a lo mejor de la cultura suelen tener preocupaciones, preguntas y dudas que el resto no tiene.   

            Para responder a semejante desafío no veo otro camino que el de proveer a los pastores y ministros especializados de una formación teológica a la altura de los tiempos y acorde con los postulados de la reforma. Así los creyentes podrán encontrar el apoyo y la inspiración para cumplir su misión en el plan maestro de Dios.

 

           

 

 



[1] Alocución presentada en el Seminario Bíblico Pentecostal de la Iglesia de Dios E. C., en ocasión de celebrar el día de la Reforma Protestante, Guatemala 27 de octubre de 2015.

[2] Tröeltsch, Ernst, El protestantismo y el mundo moderno, Fondo de Cultura Económica, México, 2005. P. 86.

[3]Ibid., p. 88-89

[4] En alemán existen otros vocablos para referirse al trabajo: Profession, Bekenntnis, Bekundung, Tätigkeit, Handwerk, Gewerbe, Beschäftigung,  Besetzung, Besitznahme, Betätigung. Lutero eligió el término Beruf.

[5] Vuestro Padre que está en los cielos… hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos (Mateo. 5:45).El cual en las generaciones pasadas permitió que todas las naciones siguieran sus propios caminos; y sin embargo, no dejó de dar testimonio de sí mismo, haciendo bien y dándoos lluvias del cielo y estaciones fructíferas, llenando vuestros corazones de sustento y de alegría (Hechos 14:16,17).

[6] El teólogo católico, Raymond Wingling, profesor de la universidad católica de Strasbourg, al analizar el período propio del Vaticano II (1945-1980), dice: Hay que reconocer que, en el pasado, la iglesia no se mostró siempre suficientemente atenta al ambiente vital en que está inmersa y que con frecuencia demostró una desconfianza llena de reprobación ante todo lo que significaba evolución y cambio. Parecía como si quisiera detener la marcha del tiempo a fuerza de condenaciones dictadas por un moralismo intransigente y un juridicismo rígido…La teología de siglo XX. La teología contemporánea (1945-1980), Salamanca, Ediciones Sígueme, 1987, p. 15.

[7] Cox, Harvey, The Future of Faith, HarperCollins Publishers, New York, 2009; El futuro de la fe, Editorial Oceáno de Chile, S. A., Chile, 2011.

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