TRASFONDO AXIO-TELEOLÓGICO DE LA SOCIOLOGIA COMPREHENSIVO-EXPLICATIVA

TRASFONDO AXIO-TELEOLÓGICO DE LA SOCIOLOGIA COMPREHENSIVO-EXPLICATIVA

 

José Antonio Romero Herrera*

 

Los escarceos historicistas de Dilthey (de igual modo que los neokantianos de la Escuela de Baden, que tiene en Heinrich Rickert y Wilhelm Windelband a sus distinguidos exponentes) por suministrar a las ciencias del espíritu o histórico-culturales el respectivo estatuto epistemológico culminan en la majestuosa condensación que de los mismos supo ofrecer la singular contribución de Max Weber (1864-1920)[1]. La expresión sociología comprehensiva es una paráfrasis que Weber efectúa siguiendo el modelo de la correspondiente de Dilthey Verstehende Psychologie[2]. El título y subtítulo de dos de sus obras incluyen el uso de la fórmula: Uber einige Kategorien der Verstehende Soziologie de 1913 y la obra póstuma de 1922 Wirtschaft und Gesellschaft. Grundriss der Verstehenden Soziologie, respectivamente, hecho que en la historiografía weberiana se ha interpretado como la intromisión de la psicología y la venganza de la filosofía en la esfera sociológica ante las pretensiones del positivismo[3]. Sin embargo, Weber rechaza, fiel a su convicción que no existe una scientia scientiarum, la tentativa diltheyana de cimentar la sociología sobre la psicología, dado que ello hipotecaría el trabajo de la investigación sociológica, distrayendo continuamente sus esfuerzos en el análisis de fenómenos psíquicos[4]. Weber también recusa el intento diltheyano de apoyar el entramado de las ciencias histórico-culturales en la intuición ya se interprete como Einfühlung, o penetración por simpatía, sea que se entienda por Nacherleben o posibilidad de revivir la experiencia de los otros[5]. El sociólogo teutón considera, a diferencia, que la comprensión de las manifestaciones culturales descansa sobre la constatación de la realidad empírica con que la explicación causal en el campo de la economía, la sociología, la historia muestra las posibilidades objetivas que producen hechos, procesos, acontecimientos[6]. Así, pues, mediante un sistema de relaciones sometido al control riguroso de la verificación, Weber aspira superar el subjetivismo irracional del intuicionismo vitalista que comprometía el valor de los procedimientos trazados por el ejercicio de la comprensión aplicada según los criterios establecidos por Schleiermacher y Dilthey[7]. Por tanto, la comprensión cifra su esencia en una interpretación que explica los acontecimientos históricos y los fenómenos sociales, entendiendo la categoría de causalidad con el acento particular en el carácter probable de una posibilidad objetiva, en vez del mecanicista al uso que la concibe en términos de necesidad, infiriendo que la formación histórica de la realidad social está sujeta a regularidades inequívocamente deterministas[8]. En este sentido, aleccionado por Rickert, nuestro autor disiente una vez más de la posición diltheyana: es la tendencia a individualizar aquellos elementos que consideramos significativos dentro de la realidad, separándolos de otros componentes empíricos tomados más bien como irrelevantes, el canon o baremo del que depende la validez de conceptos y fórmulas generales de las ciencias histórico-sociales y el aspecto que, a la postre, distingue su objeto de estudio del propio de las ciencias de la naturaleza[9]. Con todo, y en contraste con Rickert, el valor que convierte en relevante al objeto no es inherente al en sí de la bruta presencia física de este último, sino relativo a la unilateral elección que fluctúa según se trate del sujeto que lo investiga[10]. De cualquier modo, es menester no perder de vista que si Dilthey condujo la comprensión de la interpretación de textos al devenir histórico de la vida, Weber, a su vez, la encamino hacia el dinamismo de la vida social[11]. Por ello, Weber desecha la comprensión como proceso psicológico intuitivo e irracional de experiencia subjetiva empática, propio de las así llamadas ciencias “blandas”, sustituyéndolo con una metodología de investigación racional[12]. Sin embargo, el pensador germano sume en ambigüedad tal el asunto de si la comprensión se emplea como herramienta para entender el sentido del accionar de los agentes sociales o, por el contrario, el contexto cultural en que surge el significado, que los estudiosos de su obra encuentran suficiente fundamento para sostener las dos posiciones encontradas[13]. Finalmente, para efectos de una mayor precisión, nuestro autor distingue entre comprensión corriente o común (aktuelle), por cuyo medio se captan teóricamente las expresiones del pensamiento (el contenido de una oración escuchada o leída en un texto, un principio lógico, una ley físico-matemática), ateoréticamente las de los sentimientos o prácticamente las de la conducta externa que en la vida diaria nos permite establecer el nexo entre lo que observamos y su resultado: el tirar de un lazo que produce el sonido de una campana, el calentar de una varilla de hierro que da lugar a la incandescencia, por aducir un par de ejemplos; y comprensión aclaratoria, a través de la cual nos empeñamos en trascender el “qué” de lo visto para inquirir el “por qué” que apunta a las motivaciones que indujeron al agente a la ejecución del acto que hemos observado[14]. Evidentemente, Weber con flagrante incongruencia respecto a su intención de renunciar al interés diltheyano por reconstruir  o revivir las razones que impulsaron a actuar al agente objeto de nuestra observación, sujeta el comprender a la confusa condición de un operar que no acierta a determinar que consiste o en el ejercicio de la racionalidad de la conciencia o en la penetración interior de la experiencia vivida por otro[15]. A despecho del desliz en que se le ha sorprendido, según Weber la comprensión alcanza la cima de actividad racional con la elaboración, por parte de los hombres de ciencia, de los tipos ideales, prototipo del “desencantamiento” (Entzauberung) de la época moderna que echa mano del recurso analítico de la explicación causal, característico del trabajo de profesionales en la técnica del pensamiento abstracto que produce categorías y conceptos[16].

 

§1. Complementariedad de la comprensión y de la explicación       

 

Weber combina, entonces, en unidad inconfusa, que a lo sumo distingue, comprensión y explicación, las mismas que el dualismo diltheyano y de la Escuela de Baden oponían separando[17]. El saber acerca de la historia y de la sociedad debe satisfacer las condiciones de cientificidad que su ideal moderno exige[18]. Lo cual significa explicar causalmente en su irrepetibilidad, hecho que supone que no es posible reproducirlo, un acontecimiento que tampoco es posible descubrir en la totalidad de aspectos que intervienen cuando éste se manifiesta[19]. Por consiguiente, a juicio de Weber, la explicación no es función exclusiva de las ciencias naturales[20]. Todo tipo de conocimiento que pretenda el rango de cientificidad, se trate así de los fenómenos de la naturaleza como de los sucesos histórico-culturales, tiene que llenar los requisitos de una explicación causal formulada dentro de los límites de una verificación subordinada al riguroso control de la validez empírica[21]. Al par de su manifestación caótica, la realidad entera está constituida por un conjunto ilimitado de objetos sensibles. De esta suerte, la investigación histórico-social weberiana con datos en la mano que, ateniéndose exclusivamente a los hechos, acepta con sumo respeto la objetividad de la experiencia[22]. Según el pensador germano, cometido de la actividad científica es el esfuerzo descomunal de la búsqueda inclaudicable de la verdad. Así, la historia intenta esclarecer el cómo y el por qué los hechos ocurrieron del modo en que sucedieron y no de otro. En este orden de ideas, nuestro autor toma conciencia que sólo el individuo, único ser capaz de tomar decisiones que le permiten elegir entre lo que quiere, lo que puede y lo que debe hacer, es susceptible de observación empírica[23]. Las colectividades y los grupos que no superan el nivel de simples agregados, carentes de la autonomía y la consiguiente responsabilidad personal, han de ser abordados para propósito de estudio por la acción intermediaria de las unidades individuales que las constituyen y componen[24]. En suma, el programa investigativo weberiano no ceja en el empeño de obtener el modo riguroso de captar la realidad histórico-social recurriendo a la objetividad del análisis, la certidumbre del diagnóstico, la validez del argumento imparcial que se mantiene en las razones que aporta y en los datos constatables que lo comprueban, desechando lógicamente como contraparte la forma repensar que, apoyada en el principio de autoridad, apela a la voluntad divina o el discurso ideológico de la opinión que sólo destila intereses personales o de poderosos grupos de presión[25]. Es en este contexto que el autor de Economía y Sociedad reclama para el ejercicio científico de las disciplinas sobre la cultura la neutralidad valorativa (Werturteilfreiheit). Con ella intenta proteger la independencia del espíritu científico frente al vasallaje de las subjetivas preferencias políticas, pero también descargarlo de la responsabilidad de proporcionar respuestas certeras a preocupaciones éticas relacionadas con el problema del sentido de la vida, en alusión a la práctica tan extendida entre los “profetas de cátedra”, precisamente aquellos que como Schmoeller habían estrenado el socialismo en las mismas[26]. Les reprocha que deformen el ámbito propio de un aula de clase, caracterizado por la posibilidad de que los alumnos discutan y hasta contradigan las ideas del profesor, convirtiendo el recinto en el centro propagandístico de una organización política partidaria[27]. Censura la falta de entereza que padecen al no advertir a su atento auditorio cuándo habla con juicios de valor el hombre de voluntad que, haciendo un llamado al sentimiento, seduce y enmudece el saber empírico del sabio que, dirigiéndose al entendimiento, convence[28]. Recrimina su falta de integridad al abusar de la posición que ocupan en su calidad de titulares de una cátedra, camuflando como verdades simples opiniones personales, simulando el quehacer científico con histriónicos actos políticos, asumiendo irresponsablemente el papel de reformadores sociales sin sufrir las presiones que experimentan los auténticos protagonistas, sumidos en las tensas situaciones del drama social[29]. Deplora incluso que profesores de convicciones anarquistas y marxistas sean excluidos de la provisión de cátedras en virtud de que, en su opinión, se priva al trabajo académico de valiosas intuiciones que cuestionan lo que otros colegas aceptan acríticamente cual principios evidentes[30]. Por lo que deviene imperativo para historiadores, economistas, sociólogos y juristas eliminar la emisión de juicios de valor[31]. Dado que no es competencia de la actividad científica el marco directivo del deber ser, no gira el tema de su interés alrededor de la contemplación de valores absolutos que sirvan de criterio para que enunciados del tipo “esta acción es moralmente buena”, “tu proceder es justo”, “Juan actúa de forma inescrupulosa”, prescriban a alguien lo que debe ser/hacer, aunque sí está facultada, en puntos bien determinados, a sugerirle lo que quiere y, en la mayoría de ellos, señalarle lo que puede[32]. Pues bien, ya que la realidad, pese a toda la objetividad que se pretende atribuirle, genera una masa fragmentaria y múltiple de sensaciones, tiene en la capacidad soberana de la mente la condición indispensable para establecer el mundo del sentido y el factor compensador que garantiza el orden al tiempo que filtra el componente subjetivo con que el observador tiñe interpretativamente el acto de conocimiento[33]. Para el caso de las ciencias histórico-culturales, la explicación causal implica seleccionar un conjunto limitado de factores entre una cantidad ilimitada de variables que concurren en la formación de un evento singular convertido a la postre en objeto de investigación[34]. El término evento corre parejo con la idea que se trata de un acontecimiento que ocurrió; sin embargo, no presume que sucedió de modo inexorable[35]. Consiste sí en una posibilidad objetiva que guarda relación con su dimensión cognoscitiva positiva, en el sentido que cuenta con la seguridad de un procedimiento de control verificativo que acredita su existencia y descarta la connotación negativa de la expresión que indica la incapacidad de saber con certeza si algo sucedió o no[36]. De cualquier manera, la pesquisa historiográfica supone que la elección de algunos factores aislados en el interior de un universo multicausal, está guiada por las estimaciones personales del investigador que los ha identificado como los más importantes, pero de modo que, en la circunstancia que se modificara la valoración de su conexión y jerarquía de causas, cabe preguntarse si el curso de los acontecimientos habría permanecido inalterado o hubiese sido diferente del que conocemos[37]. Con el fin de ilustrar lo expuesto, Weber ofrece un ejemplo que toma del historiador Eduard Meyer. En la batalla de Maratón se impusieron los griegos a los persas. Entender con mayor perspectiva la trascendencia de este suceso requiere, sobre la base de los conocimientos disponibles, plantear la posibilidad objetiva en torno a cómo podrían haber transcurrido las acciones si hubiesen vencido los persas. El peso atribuido a la importancia del triunfo griego radica en que, de lo contrario, en Grecia hubiera prevalecido una teocracia que fundamentara su cosmovisión en los oráculos de las religiones histéricas, como de hecho ocurrió  en otros lugares donde los medos resultaron victoriosos. El triunfo de los griegos en la batalla de Maratón, por consiguiente, cobró visos de significado especial para la supervivencia de los valores de los que es heredera la cultura de Occidente[38].

 

§2. La inevitable referencia a valores

 

El aislamiento de factores, la identificación selectiva de causas que producen el devenir, las que a su vez se inscriben en el enfoque parcial de hechos elegidos dentro de un marco más general de vastísimas proporciones que el proceso histórico-social comprende, obedece a la esencia valorativa y finalística de la mente en el soberano ejercicio de sus facultades[39]. Efecto por demás manifiesto en el campo académico en el instante que el científico determina el tema que quiere investigar y los conceptos que necesita emplear para alcanzar semejante objetivo. Como puede apreciarse fácilmente, la anarquía y el politeísmo de valores muestra distintos modos de existencia con el riesgo que acarrea su función epistemológica. Porque mientras el juicio de valor (Werturteil) acepta categóricamente la estimación ética que censura o aprueba, cuya preferencia debe desterrarse en el campo científico, el juicio conforme a valor (Wertbeziehung) remite a un principio admitido hipotéticamente dada su existencia implícita, que jerarquiza el orden de prioridades sobre los aspectos que se tienen por relevantes entre problemas elegidos, gracias a la importancia que les atribuye un investigador[40]. Y si bien es verdad que, a veces, en la práctica la línea divisoria entre juicios de valor y juicios con arreglo a valor resulta sumamente borrosa, piénsese por lo pronto, si en la investigación científica elegir la honradez intelectual y no consumar un plagio (juicio de valor) es de idéntica índole a la de escoger el material, ordenarlo, o el método de trabajo (analítico, sintético) que desarrollar en torno al objeto de estudio (juicio conforme a valor), no es menos cierto que, desde el punto de vista de Weber, es difícil encontrar razones que vuelvan incompatible el ideal de la neutralidad valorativa con la inevitable referencia a valores[41]. Sea lo que fuere, la ocasión presenta la mejor oportunidad para que Weber haga gala del vocablo que más a cabalidad puede expresar lo que él entiende por explicación causal en los dominios de las ciencias de la cultura: afinidad electiva (Wahlverwandtschaft). En virtud de que la regularidad dentro de los límites de la finalidad en la que funciona la vida social es independiente y distinta de la rígida legalidad mecanicista que campea en el interior de los fenómenos de la naturaleza, las ciencias sociales tienen que presentarse con menos pretensiones en lo que atañe al alcance de su poder predictivo y concebir la relación causal no en clave determinista de enunciados generales (Kausaladäquanz), cuanto en términos de análisis de hechos históricos concretos que expliquen la conexión de dos acontecimientos a la luz de la adecuación de significado (Sinnadäquanz) o de correspondencia de sentido (Sinnhafte Entsprechung)[42]. Se trata del aire de familia que puede existir entre dos o más fenómenos sociales como para que mutuamente se llamen o se atraigan y, llegado el momento, uno de ellos sirva de condición necesaria a fin de que el otro surja[43]. Lo anteriormente expuesto autorizó a Weber desmentir y corregir las grotescas explicaciones monocausales del determinista materialismo histórico marxista o la recaída en el extremo opuesto idealista[44]. En nombre de la ya mencionada multiplicidad, variedad, complejidad y del caos de las percepciones humanas sobre la realidad, rechaza la interpretación del influjo unívoco, unilateral, de la base de los modos materiales de producción sobre la superestructura ideológica[45]. Siendo pasante de abogado, por encargo de los socialistas de cátedra, y luego como Privatdozent de la Universidad de Berlin, pudo realizar indagaciones que con conocimiento de causa le permitieron familiarizarse con los problemas de los empleados rurales, procedentes especialmente de Rusia y Polonia, esto es, de la parte oriental del imperio alemán, más allá del río Elba, amén de los movimientos bursátiles[46]. Demostró que las razones de tipo material no inciden exclusivamente ni en forma determinante en las decisiones personales, pues los seres humanos saben subordinar las ventajas económicas a la experiencia de ser dueños de sí mismos sin estar sometidos a los caprichos patriarcales de los terratenientes (Junkers)[47]. En efecto, los campesinos podían llevar a cabo sus tareas en dos clases de condición: como jornaleros, circunstancia en la cual la relación laboral los ligaba a un contrato diario por el que su mayor interés residía en obtener un mayor nivel salarial; como labradores adheridos, en tal situación un contrato anual los vinculaba a cultivar las tierras del amo a cambio de lo cual disponían de vivienda, además del pago de un salario en dinero y en especie, no sin el inconveniente de soportar el cumplimiento de órdenes antojadizas emanadas de quienes los contrataban[48]. El drástico descenso de esta última clase de empleado del campo que Weber observó, demostraba contundentemente que la tesis determinista del influjo unívoco, en cualquiera de sus versiones, no supera el test más elemental de una crítica seria[49]. No menos interesantes fueron los resultados que arrojó su investigación acerca de la naturaleza y funcionamiento de la bolsa de valores. Víctima del desconocimiento y de las prevenciones profundamente arraigadas por la fuerza avasalladora de la costumbre, el común de los mortales cree que quienes dirigen o se dedican a las actividades bursátiles, con total falta de escrúpulos, estafan y defraudan personas honradas a quienes sorprenden en su buena fe, arribando a la conclusión que el mundo de los negocios en general basa sus operaciones en la explotación que los empleadores ejercen sobre los obreros[50]. Al distinguir las tareas del operador individual que especulando en soledad recibe jugosas ganancias, de las del hombre de negocios que, sin sustraerse al régimen de la competencia, afronta vicisitudes que le imponen asociarse a colegas inversionistas y empresarios, detectó que los beneficios captados por los incluidos en la última categoría demandaban, al lado de compartir una visión económica similar, la vigencia de una ética que orientara el comportamiento financiero, indispensable, por tanto, para inspirar la confianza recíproca en el desarrollo de las transacciones comerciales[51]. Este es precisamente el tema de la obra más conocida de Weber La Etica Protestante y el Espíritu del Capitalismo. En lo que considera un punto de vista que corresponde más a la realidad, nuestro autor matiza el pensar del materialismo histórico, según el cual la Reforma Protestante es necesariamente un producto que de modo determinante reflejan transformaciones económicas en el proceso evolutivo de la historia, al afirmar el influjo causal eficazmente histórico de las ideas-fuerza de la ética del ascetismo mundano calvinista sobre la teoría y la práctica de la mentalidad capitalista[52]. En este respecto, párese mientes en que el verdadero interés weberiano consiste en establecer si convicciones religiosas han contribuido a la formación del espíritu del capitalismo y no en discutir si expresiones capitalistas ya se conocían antes que la Reforma apareciera, asunto en el que está positiva y completamente de acuerdo por las ocurridas durante las postrimerías del medioevo que el propio Weber había estudiado[53]. Simplemente hinca la atención en algo llamativo que otros ya habían constatado: la arrolladora superioridad de la presencia numérica de protestantes en las regiones donde la industrialización había introducido mayor prosperidad[54]. Por el contrario, las zonas que iban a la zaga del progreso tenían poblaciones que masivamente profesaban creencias religiosas católicas. Este supuesto, sin embargo, no da pie para sustentar una dependencia inalterable del espíritu del capitalismo en relación a los hábitos morales de la herencia religiosa de la Reforma[55]. Weber comenta que el dinamismo ínsito al desarrollo del sistema capitalista lo conduce a mantener una ética empresarial desligada de las raíces religiosas que en otra época lo impulsaron[56]. Sucedió, más bien, que en coyuntura histórica singular, o sea, irrepetible, observaron recíproca atracción, por la que coincidieron en feliz conexión, las condiciones necesarias para el surgimiento, mantenimiento y consolidación de la mentalidad y la práctica del capitalismo (la disciplina del trabajo productivo, la reinversión y la perenne comparecencia del fair play inherente a la libertad del mercado)[57] con el ascetismo mundano, principalmente de la ética calvinista (revalorización del trabajo como vocación para el desempeño de un oficio, en particular de las labores manuales de los empleados, condena del despilfarro, fomento del ahorro y aceptación de la legitimidad del cobro del interés sobre capital en las operaciones bancarias, cambiarias y mercantiles de los hombres de negocios; administradores públicos incorruptos y probos que no ven malos ojos ni tratan con hostilidad a quienes respetan las reglas de juego del libre mercado)[58].

 

§3. Trazas historicistas en los conceptos típicos ideales

 

La realidad social de la cual forma parte el fenómeno llamado capitalismo no aparece al investigador en los términos de un sustentante en sí noumenal, sino a guisa de una masa caótica de datos objetivos empíricos entre los que el entendimiento selecciona algunos aspectos estimados relevantes, relegando otros tantos tomados como de menor importancia según la personal escala valorativa del sujeto que de esa manera aporta orden a la síntesis con lo fáctico en que el conocimiento científico consiste[59]. Puesto que la realidad constituye la expresión infinita del fluido devenir del mundo, su captación ocurre exclusivamente en los fueros de una serie de representaciones cada una de las cuales posee una parte finita de lo que existe empíricamente[60]. En ese orden de ideas, la actividad científica no contiene una copia del mundo social, más bien elabora construcciones mentales abstractas que, por vía de la articulación conceptual, acentúa unilateralmente algunos componentes considerados esenciales porque el interés del investigador los juzga significativos como para ser los únicos hechos dignos de conocer dentro de la compleja concreción de cada caso particular[61]. La tarea explicativa del científico social, a efecto que la comprensión del sentido del universo cultural se ejerza más plenamente, no puede menos de describir apoyándose en el relieve que adquiere la opción por ciertos criterios interpretativos. Inspirado en la terminología de Dilthey, Jellinek y Menger, Weber reserva a tales constructos el nombre de tipos ideales[62]. El sociólogo teutón tiene para sí que la creación de formaciones conceptuales, merced a la índole intrínsecamente abstracta del conocimiento en general y del científico en particular, supuso implementar el primer instrumento de avance en la línea de la superación de la mentalidad mágica que, por basar sus explicaciones en la imprevisibilidad de fuerzas misteriosas, sufrió el reemplazo cada vez más mayor de la práctica de la predicción racional. Para Weber, obviamente, entre las herramientas conceptuales ocupan posición sobresaliente los tipos ideales[63]. A juicio de nuestro autor, los rasgos o notas seleccionadas para construir un tipo ideal carecen de carácter absoluto por cuanto no existe un sistema de valores universalmente aceptado, pero también de objetividad, en el sentido que los científicos sociales las eligen según su individual orden de prioridades, inconveniente que les impone el compromiso de mostrar los supuestos que orientan su investigación[64]. Los tipos ideales cifran su utilidad en la función heurística que cumplen, pues historiadores, economistas y sociólogos, ante la imposibilidad de captar la totalidad de la vida social, pero para alcanzar una mejor comprensión de ella, necesitan elaborar categorías o esquemas con los cuales organizar el horizonte de sentido, desde el que es posible explicar causalmente situaciones que los estudiosos, en ausencia del marco interpretativo indicado, adolecerían de una precisa e inequívoca intelección[65]. No menos importante en la creación del tipo ideal es el afán comparativo, con alarde de apabullante erudición, patente en el procedimiento investigativo a lo largo y ancho de su obra, desplegado por Weber entre distintas sociedades, creencias religiosas, períodos históricos, instituciones económicas, al objeto de referir las características límites-uniformes fundamentales de las singulares e irrepetibles individualidades histórico-sociales indagadas. Esfuerzo comparativo que Weber extiende a la relación del contenido empírico de la realidad con el concepto típico ideal que la subsume a título de ejemplo, pero que en ese intento revela a las claras la problemática de la relatividad de su valor, habida cuenta de su irrealidad, toda vez que no se pase por alto su mayor o menor grado de aproximación respecto a la inmediatez de los datos particulares[66]. El tipo ideal, por tanto, constituye la fórmula de compromiso ensayada por Weber para resolver la oposición irreconciliable entre la generalización obtenida al construir el mundo de los conceptos y la especificidad de la experiencia histórico-cultural formada por acontecimientos únicos e irrepetibles. La combinación de generalización e individualización, que configura y aplica conceptos a sucesos particulares, exige, en vista de una aproximación garante, en la medida de lo posible, de una mayor precisión y rigor, encontrar el punto medio equidistante de la excesiva generalización de los difusos elementos de los más dispersos fenómenos de la complejísima realidad histórico-social y la desproporcionada especificación de características únicas que adquieren los elementos culturales en situaciones particulares[67]. Uno de los casos paradigmáticos, si no el ejemplo de término medio por antonomasia de concepto típico ideal es el de capitalismo, por cuyo través, si quiere entenderse adecuadamente este sistema económico, debe remitirse a los atributos que encierra la ya aludida herramienta abstracta, la que pese a no existir en un estado químico de pureza, no los reúne arbitrariamente al organizar nuestra percepción, más bien rige esta última con un esquema analítico para estudiar las manifestaciones de la vida social. A saber, enmarca en un cuadro categorial eventos empíricamente comprobables, susceptibles de asumir en la generalidad de las notas de un concepto, que se ordenan a la explicación dentro de los límites de la relación de causalidad adecuada o causalidad por libertad y se formulan en enunciados, no con una inclinación ética o política (“juicios de valor”), pero sí con el interés que guía una orientación teórica referida al mundo axiológico que el tipo ideal representa (“juicio conforme a valor”)[68]. Así, pues, la diversidad de expresiones concretas de la realidad capitalista es tal que no existe capitalismo, sino capitalismos distintos (pirático, mercantil o comercial, fabril industrial) que, en mayor o menor grado, se acercan o alejan al modelo abstracto que hemos construido, cuyo valor depende a su vez de la superioridad explicativa que ostente frente a toda alternativa teórica deficiente por falta de claridad y precisión conceptual o por visión simplificada del enfoque[69]. En todo caso, la actividad científica ejercida por historiadores, sociólogos y economistas al crear y emplear tipos ideales comparte con la variada-variable realidad de capitalismos, a partir de la cual los forman, el denominador común de la racionalidad instrumental, propia de la acción en que ambas hunden sus raíces[70]. Desde el interés por la acción social sociológicamente relevante, Weber construye idealmente, procurando siempre aproximarse (Annäherung) lo más que se puede al desarrollo real, cuatro tipos de ella. Cualquiera de estas clases divide con las demás el sentido subjetivo asignado en común (gemeinde Sinn) a todo comportamiento individual orientado por la expectativa de una respuesta posible (chance) o actual[71]. La caracterización anterior excluye, por una parte, el atributo del actuar a entes que reducen su existencia a ciertas formas de interacción humana, y, por otro lado, la posibilidad de que el sujeto actuante establezca a discreción el significado. Por ejemplo, guiñar el ojo a una persona es acción social porque se le indica algo, hecho similar ocurre con el gesto de sacudir la mano caída, condición que se pierde con el parpadeo continuo o con el movimiento interminable de la mano a resultas del síndrome de Parkinson[72]. Sea de ello lo que fuere, la acción social racional se divide en 1) Finalista (Zweckrational), la que, en atención a los propósitos que el sujeto actuante quiere alcanzar, emplea los medios más adecuados que tienen relación con la eficiencia, la funcionalidad, la eficacia. Justamente, está en juego el cálculo táctico-estratégico de las consecuencias y resultados previstos, de suerte que los riesgos implicados en el esfuerzo de la inversión de costos se reduzca a su mínima expresión, elevando en cambio al supremo nivel de maximización los beneficios[73]. Ciencia moderna y capitalismo, herederos por igual del proceso de racionalización de la civilización occidental europea, manifiestan con creces el modelo medios-fines de la acción instrumental. La actividad científica forja procedimientos cognoscitivos propios del paradigma racional de la explicación causal, tales las técnicas lógicas de la inferencia deductiva e inductiva que, mediante el estudio sistemático de los problemas planteados, formula hipótesis dentro de un andamiaje teórico, estructurado con alta precisión conceptual y gran rigor analítico[74]. El capitalismo, por su parte, traduce en esencia la racionalización de la vida cotidiana al someterla a la planificación de la disciplina del abnegado hábito del trabajo. No existe alternativa para que el empresario obtenga cuantiosas ganancias más que acumular capital que genera la riqueza necesaria para la inversión en la actividad productiva, ni que las mantenga sin la severidad del control que le impida entregarse a la greña, derrochándolas en lujosos placeres que llevarían a la quiebra su negocio; a lo que debe sumarse, desde luego, el manejo generalizado de la técnica contable, indispensable en el funcionamiento efectivo del cálculo de operaciones en el mercado[75]. 2) Valorativa (Wertrational), aquella cuyo fin se agota en la consecución de un valor considerado supremo, al extremo que no necesita obtener un resultado extrínseco o distinto que la ejecución de la misma[76]. Experiencia emblemática que se puede mostrar como ejemplo de acción social racional valorativa es el heroico sacrificio del rey Leónidas (con trescientos espartanos más) dispuesto a llenar el requisito que, según el oráculo de Delfos, constituía la única posibilidad para salvar a los griegos de la dominación persa: la muerte de un rey. Con la defensa del estratégico desfiladero de las Termópilas, aunque perdió la vida en combate, montó una táctica dilatoria que no sólo permitió ganar tiempo, sino que debilitaba al enemigo ocasionándole serios estragos en sus filas[77]. 3) Afectiva (Affektuell), a semejanza del tipo que Weber explica a continuación de éste, no obstante que es acción social, no reúne la condición de racionalidad, sino de irracionalidad, y, en la mejor de las opciones, de arracionalidad. Cubre, efectivamente, al amplio espectro del actuar irreflexivo que quien encuentra motivación en el impulso temperamental[78]. 4) Tradicional (Traditionell), la irreflexividad y arracionalidad de esta especie de acción social estriba en la rutina habitual con que a diario acostumbramos interiorizar las normas de conducta[79].

 

* Profesor de Etica y Filosofía Social en la Universidad Francisco Marroquín



[1] Cf. ABBAGNANO N., Historia de la Filosofía III. La Filosofía del Romanticismo. La Filosofía entre los siglos XIX y XX, Hora, Barcelona 1982, 488; AGULLA J. C., Teoría Sociológica. Sistematización histórica, Depalma, Buenos Aires 1987, 199; AKOUN A., “Weber (Max)”, en CAZENEUVE J. – VICTOROFF D. (eds.), La Sociología, Mensajero, Bilbao 1975, 542; BARBANO F., “Transformaciones y Tipos de la Teoría Sociológica Contemporánea”, en ALBERONI F. (ed.), Cuestiones de Sociología, Herder, Barcelona 1971, 75, IDEM, “WEBER, Max”, en CENTRO DE ESTUDIOS FILOSOFICOS DE GALLARATE, Diccionario de Filósofos, Rioduero, Madrid 1986, 1394; IDEM – GARELLI F., “Teoría”, en DEMARCHI F. – ELLENA A. – GONZALEZ-ANLEO J. (eds.), Diccionario de Sociología, Paulinas, Madrid 1986, 1666; BUBNER R., La Filosofía Alemana Contemporánea, Cátedra, Madrid 1984, 58-59; DANI L., “Religión”, en DEMARCHI F. – ELLENA A. – GONZALEZ-ANLEO J. (eds.), op. cit., 1463; DEMARCHI F., “Tipología”, en IDEM – ELLENA A. – GONZALEZ-ANLEO J. (eds.), op. cit., 1702; FERRATER MORA J., “WEBER, MAX”, en IDEM, Diccionario de Filosofía IV/Q-Z, Alianza, Madrid 51984, 3477; GINER S. – LAMO DE ESPINOSA E., “Weber, Max”, en IDEM – TORRES C. (eds.), Diccionario de Sociología, Alianza, Madrid 1998, 829; LAMO DE ESPINOSA E. – GONZALEZ GARCIA J. M. – TORRES ALBERO C., La Sociología del Conocimiento y de la Ciencia, Alianza, Madrid 1994, 85; MARDONES J. M., Filosofía de las Ciencias Humanas y Sociales. Materiales para una fundamentación científica, Anthropos, Barcelona 21991, 246; REALE G. – ANTISERI D., Historia del Pensamiento Filosófico y Científico III. Del Romanticismo hasta hoy, Herder, Barcelona 1988, 410-411; SELIGMAN B., Principales Corrientes de la Ciencia Económica Moderna. El Pensamiento Económico después de 1870, Oikos-tau, Barcelona 1967, 21; VACCARINI I., “Valor”, en DEMARCHI F. – ELLENA A. – GONZALEZ-ANLEO J. (eds.), op. cit., 1766.

 

[2] Cf. ZUBIRI X., Cinco lecciones de Filosofía, Alianza, Madrid 21982, 247. WEBER Marianne, Biografía de Max Weber, Fondo de Cultura Económica, México 1997, 612, aclara que: “La sociología comprensiva consiste en dos partes, metodológicamente distintas, las cuales quedaron incompletas: una teoría sistemática de los tipos y los tratados que le corresponden en parte, y en que los datos históricos concretos son relacionados y organizados por medio de los conceptos de tipos. En otras palabras, los constructos conceptuales empleados en las partes descriptivas para la penetración de los procesos históricos están arreglados sistemáticamente en la primera parte y presentados con la menor ambigüedad posible. Así, la teoría de los conceptos presupone un dominio comprensivo de la historia, porque no se deduce de grandes temas o principios, como los sistemas intelectuales especulativos [Denkgebilde], sino que evoluciona directamente del material fáctico concreto y está compuesto inductivamente. Por ello, Weber escribió sus tratados históricamente analíticos y descriptivos antes de la guerra y ‘de memoria’, es decir, sin notas. No necesitó ningún material o apparatus criticus, pues tenía a su disposición su conocimiento universal. Sólo después anotó su teoría de las categorías. Tuvo que hacer esto para las conferencias que pronunció en Viena en 1918 y en Munich un año después. Ahora, pocos meses antes de su muerte, les dio su forma final. Siguió retocando los difíciles conceptos y haciéndoles muchos cambios en las hojas de prueba.” Líneas abajo WEBER M., op. cit., 613, agrega: “Weber se interesa en la ‘sociología comprensiva’ como en una ciencia empírica, ‘una delimitación que no impondré y no puede imponer a nadie’. Su objeto es el único factor comprensible de la historia: a saber, la acción significativamente orientada de individuos y grupos de personas, es decir, sus acciones relacionadas entre sí y que por tanto son llamadas ‘acción social’. Dado que esta sociología comprende interpretativamente tal acción, al mismo tiempo la explica causalmente. Lo que Weber desea determinar como significado de la acción es, cual bien sabemos por observaciones anteriores, el significado subjetivo, el significado ‘intentado’ por el actor mismo como realidad última, concreta y empíricamente captable, y no alguna estructura mental que haya sido sobre impuesta especulativamente a la realidad.”      

 

[3] Cf. BARBANO F., “Weber, Max”, en CENTRO DE ESTUDIOS FILOSOFICOS DE GALLARATE, op. cit,, 1395. Como señala BOHMAN J. “Weber, Max”, in AUDI R. (General Editor), The Cambridge Dictionary of Philosophy, Cambridge University Press, Cambridge 22001, 969: “Weber´s influential methodological writings reject positivist philosophy of science, yet call for ‘value neutrality’. He accepts the neo-Kantian dsitinction, common in his day under the influence of Rickert, between the natural and the human sciences, between the Natur– and the Geisteswissenschaften. Because human social action is purposive and meaningful, the explanations of social siences must be related to the values (Wertbezogen) and ideals of the actors it studies. Against positivism, Weber saw an ineliminable element of Verstehen, or understanding of meanings, in the methodology of the human science. For example, he criticized the legal positivist notion of behavioral conformity for mailing to refer to actors’ beliefs in legitimacy. But for Weber Verstehen is not intuition or emphaty and does not exclude causal análisis; reasons can be causes. Thus, explanations in social science must have both causal and subjective adequacy. Weber also thought that adequate explanations of  large-scale, macrosocial phenomena require the construction of ideal types, which abstract and summarize the common features of complex, empirical phenomena such as ‘sects’, ‘authority’ or even ‘the Protestant ethic”. Weberian ideal types are neither merely descriptive nor simply heuristic, but come at the end of inquiry through the successful theoretical analysis of diverse phenomena in various historical and cultural contexts.”       

 

[4] Cf. HUISMAN D., Diccionario de las mil obras clave del pensamiento, Tecnos, Madrid 2002, 248; REALE G. – ANTISERI D., op. cit., 419.

 

[5] Cf. ibid., 420; GOMEZ-HERAS J. M., “Explicación y comprensión”, en ORTIZ-OSES A. – LANCEROS P. (eds.), Diccionario Interdisciplinar de Hermenéutica = Serie Filosofía 26, Universidad de Deusto, Bilbao 32001, 178. Sobre el particular BODEI R., La Filosofía del siglo XX, Alianza, Madrid 2001, 53, asienta lo que sigue: “Circula en la cultura europea de estos años –en demasiados ambientes geográficos y disciplinarios como para ser una mera caasualidad- la exigencia de combatir el vitalismo psicologista anclando al individuo en la acción, en el hecho social, es decir, en el momento en que se objetiva, se conjuga activamente con el mundo y produce efectos constatables. Es, pues, la actuación humana la que da sentido en Weber a un universo que en sí mismo carece de él, asignando ‘valores’ a la realidad, objeto de los fines humanos, y construyendo instrumentos y medios para conseguir estos fines. La única ciencia posible es la de los medios, no la de los valores, entre los cuales se registra un conflicto, un ‘politeísmo’ irremediable. De las diferentes formas de actuar con sentido (racional respecto a la finalidad, racional respecto al valor, pasional-emotiva, tradicional), el capitalismo desarrolla plenamente sólo la primera , confinando a la esfera privada y penalizando todas las demás. La racionalidad capitalista es puramente instrumental, basada en la eficacia, en la destrucción de las certidumbres tradicionales que frenan, en el control y el enfriamiento de la emotividad, en la puesta entre paréntesis del significado general de los demás valores. El Estado y la sociedad están organizados según los mismos criterios de la empresa capitalista y el mundo se ha desencantado porque se le ha privado de sus sustratos mágicos, se lo ha hecho más seguro, ordenado, calculable y científicamente comprensible. La religión –que ha sido el primero y más potente órgano de atribución de sentido al mundo y que, bajo sus ropajes calvinistas, ha generado el espíritu del capitalismo-, agotada su misión civilizadora, parece haberse retirado a la vida privada, convertida en instrumento de oscuro consuelo. En efecto, la realidad capitalista es muy dura, pero, según Weber, no se puede salir de ella, es una ‘jaula de hierro’; hace falta mucho valor para vivir tras sus barrotes, para contentarse con la sobria vocación del trabajo, de la profesión (Beruf).” 

 

[6] Cf. ABBAGNANO N., op. cit., 505, 506; BOTERO URIBE D., El Poder de la Filosofía y la Filosofía del Poder. El Universo vale una idea I. La originalidad del pensamiento, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá 32001, 424, 426; RITZER G., Teoría Sociológica Clásica, McGraw-Hill, Madrid 1997, 246, 251.

 

[7] Cf. ABBAGNANO N., op. cit., 505, 506.

 

[8] Cf. ABBAGNANO N., op. cit., 505, 506, 507, 508; REALE G. – ANTISERI D., op. cit., 423, 424; RITZER G., op. cit., 254, 255.

 

[9] Cf. GINER S., Teoría sociológica clásica, Ariel, Barcelona 2001, 267, 271, 272; RITZER G., op. cit., 254.

 

[10] Por esas ironías de las que es pródiga la historia del pensamiento, posturas opuestas como las del materialismo y la axiología de Rickert convienen en el hecho de que para el primero los aspectos lógico-metódico-epistemológicos pertenecen intrínsecamente a la realidad exterior; y para la segunda los valores consisten en la existencia de un subsistente constitutivo metafísico. Cf. BOTERO URIBE D., op. cit., 419-420.

 

[11] Cf. RITZER G., op. cit., 252.

 

[12] Cf. ABBAGNANO N., op. cit., 504; RITZER G., op. cit., 252; SELIGMAN B., op. cit., 42, 43.

 

[13] Cf. ibid., 252,253.

 

[14] Cf. BAUMAN Z., La Hermenéutica y las Ciencias Sociales, Nueva Visión, Buenos Aires 2002, 78, 79.

 

[15] Cf. ibid., 79.

 

[16] Cf. ibid., 81; GOMEZ-HERAS J. M., op. cit., 178, 179, 180. Weber se toma el trabajo de recordar que “el tipo ideal está vinculado con la idea de comprensión, pues todo tipo ideal es una organización de relaciones inteligibles, propias de un conjunto histórico o de una realización de acontecimientos. Por otra parte, el tipo ideal está vinculado con lo que es característico de la sociedad y de la ciencia moderna, a saber, el proceso de racionalización. La construcción de tipos ideales es una expresión del esfuerzo de todas las disciplinas científicas para conferir inteligibilidad a la materia, deduciendo de la misma la racionalidad interna, y quizás aun construyendo esta racionalidad a partir de una materia a medias informe. Finalmente, el tipo ideal se relaciona también con la concepción analítica y parcial de la causalidad. En efecto, el tipo ideal permite aprehender individuos históricos o conjuntos históricos. Pero el tipo ideal es una aprehensión parcial de un conjunto global. Mantiene el carácter parcial de toda relación causal, aún en aquellos casos en que, aparentemente, abarca a una sociedad entera.” (Citado por LUCAS MARIN A., Fundamentos de Teoría Sociológica, Tecnos, Madrid 1989, 126).

 

[17] Cf. ABBAGNANO N., op. cit., 504, 508; GOMEZ-HERAS J. M., op. cit., 178, 182; LAMO DE ESPINOSA E. – GONZALEZ GARCIA J. M. – TORRES ALBERO C., op.cit., 85. Según afirma GONZALEZ DEL TEJO C., “Comprensión”, en MUÑOZ J. – VELARDE J. (eds.), Compendio de epistemología, Trotta, Madrid 2000, 128: “[…] Weber, si bien contempla la comprensión como la forma de conocer propia de las ciencias histórico-sociales, sin embargo se separa en parte del historicismo alemán al considerar que la comprensión no excluye un determinado saber nomológico: la comprensión si quiere presentarse comoun conocimiento objetivo ha de ir ligada a una explicación causal de los fenómenos que estudia; con todo, se trata de una explicación causal específica que trata de reconocer el nexo particular existente entre determinados fenómenos y no su dependencia de una ley general.”

 

[18] Cf. ibid., 177, 178, 181, 182.

 

[19] Cf. DUSSEL E., Historia de la Iglesia en América Latina I/1. Introducción General a la Historia de la Iglesia en América Latina, Sígueme, Salamanca 1983, 59, 61; GINER S, op. cit., 267; GOMEZ-HERAS J. M., op. cit., 179; GONZALEZ ECHEVARRIA A., Crítica de la singularidad cultural = Autores, Textos y Temas ANTROPOLOGIA 38, Anthropos-Universidad Autónoma Metropolitana, Barcelona-México 2003, 109; REALE G. – ANTISERI D., op. cit., 419-420, 422. En palabras de Weber: “No sólo es prácticamente imposible establecer una retrogresión causal exhaustiva a partir de cierto fenómeno concreto a fin de aprehenderlo en su plena realidad, sino que la tentativa misma carece de sentido. Sólo podemos identificar las causas a las cuales hay razones para imputar elementos esenciales de un desarrollo, en cada caso específico.” [citado por BOTTOMORE T. – NISBET R. (eds.), Historia del análisis sociológico, Amorrortu, Buenos Aires 2001, 201].

 

[20] Cf. REALE G. – ANTISERI D., op. cit., 421.

 

[21] Cf. ibid., 420.

 

[22] Cf. ABBAGNANO N., op. cit., 505, 506.

 

[23] Cf. GINER S., op. cit., 267, 287, 310, 311; LAMO DE ESPINOSA E. – GONZALEZ GARCIA J. M. – TORRES ALBERO C., op. cit., 88, 89.

 

[24] Cf. GINER S., op. cit., 267, 274, 281; SELIGMAN B., op. cit., 39.

 

[25] Cf. SELIGMAN B., op. cit., 43.

 

[26] Cf. HUISMAN D., op. cit., 488. Al referirse a este punto, SAFRANSKI R., Un maestro de Alemania. Martin Heidegger y su tiempo = Tiempo de Memoria 3, Tusquets, Barcelona 2000, 120-121, escribe: “La ciencia puede comprobar la adecuación de los medios a los fines previamente dados, que por su parte están fundados en decisiones axiológicas. Puede analizar también la contradicción interna de un sistema de valores y la compatibilidad con otras decisiones relativas a los valores. Por tanto, ella puede hacer una aportación a la propia reflexión, pero no puede exonerarnos de la decisión relativa a cómo debemos vivir. Esta atribución de las decisiones personales de los valores a la libertad, podría entenderse como liberación de toda tutela. Entonces el hecho de que las ciencias no pueden tomar decisiones de sentido y de valor, no sería ningún problema, sino, más bien, una oportunidad. Pero la cosa no es así. Pues nuestra civilización, dice Max Weber, está implantada tan radical y ampliamente en la racionalidad, que ella entierra en el individuo la confianza en su propia competencia decisoria. Incluso en las propias decisiones axiológicas queremos tener la misma certeza y garantía objetiva a la que estamos acostumbrados por lo demás en el mundo tecnificado. Quien viaja en un tranvía no necesita saber cómo funciona éste, puede entregarse a la confianza de que todo está bien ‘calculado’. Pero si estamos rodeados de un mundo de la vida que puede ‘calcularse’ en tantísimos ámbitos, y estamos acostumbrados a que, por más que no lo entendamos todo por nosotros mismos, sabemos que otros lo comprenden, ya que en caso contrario no habrían podido erigir estas cosas técnicas tan prodigiosas, en consecuencia no resulta nada extraño que se exija esta seguridad y garantía también allí donde propiamente no puede exigirse: en el campo de las decisiones relativas al sentido y a los valores. En lugar de aprehender la libertad que allí se da, se pretende también aquí la objetividad de la ciencia. Y así se llega a las coyunturas de las concepciones del mundo, que quieren granjearse la confianza adornándose con una capa de ciencia. De esta manera actúan los que Max Weber llama “profetas ex cathedra”. Ante la falta de misterio en un mundo desencantado por la racionalización, ellos reaccionan racionalizando en forma falsa los últimos valores sagrados que han quedado, a saber, la personalidad y su libertad. No quieren aguantar la tensión entre racionalidad y personalidad, sino que a partir de la ‘vivencia’ producen por encanto una interpretación del mundo con la que se procede tan fiablemente como con el tranvía. En lugar de dejar el misterio allí donde todavía subsiste, en el alma del individuo, los ‘profetas ex cathedra’ sumergen el mundo desencantado en la penumbra de un reencanto intencionado. Frente a esto, Max Weber pide una separación: por una parte, la intervención en el mundo y el dominio sobre él; por otra parte, el respeto al misterio de la persona, aunque ésta a veces se deshaga con gusto del peso de la libertad. Max Weber exige honradez. Hay que  mirar a los ojos de los hechos, también de los desagradables. Dios ha desaparecido de un mundo que nosotros podemos penetrar y disponer de él técnicamente; si existe todavía, está solamente en el alma del hombre individual, que ‘por cuenta propia’ ha de estar dispuesto a ofrecer ’el sacrificio del entendimiento’ y crecer en él. La fe viva, que no es de este mundo, fascinaba a Max Weber como fascina un artista o un virtuoso. Llama a tales hombres ’virtuosos de la religión’. En cambio, una fe que se confunde con la ciencia o busca una concurrencia ideal con ella, es para Weber un engaño peligroso. Sólo una fe que no recibe préstamos falaces de la ciencia, posee a sus ojos dignidad y verdad en ‘el mundo trascendente de la vida mística, o en la hermandad de las relaciones inmediatas de los individuos’. Aquí puede soplar ‘un espíritu profético’, pero hay que procurar que no sople en la arena política.”        

 

[27] Cf. HUISMAN D., op. cit., 248. En relación con este punto, Weber amonesta en estos términos a quienes ejercen la carrera docente: “Me parece de una absoluta falta de responsabilidad que el profesor aproveche estas circunstancias para marcar a los estudiantes con sus propias opiniones políticas, en lugar de limitarse a cumplir su misión específica que es la de serles útil con sus conocimientos y con su experiencia científica. Por supuesto, es siempre posible que algún profesor sólo consigo a medias prescindir de sus simpatías políticas. En este caso se expondrá a las más agudas críticas de su propia conciencia. Este hecho, en definitiva, nada prueba. También son posibles los errores puramente objetivos y tampoco ello supone un argumento en contra del deber de buscar la verdad. Además, es el interés científico el que me hace condenar esa actitud. Basándome en la obra de nuestros historiadores, me comprometo a ofrecer la prueba de que allí en donde un hombre de ciencia permite que se introduzcan sus propios juicios de valor deja de tener una plena comprensión del tema […] Por de pronto nos encontramos con esto: la primera tarea de un profesor es la de enseñar a sus alimnos a aceptar los hechos incómodos; quiero decir aquellos hechos que resultan incómodos para las corrientes de opinión que los alumnos en cuestión cdomparten, y para todas las corrientes de opinión, incluida la mía propia, existen hechos incómodos. Creo que cuando un profesor obliga a sus oyentes a acostumbrarse a ello les está dando algo más que una simple aportación intelectual. Llegaría incluso a la inmodestia de utilizar la exprersión aportación ética, aunque pueda sonar como un término en demasía patético para calificar una evidencia tan trivial.” (citado por LUCAS MARIN A., op. cit., 116).

 

[28] Cf. ibid., 247.

 

[29] Cf. ibid., 488.

 

[30] Cf. REALE G. – ANTISERI D., op. cit., 424, 425.

 

[31] Cf. LAMO DE ESPINOSA E. – GONZALEZ GARCIA J. M. – TORRES ALBERO C., op. cit., 83-84, 87; REALE G. – ANTISERI D., op. cit., 425.

 

[32] Cf. REALE G. – ANTISERI D., op. cit., 425-426. Como señala Weber sin paliativos: “una ciencia empírica no puede enseñar a nadie qué debe hacer sino únicamente qué puede hacer y, en ciertas circunstancias qué quiere […] jamás puede ser tarea de una ciencia empírica proporcionar normas e ideales obligatorios, de los cuales puedan derivarse preceptos para la práctica.” (Citado por LUCAS MARIN A., op. cit., 123).

 

[33] Cf. LAMO DE ESPINOSA E. – GONZALEZ GARCIA J. M. – TORRES ALBERO C., op. cit., 86, 87, 88, 89.

 

[34] Cf. ibid., 273, 276

 

[35] Cf. ABBAGNANO N., op. cit., 505-506, 507, 508; REALE G. – ANTISERI D., 424.

 

[36] Cf. ABBAGNANO N., op. cit., 506; REALE G. – ANTISERI D., op. cit., 424.

 

[37] Cf. ABBAGNANO N., op. cit., 505; REALE G. – ANTISERI D., op. cit., 424.

 

[38] Cf. ABBAGNANO N., op. cit., 424.

 

[39] Cf. GINER S., op. cit., 267.

 

[40] Cf. LAMO DE ESPINOSA E. – GONZALEZ GARCIA J. M. – TORRES ALBERO C., op. cit., 87.

 

[41] Cf. DUSSEL E., op. cit., 63; LAMO DE ESPINOSA E. – GONZALEZ GARCIA J. M. – TORRES ALBERO C., op. cit., 88-89.

 

[42] Cf. GINER S., op. cit., 307, 308, 337; LAMO DE ESPINOSA E. – GONZALEZ GARCIA J. M. – TORRES ALBERO C., op. cit., 265, 266, 267, 268, 269, 270, 271, 273, 274, 275, 276, 277, 278; LUCAS MARIN A., op. cit., 124, 134. A este propósito, BODEI R., op. cit., 53-54, ofrece acto seguido su explicación: “Pero el pathos con el que carga los momentos de la objetividad y del obrar fecundo no debe hacer perder de vista el aspecto subjetivo, la ética –de origen neokantiano- de la responsabilidad del individuo, hoy tremendamente solo en el esfuerzo de hacer coincidir la máxima de su actuación con la ‘legislación universal’. Contrariamente a lo que podría pensarse, el peso de la subjetividad no disminuye en este mundo férreamente estructurado por la razón formal, por la ciencia, por la fábrica, por la burocracia, sino que crece paralelamente con respecto a éste. Cada uno de nosotros debe elegir, debe seguir ‘al demonio que maneja los hilos de su vida’ (y no al ‘jefe carismático’), sin amoldarse a un relativismo escéptico  (puede que al de un historicismo invertebrado), sentirse como si se vieran las cosas desde la barrera o refugiarse en los brazos misericordiosos de las antiguas iglesias. Contra el relativismo, el laxismo y el misticismo, Weber insiste en mostrar –junto a los argumentos de orden ético- el carácter no indeterminista de nuestro conocer y actuar en el mundo. Los ‘tipos ideales’, los conceptos con los que interpretamos la realidad poniendo en evidencia unilateralmente sólo algunos de sus aspectos son el resultado de drásticas opciones, de construcciones irreales, ‘escenas fantásticas’, útiles para conocer y dominar (¡no para reflejar!) el mundo, producción de estructuras normativas de naturaleza lógica, desligadas de los ‘juicios de valor’. Pero no son arbitrarios, mejor dicho, son objetivos al ser intersubjetivos y funcionan científicamente en cuanto que operan por medio de nexos causales. Polemizando con los deterministas, Weber niega la existencia de una causalidad absoluta, de una concatenación rígida de los hechos, típica de algunas posturas positivistas o del determinismo económico de ciertos exponentes de la Segunda Internacional, pero del mismo modo y con la misma fuerza rechaza el indeterminismo absoluto de un Eduard Meyer, que asigna un papel preponderante a la casualidad, a lo imprevisible, a la decisión individual y a la libertad de acción. Entre casualidad y necesidad existe un amplio espacio de gradación de lo posible. Apoyándose en los modelos del cálculo de probabilidades, en particular en los de Johannes von Kries, Weber elabora una teoría de ls historia y de la acción humana que puede quedar clara con el ejemplo elegido por él mismo: si lanzamos un dado un número de veces suficientemente alto es absolutamente imposible saber con certeza cuál de los seis números saldrá en cada tirada; las posibilidades quedan distribuidas por igual en la frecuencia 1/6 para cada una de las caras del dado. Pero si trasladamos el centro de gravedad del dado, si usamos un dado ’trucado’, entonces podremos contribuir en cierto modo a que salga un número determinado. El traslado del centro de gravedad del dado es por lo tanto la ‘causa adecuada’ para el paso de la casualidad absoluta a la previsibilidad, al sentido. También la acción humana dotada de sentido es una modificación análoga de la casualidad. Para comprender una acción individual o un acontecimiento histórico debemos, pues, proceder a imputaciones causales, desmontar los fenómenos e imaginarlos con o sin premisa alguna, utilizando la irrealidad de los ‘si’ y los ‘pero’ para explicar lo real, para establecer el grado de contribución de un elemento a todo el conjunto.” 

 

[43] Cf. HUISMAN D., op. cit., 270; LAMO DE ESPINOSA E. – GONZALEZ GARCIA J. M. – TORRES ALBERO C., op. cit., 308, 337; SELIGMAN B., op. cit., 47.

 

[44] Cf. BOTTOMORE T. – NISBET R. (eds.), op.cit., 208; LAMO DE ESPINOSA A. – GONZALEZ GARCIA J. M. – TORRES ALBERO C., op. cit., 265, 272, 275; LUCAS MARIN A., op. cit., 124. Weber afirma categóricamente: “La concepción materialista de la historia en el viejo sentido genialmente primitivo, tal como aparece por ejemplo en el Manifiesto comunista, hoy sólo sobrevive en la cabeza de personas carentes de competencia científica y de los aficionados. Entre tales individuos cabe hallar en muchos casos el que su necesidad causal de explicación de un fenómeno histórico no halla satisfacción hasta que no se muestran (o no hacen acto de presencia) las causas económicas, en algún modo o en algún lugar: sin embargo, precisamente en estos casos se contentan con formular hipótesis con criterios más amplios y formulaciones más generales, dado que su necesidad dogmática se ve satisfecha al considerar que las fuerzas instintivas de carácter económico son aquellas que resultan más apropiadas, las únicas verdaderas y, en última instancia, siempre decisivas.” (Citado por REALE G. – ANTISERI D., op. cit., 429).

 

[45] Cf. AGULLA J. C., op. cit., 199, 200, 204, 205; BOTTOMORE T. – NISBET R. (eds.), op. cit., 200; GINER S., op. cit., 276, 315; KUNG H., El cristianismo. Esencia e historia, Trotta, Madrid 22001, 583-584, 585. Para Weber: “Ya liberados de la anticuada confianza en la posibilidad de deducir la totalidad de los fenómenos culturales como productos o como función de constelaciones de intereses materiales, por otro lado consideramos que el análisis de los fenómenos sociales y de los procesos culturales desde el punto de vista de su condicionamiento y de su alcance económico, ha sido en todo momento y continúa siendo aún, a través de una aplicación prudente y libre de toda restricción dogmática, un principio científico con fecundidad creadora. Hay que rechazar con toda decisión la llamada ‘concepción materialista de la historia, como intuición del mundo’ o como denominador común de explicación causal de la realidad histórica, pero el empleo cuidadoso de la interpretación económica de la historia es uno de los objetivos esenciales de nuestra revista.” (Citado por REALE G. – ANTISERI D., op. cit., 428-429).     

 

[46] Cf. ALMECIJA J., “Visión del Mundo en Karl Marx y Max Weber (Estudio Comparativo)”, en Anthropos (Caracas) 10 (1985) 34; GINER S., op. cit., 262, 263.

 

[47] Cf. ALMECIJA J., op. cit., 35.

 

[48] Cf. l. cit.

 

[49] Cf. l. cit.

 

[50] Cf. l. cit.

 

[51] Cf. l. cit.

 

[52] Cf. AGULLA J. C., op. cit., 204; GINER S., op. cit., 309, 310; KUNG H, op. cit., 583-584, 585; NODARSE J. J., Elementos de Sociología, Compañía General de Ediciones, México 131977. 12. Dicho con palabras de Weber: “En el ámbito de los problemas económico-sociales, podemos distinguir procesos y conjuntos de normas e instituciones, etc., cuyo significado cultural consiste para nosotros esencialmente en  su aspecto económico, y que nos interesan en primer lugar –por ejemplo, los procesos que se dan en las bolsas y en los bancos- únicamente desde este punto de vista. Esto sucederá por lo general (si no en todos los casos) cuando se trata de instituciones que hayan sido creadas o que se utilicen conscientemente con objetivos económicos. A esos objetos de nuestro conocimiento les podemos otorgar el nombre de procesos o instituciones económicos. A ellos se añaden otros –por ejemplo, los procesos de la vida religiosa- que no nos interesan, o por lo menos no nos interesan en primer lugar, desde el punto de vista de su significado económico y en virtud de éste. Sin embargo, en determinadas circunstancias adquieren significado desde este punto de vista, porque de ellos se derivan consecuencias que nos interesan bajo una perspectiva económica: constituyen fenómenos económicamente relevantes. Por último, entre los fenómenos que no son económicos en nuestro sentido existen algunos cuyos efectos económicos carecen de todo interés, o por lo menos de un interés considerable, por ejemplo, la dirección que se advierte en el gusto artístico de una época determinada. No obstante, se han visto influidos en mayor o menor grado por los aspectos económicos que han afectado a ciertos rasgos importantes de su configuración, como el tipo de organizaciones sociales propio del público que se interesa por el arte. Se trata entonces de fenómenos económicamente condicionados.” (Citado por REALE G. – ANTISERI D., op. cit., 428). Con la concretez que aporta el  dato histórico LIGHT D. – KELLER S. – CALHOUN C., Sociología, McGraw-Hill, Bogotá 51991, 534-535, lo expresan así: “Según Max Weber, la modernización de las sociedades occidentales fue parcialmente un producto del cambio religioso efectuado por la Reforma Protestante. Este vasto cambio empezó en el siglo XVI, cuando líderes religiosos como Martín Lutero y Juan Calvino se opusieron a lo que consideraron como decadencia dentro de la iglesia cristiana. Lucero, por ejemplo, se opuso a las prácticas de la iglesia sobre la concesión de indulgencias. Una persona podía obtener una indulgencia al donar dinero para ayudar a las finanzas de algún proyecto de la iglesia, tal como la construcción de la Catedral de San Pedro en Roma. En recompensa, el donate podía obtener la promesa de que se le perdonarían algunos de los castigos por sus pecados que le esperan en el purgatorio. Para Lucero esta práctica era una corrupción moderna de las creencias sagradas. ¿Cómo es posible, se preguntaba, que la gracia de Dios pueda ser comercializada por dinero como un bien vendido en el mercado? En el nombre de un cristianismo puro, Lutero y otros demandaron reformas radicales a las doctrinas de la iglesia. Para muchos, esta protesta condujo a un rompimiento con la Iglesia Católica, de ahí el nombre de ‘protestante’ (otros reformadores prefirieron trabajar dentro de la Iglesia Católica). Maz Weber creía que algunas de estas reformas sentaron las bases del capitalismo moderno al promover nuevas actitudes hacia el trabajo y hacia la inversión. Empezó observando que el capitalismo había surgido en una Europa dominada por el cristianismo y no en Asia o en Africa, y que Alemania ampliamente protestante, estaba más industrtializada que las partes de Europa que seguían siendo mayormente católicas. Weber también observó que era más probable que los protestantes fuesen millonarios industrtiales que los católicos. El interrogante consistía en explicar estos patrones. Para encontrar una respuesta, examinó las creencias protestantes, particularmente las de Juan Calvino (1509-1564) y sus seguidores.”   

 

[53] GALINDO POHL R., Guión histórico de la ciencia del Derecho, UCA, San Salvador 1978, 433, 435, 692; GINER S., op. cit., 312, 313, 314, 315; KUNG H., op. cit., 584.

 

[54] Cf. GINER S., op. cit., 308; KUNG H., op. cit., 585; ROUGIER L., El Genio de Occidente = Biblioteca de la Libertad Formato Menor 4, Unión, Madrid 2001, 143.

 

[55] Cf. AGULLA J. C., op. cit., 205; ROUGIER L., op. cit., 145. Confirma la tesis de Weber el siguiente dato que aporta ROUGIER L., op. cit., 142: “Vale la pena señalar que a mediados de este siglo XX ni un solo catón católico en Suiza tenía un ingreso per cápita al del más pobre de los cantones protestantes.”

 

[56] Cf. l. cit. Es opinión de GINER J., op. cit., 311, que: “No asume Weber, sino al contrario, que el capitalismo moderno sea hijo solamente del calvinismo, o de fes afines. En primer lugar, muy explícitamente relata cómo, una vez puesto en marcha el espíritu del capitalismo bajo el aguijón de la ética protestante, el primero adquiere una dinámica propia, y va separándose de sus raíces religiosas. Llega un momento en que las clases capitalistas más dinámicas se han independizado de la antigua creencia, mientras que muchos de sus representantes provienen de otros lugares del mapa religioso. Hay países y regiones enteras dominadas por el espíritu del capitalismo y por una ética empresarial correspondiente a él que carecen de vínculos con el calvinismo. El éxito de la fórmula de laboriosidad y reinversión calvinista influye en su difusión por ámbitos que escapan a su influjo directo. Y se extiende a países –Japón, el Sudeste asiático- cuya vinculación con las tradiciones individualistas y puritanas europeas es más que tenue. Surge así, subraya Weber, un espíritu del capitalismo sin ética protestante, al igual que surgen clases de ostentosa exhibición capitalista y crudas ambiciones, descendientes pero alejadas de la frugal contención de los antiguos puritanos. Estos últimos son militantes de un enriquecimiento cínico, desprovisto de todo anclaje en lo divino, y por lo tanto arte y parte del gran proceso de desencantamiento del mundo que según Weber entraña la modernización. En todo caso, y como acabo de apuntar más arriba, en la obra entera de Weber el calvinismo es solamente un eslabón muy significativo, mas nunca el único, en el intrincado proceso de modernización capitalista del mundo.” COLE J. H., La Metodología del Análisis Económico y otros ensayos = Biblioteca de la Libertad Formato Menor 7, Universidad Francisco Marroquín-Unión, Guatemala-Madrid 2004, 84-85, alude al ejemplo conocido del desarrollo del modelo capitalista en un área geográfica y cultural en la que sus habitantes profesan masivamente credos religiosos completamente distintos al calvinista: “En el siglo XX la demostración más elocuente de la validez del análisis smithiano lo constituyen las dramáticas diferencias que se observan en el comportamiento de los países subdesarrollados. En el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial, algunos de estos países adoptaron políticas de desarrollo que se pueden describir como ‘orientadas hacia dentro’, esto es, protegiendo sus industrias domésticas por medio de barreras arancelarias y otras restricciones a la importación, medidas que introducen un sesgo en contra de la exportación y a favor de la sustitución de importaciones. El otro grupo de países, menos numeroso y ejemplificado principalmente por Corea del Sur y Taiwan, adoptó políticas ‘orientadas hacia fuera’, integrándose en el mercado mundial y abriendo sus economías domésticas a las fuerzas de la competencia internacional. Es bien sabido, por supuesto, que los resultados obtenidos se inclinan enormemente a favor del segundo grupo de países, aunque no es éste el lugar para realizar una crónica detallada de sus logros económicos. Baste con señalar que estos países no sólo evitaron los problemas del desarrollo hacia dentro, sino que participaron más plenamente de los beneficios que proporciona el comercio internacional: mejor asignación de recursos, y un uso más intensivo de la mano de obra doméstica. Puesto que los mercados domésticos de los países subdesarrollados son muy pequeños, la participación en el comercio internacional les permite trascender las limitaciones de sus mercados internos para aprovechar economías de escala y utilizar plenamente su capacidad instalada. Por último, al generar mayores ingresos, la participación en el comercio internacional también tiende a incrementar el ahorro doméstico, proporcionando los recursos necesarios para financiar futuras inversiones. Las lecciones son bastante claras: el espectacular crecimiento de Corea. Taiwan y otros países asiáticos es prueba palpable de la viabilidad del modelo smithiano, mientras que las crisis inflacionarias y el endeudamiento que hoy observamos en la mayoría de los países latinoamericanos son prueba del agotamiento de un modelo de desarrollo esencialmente mercantilista. Por cierto que para Adam Smith esto no tendría nada de sorprendente. ¿Habremos nosotros aprendido nuestras lecciones? Eso está aún por verse.”    

 

[57] Cf. GINER S., op. cit., 309, 310. ROUGIER L., op.cit., 144-145, rememora la experiencia paradigmática ofrecida por Weber acerca de la forma de pensar prevaleciente en el mundo anglosajón: “Para los países anglosajones, este cambio profundo se logró principalmente durante el siglo XIX, concomitantemente con el desarrollo de la Revolución Industrial. Nadie representa mejor esta nueva mentalidad que un hombre que fascinó a dos continentes y cuya sabiduría fue considerada como la Biblia de una nueva era: Benjamin Franklin. Nacido bajo los sombríos cielos del puritanismo, Franklin (1706-1790) encontró tan opresivo el clima espiritual de Boston que a la edad de 17 años partió para Filadelfia, la ciudad fundada por William Penn, la ciudad del amor fraterno y de la libertad de pensamiento. Pero en el fondo de su alma rebelde llevaba las convicciones calvinistas de sus antepasados sobre las virtudes de la prudencia, la sobriedad, el trabajo y la frugalidad. Mucho antes que Rockefeller o Ford, escribió el libro que resume la ética protestante. Durante 25 años lo fue publicando en las páginas de su Poor Richard’s Almanack en la forma de rústicos consejos sobre el arte de ganar dinero. Lo resumió todo en un pasaje del Almanack que fue traducido a muchos idiomas y que circuló ampliamente bajo el título de The Way to Wealth (El camino a la riqueza). Toda la sabiduría de Franklin se expresa en la máxima: “El tiempo es oro.” El valor del tiempo y la importancia de la frugalidad fueron expresados concisamente en famosos aforismos como estos: ‘¿Amas la vida? Entonces no malgastes el Tiempo, porque de eso está hecha la Vida.’ ‘El zorro dormilón no caza la gallina.’ ‘El que se acuesta y levanta temprano, será sabio, rico y sano.’ ‘El tiempo perdido nunca lo volvemos a encontrar.’ ‘Si deseas ser rico, piensa en Ahorrar, no sólo en Conseguir.’ Desde el fondo de su taller de impresión, Franklin predicaba el evangelio del capitalismo, basado en el trabajo, el ahorro, la acumulación, la eficiencia, y un sentido de servicio social. Una nueva filosofía, el utilitarismo, reemplazó los sistemas metafísicos existentes. Adam Smith basó en ella su filosofía política, mostrando cómo la mano invisible de la competencia obligaba a los intereses privados a servir el interés público. De aquí en adelante, el movimiento que había recibido su impulso inicial de la ética de Calvino se emanciparía de los límites impuestos por la teología protestante. Una implacable necesidad interna obligaría al sistema capitalista a seguir su propio curso, liberado de las creencias religiosas que lo habían apoyado en sus comienzos.”    

 

[58] Cf. ibid., 310-311; DUSSEL E., Las metáforas teológicas de Marx, Verbo Divino, Estella (Navarra) 1993, 143, 144-145. A juicio de ROUGIER L., op. cit., 143: “La ética calvinista fomentó en tal grado el espíritu y la práctica del capitalismo que el éxito empresarial a menudo era interpretado como prueba de elección divina. A pesar de su creencia en que las acciones del hombre no alteran las elecciones de Dios, el calvinismo marcó un retorno al antiguo concepto semítico de premios en este mundo para los justos. Vemos una primera expresión de esto en el libro de Job, donde el hombre rico que se mantuvo recto ante la adversidad vivió para ver duplicados sus rebaños y fue bendecido con descendientes. En cada página de los Proverbios, el libro de la sabiduría para el israelita común, se asegura que la riqueza es una bendición de Dios. La glorificación del trabajo necesariamente tuvo como resultado un respeto por la riqueza.” LIGHT D. – KELLER S. – CALHOUN C., op. cit., 535, amplían la información cuando refieren que: “En el corazón de la doctrina calvinista está el concepto de la predestinación, la creencia de que la suerte de una persona después de la muerte, sea de salvación o de condenación, está determinada desde el nacimiento. La vida eterna según los calvinistas está otorgada por la gracia de Dios, no por lo méritos individuales. Por lo tanto, los calvinistas no podían acudir a un sacerdote para que intercediera por ellos ante Dios o para encontrar la promesa de absolución por parte de una jerarquía eclesiástica. Ningún esfuerzo humano, incluso de los miembros del clero, podrá alterar los planes de Dios. Ni tampoco podían esperar conocer las intenciones especiales de Dios sobre ellos; tal información no estaba al alcance de los seres humanos. Estas creencias religiosas dejaron a los calvinistas con una profunda incertidumbre acerca de su futuro, unida a una profunda sensación de aislamiento. Muchos respondieron tratando de probar que tenían un lugar entre los pocos elegidos de Dios al lograr el éxito en la vida. Esto significaba un arduo trabajo, gran frugalidad, negación de sí mismo y una inversión inteligente para ganar el futuro, en resumen, un tipo de ascetismo mundano. La visión calvinista se encierra en proverbios tradicionales como”Manos perezosas son manos del demonio” y “Un centavo ahorrado es un centavo ganado”. Weber llamó esta perspectiva la ética protestante. La ética protestante, según Weber fomentó el ‘espíritu’ del capitalismo; estaba formada por ideas y actitudes que animaban al crecimiento de los negocios de propiedad privada. Esto se hacía especialmente estimulando a los propietarios de los medios de producción a reinvertir sus ganancias, en vez de gastarlas en lujos (tal como lo habían hecho los primeros aristócratas). Los calvinistas estaban altamente motivados para hacer estos sacrificios personales, ya que consideraban la autonegación de placeres materiales como el camino para el éxito en los negocios, y el éxito, en su modo de pensar, era una prueba tangible del favor de Dios.”   

 

[59] Cf. BARBANO F., “Transformaciones y Tipos de la Teoría Sociológica Contemporánea”, en ALBERONI F. (ed.), op. cit., 86, 90, 91; COSER L., “Weber, Max”, en BARFIELD T.(ed.), Diccionario de Antropología, Bellaterra, Barcelona 2001, 672; RITZER G., op. cit., 255.

 

[60] Cf. BARBANO F., op. cit., 81, 82, 83, 88. Dicho con las palabras de nuestro autor: “Continuamente surgen nuevos problemas culturales de variados matices, y ellos perturban en forma constante a los seres humanos. De modo tal que el ámbito de todo aquello que tiene sentido e importancia para nosotros, y que así deviene una ‘cosa histórica’ desde el fluir, inevitablemente infinito, de las cosas singulares, está en cambio permanente, como lo están las relaciones intelectuales que usamos para abordar y aprehender científicamente esas cosas. Así, los puntos de partida de las ciencias de la cultura siempre variarán en el futuro indeterminado […] hasta que una especie de estupor chino en la vida del espíritu haga abstenerse a los hombres de plantear a la vida preguntas inagotables.” [Citado por BOTTOMORE T. – NISBET R. (eds.), op. cit., 204].

 

[61] Cf. ibid., 44, 69, 77, 78, 81, 95; BOTERO URIBE D., op. cit., 424; BOTTOMORE T. – NISBET R. (eds.), op. cit., 202, 203; GINER S., op. cit., 273, 274; HILLMANN K.-H., “Weber, Max”, en IDEM, Diccionario enciclopédico de Sociología, Herder, Barcelona 2001, 1013; RITZER G., op. cit., 250, 257; RODRIGUEZ MARTINEZ J., “tipo ideal”, en GINER S. – LAMO DE ESPINOSA E. – TORRES ALBERO C. (eds.), Diccionario de Sociología, Alianza, Madrid 1998, 786. Como Weber escribe: “Esta imagen mental reúne,en un cosmos no contradictorio de relaciones pensadas, relaciones y sucesos históricos específicos. Por su contenido,  esa imagen mental tiene características utópicas, que se obtienen exagerando mentalmente elementos específicos de la realidad.” [Citado por BOTTOMORE T. – NISBET R. (eds.), op.cit., 202. En otro paso, el sociólogo alemán advierte que: “Es posible, o más bien debe así considerárselo, bosquejar varias, muchas utopías de esta clase, de las cuales ninguna se asemejará a la otra y, más probadamente, ninguna se presentará en la realidad empírica de una sociedad auténticamente operativa, pero cada una de las cuales puede pretender rrepresentar la ‘idea’ de la civilización capitalista y aun reunir ciertas propiedades significativas de nuestra civilización en una imagen ideal homogénea, en la medida en que las haya seleccionado eficazmente en la realidad.” [Citado por BOTTOMORE T. – NISBET R. (eds.), op. cit., 203].

 

[62] Cf. ABERCROMBIE N. – HILL S. – TURNER B., “Tipo ideal”, en IDEM, Diccionario de Socilogía, Cátedra, Madrid 1986, 247; AGULLA J. C., op. cit., 207, 208, 215; BARBANO F., op. cit., 78, 80, 86; BAUMAN Z., op. cit.,  82; BOTERO URIBE D., op. cit., 424; BOTTOMORE T. – NISBET R. (eds.), op. cit., 202; BOUDON R. – BOURRICAUD F. “Weber Max”, en IDEM, Diccionario Crítico de Sociología, Edicial, Buenos Aires 1993, 710-711; COSER L., op. cit., 672; DEL ACEBO IBAÑEZ E. – BRIE R. J., “Tipo ideal”, en IDEM, Diccionario de Sociología, Claridad, Buenos Aires 2001, 491; DOOYEWEERD H., Las Raíces de la Cultura Occidental. Las opciones pagana, secular y cristiana = Biblioteca de Filosofía Cristiana 1, CLIE, Terrassa (Barcelona) 1998, 223; GINER S., op. cit., 274, 275; GOMEZ-HERAS J. M., op. cit., 179; HILLMANN K.-H., “tipo ideal”, en IDEM, op. cit., 980; IDEM, “Weber, Max”, en IDEM, op. cit., 1013; LUCAS MARIN A., op. cit., 126; MACIONIS J. J. – PLUMMER K., Sociología, Prentice Hall, Madrid 2001, 25; POLLAK M., “Weber, Max”, en BURGUIERE A., (ed.), Diccionario de Ciencias Históricas, Akal, Madrid 1991, 696; RITZER G., op. cit., 255; SCHOECK H., “Tipo ideal”, en IDEM, Diccionario de Sociología = Ciencias Sociales 136, Herder, Barcelona 1985, 724, 725, 726; SELIGMAN B., op. cit., 43; ZEITLIN I., Ideología y teoría sociológica, Amorrortu, Buenos Aires 2001, 135-136. CALDWELL B., Hayek’s Challenge. An Intellectual Biography of F. A. Hayek, The University Chicago Press, Chicago 2004, 91, atestigua que: “The ideal type represents Max Weber’s attempt to clarify certain of the ambiguities that accompanied Menger’s concept of exact types. Menger had said that theory always looks at one side of a particular phenomenon and that exact theory examines its most typical, or generic, aspects. Using Rickert’s notions of concept formation in the face of an infinite and irrational reality, Weber went beyond Menger to claim that all description is theory laden. He also replaced Menger’s exact type with the ideal type, which, rather than emphasizing those aspects of the phenomenon that are generic, picks out those features that are of most interest to the investigator.” A continuación consignamos otro texto de CALDWELL B., op. cit., 90, de interés por mencionar la desacertada pretensión weberiana de proponer los tipos ideales como sustitutos de los tipos exactos de Menger: “Recall that, in describing the differences between ‘exact types’ and ‘real types’, Carl Menger had made a similar claim: that both orientation  in fact involve the use of prior theoretical abstractions. So Weber and Menger were on the same side when it came to recognizing that all conceptualization necessarily involves the use of theoretical abstraction. Weber, however, was writing more than a generation later and had been influenced by the Baden neo-Kantian movement and particularly the writings of Heinrich Rickert regarding the nature of concept formation in science. Weber proposed that what Menger had called an exact type was better described by another construct, the one that would soon be universally associated with his name: the ideal type.”  

 

[63] Cf. LUCAS MARIN A., op. cit., 125; MARTINEZ LAZARO U., “Tipo ideal”, en DEL CAMPO S. (ed.), Diccionario Unesco de Ciencias Sociales IV, Planeta-De Agostini, Barcelona 1987, 2235.

 

[64] Cf. BOTERO URIBE D., op. cit., 424; BOTTOMORE T. – NISBET R. (eds.), op. cit., 204; GONZALEZ ECHEVARRIA A., op. cit., 116. Al parecer de DUSSEL E. “Hipótesis para una Historia de la Filosofía en América Latina (1492-1982)”, en II Congreso Internacional de Filosofía Lationoamericana. Ponencias, USTA, Bogotá 1983, 415: “Los ‘sub-puestos´ -lo puesto debajo- de los criteriois, y de toda filosofía, entonces, son un cierto tipo de articulaciones que tiene toda teoría con respecto a la praxis. La filosofía, como teoría metódica y centro último fundamental de todo discurso ideológico, no puede dejar de surgir y servir a la praxis. Ala praxis biográfica del filósofo; a la praxis de la clase a la que el filósofo pertenece (‘pertenencia’ sea por situación originaria o por posición u opción voluntario-vital); a la praxis de su país, de su cultura, de su época. La praxis como totalidad de las acciones estructuradas y sobre cuyo fundamento emerge la conciencia, la ideología, la filosofía. Toda filosofía se articula a la praxis como a la ‘realidad’ misma. La praxis no es sino la realidad histórica que constituye al filósofo y que lo determina en su producción teórica.”

 

[65] Cf. ABERCROMBIE N. – HILL S. – TURNER B., op.cit., 247; BARBANO F., op. cit., 22, 30, 60, 70, 75, 90, 91, 159; GINER S. – LAMO DE ESPINOSA E. – TORRES ALBERO C. (eds.), op. cit., 786, 787; GOMEZ-HERAS J. M., op. cit., 179, 183; GONZALEZ ECHEVARRIA A., op. cit., 110; SCHOECK H., op. cit., 726; ZEITLIN I., op. cit., 136.

 

[66] Cf. ABERCROMBIE N. – HILL S. – TURNER B., “Weber, Max”, en IDEM, op. cit., 258; AGULLA J. C., op. cit., 199,209; BAUMAN Z., op. cit., 71; BOTTOMORE T. – NISBET R. (eds.), op. cit., 207; BOUDON R. – BOURRICAUD E., op. cit., 707, 710, 712; GINER S., op. cit., 265, 275, 313, 314, 322, 323; IDEM, Historia del Pnesamiento Social, Ariel, Barcelona 102002, 616; GINER S. – LAMO DE ESPINOSA E., “Weber, Max”, en IDEM – TORRES ALBERO C. (eds.), op. cit., 829; HILLMANN K.-H., “Weber, Max”, en IDEM, op. cit., 1014; INWOOD M. J., “Weber, Kart Emil Maximilian (Max)”, en HONDERICH T. (ed.), Enciclopedia Oxford de Filosofía, Tecnos, Madrid 2001, 1036; LUCAS MARIN A., op. cit., 138; MACIONIS J. J. – PLUMMER K., op. cit., 25; RITZER G., op. cit., 256, 259; SELIGMAN B., op. cit., 43. En relación con este asunto, CALDWELL B., op. cit., 90, indica: “The ideal type selects out from an infinite reality the characteristic features that are of interest to the investigator. An ideal type is not a description of objective facts but, rather, what Weber calls ‘a utopia’ or ‘a purely ideal limiting concept with which the real situation or action is compared’. In his opinion , ‘abstract economic theory’ provides a fitting example: ‘It offers us an ideal picture of events on the commodity-market under conditions of a society organizad on the priciples of an exchange economy, free competition and rigorously rational behavior.”    

 

[67] Cf. GINER S., , Teoría sociológica clásica, 273; RITZER G., op. cit., 255, 256, 257; ZEITLIN I., op. cit., 135.

 

[68] GINER S., op. cit., 273, 312. A este respecto, BOUDON R. – BOURRICAUD F., op. cit., 709, acotan:: “El término “tipo ideal” ha dado lugar por lo menos a tantos equívocos como “comprensión”. Pero si bien la noción de “comprensión” resulta clara, aunque la discusión a veces haya contribuido a oscurecerla, el concepto de “tipo ideal” parece resistir a la exégesis. Probemos dar a esta noción, de la cual cabe advertir que implica una dimensión polémica, ya que Weber trata de afirmar con su empleo la distancia que le separa de la tradición historicista alemana, una acepción tan precisa y coherente como sea posible. Debe empezarse por comprender adecuadamente por qué Weber habla de tipo ideal para designar las “concepciones” de que se sirven los sociólogos cuando distinguen las diversas sociedades objeto de su estudio. Estas concepciones no son copias. En modo alguno pueden superponerse con exactitud a la realidad que representan. La ‘sociología comprensiva’ procede, no por calco sino por elaboración. Es este aspecto de su método el que destaca Weber cuando habla de nociones ‘ideal típicas’. Pero hay que guardarse de tomar estos tipos o modelos por construcciones arbitrarias. A éstos les compete una evidencia propia que nos restituye, no el contenido de una intención singular, sino el vínculo entre los diferentes objetivos de esa intención y sus resultados. Por ejemplo, lo que da su evidencia al tipo ideal de la acción económica o de la acción técnica es la naturaleza del vínculo, por otra parte diferente en uno y otro caso, entre los fines perseguidos y los medios puestos en práctica.” 

 

[69] Cf. ibid., 274-275, 312, 313; IDEM, Historia del Pensamiento Social, 615; BOTTOMORE T. – NISBET R. (eds.), op. cit., 202, 203. Completemos el variopinto cuadro del tipo ideal del capitalismo citando las palabras de SELIGMAN B., op. cit., 47-48: “Es posible obtener una visión más clara de ciertos aspectos del capitalismo, dijo Weber, si se hacia una distinción entre los diferentes ‘tipos’. En el capitalismo político, el beneficio procedía de la guerra y la conquista; la aventura, la tendencia al poder colonial y el botín eran ejemplos característicos de esta forma. El capitalismo paria comprendía la acción de ciertos grupos económicos marginales, como los judíos y los parsis. El capitalismo imperialista venía acompañado por la expansión política, como en el caso del Imperio Británico. El capitalismo fiscal, típico de las viejas sociedades, basado normalmente sobre los impuestos de la tierra, como en el caso de la antigua Roma y del Ancien Régime francés. Sin embargo, la forma significativa de la época era el capitalismo industrial, basado en la producción en factorías utilizando el trabajo libre, separado ya de los instrumentos de producción y basado también en una inversión considerable de capital fijo. En esta forma en particular, todos los elementos se equilibran netamente por medio de los libros contables de doble entrada.”

 

[70] Cf. GINER S., Teoría sociológica clásica, 289, 320. En la definición de Weber: “Por acción entendemos el comportamiento humano (poco importa que se trate de un acto exterior o interior, de la omisión de un acto o de la tolerancia de un acto ajeno) al que su agente  o agentes le dan un sentido subjetivo: Por acción social entendemos una acción dirigida por los agentes con referencia al comportamiento de otros, con miras a la orientación consecuente de su desarrollo.” [Citado por BOTTOMORE T. – NISBET R. (eds.), op. cit., 197]. 

 

[71] Cf. AGULLA J. C., op. cit., 206, 207.

 

[72] Cf. ibid., 206; ABERCROMBIE N. – HILL S. – TURNER B., “Verstehen”, en IDEM, op. cit., 254; LUCAS MARIN A., op. cit., 121.

 

[73] Cf. ABERCROMBIE N. – HILL S. – TURNER B., “Teoría de la acción”, en IDEM, op. cit., 236; AGULLA J. C., op. cit., 208; BAUMAN Z., op. cit., 77-78; BOTTOMORE T. – NISBET R. (eds.), op. cit., 197-198; GINER S., op. cit., 285-286; GOMEZ-HERAS J. M., op. cit., 178-179; GOMEZ SANCHEZ C., “La Escuela de Frankfurt: Crítica de la Razón y Etica en J. Haberlas”, en GONZALEZ GARCIA M. (ed.), Filosofía y Cultura, Siglo Veintiuno, Madrid 32002, 574; HERNANDEZ-PACHECO J., Corrientes actuales de Filosofía (II). Filosofía Social, Tecnos, Madrid 1997, 273; LUCAS MARIN A., op. cit., 127-128; REALE G. – ANTISERI D., op. cit., 420; RITZER G., op. cit., 257; SELIGMAN B., op. cit., 43.

 

[74] Cf. AGULLA J. C., op. cit., 197, 198; BAUMAN Z., op. cit., 65, 74; GINER S., op. cit., 289, 320.

 

[75] Cf. AGULLA J. C., op. cit., 203, 204, 205; GINER S., op. cit., 310.

 

[76] Cf. GINER S., op. cit., 285, 286; REALE G. – ANTISERI D., op. cit., 420. En esa línea de pensamiento merece citarse el comentario de BOHMAN J., op. cit., 968-969: “One of the main theoretical goals of Weber´s work is to understand how social processes become ‘rationalized´, taking up certain themes of the German philosophy of history sice Hegel as part of social theory. Culture, e.g., became rationalized in the process of the ‘disenchantment of worldviews’ in the West, a process that Weber thought had ‘universal significance’. But because of his goal-oriented theory of action and his  noncognitivism in ethics. Weber saw rationalization exclusively  in terms of the spread of purposive, or means-ends rationality (Zweckrationalität). Rational action means choosing the most effective means of achieving one´s goals and implies judging the consecuences of one´s actions and choices. In contrast, value rationality (Wertrationalität) consists of actions oriented to ultimate ends, where considerations of consecuences are irrelevant. Although such action is rational insofar as it directs and organizes human conduct, the choice of such ends or values themselves cannot be a matter for rational or scientific judgment. Indeed, for Weber this meant that politics was the sphere for the struggle between irreducibly competing ultimate ends, where ‘gods and demons fight it aut’ and charismatic leaders invent new gods and values. Professional politicians, however, should act according to an ‘ethics of resposibility’ (Verantwortungsethik) aimed at consequences, and not an ‘ethics of conviction’ (Gesinnungsethik) aimed at abstract principles or ultimate ends. Weber also believed that rationalization brought the separation of  ‘value spheres’ that can never again be unified by reason: art, science, and morality have their own ‘logics’.” 

 

[77] Cf. POMEROY S. B. – BURSTEIN S. M. – DONLAN W. – ROBERTS J. T., La Antigua Grecia. Historia política, social y cultural, Crítica, Barcelona 2001, 224, 225.

 

[78] Cf. GINER S., op. cit., 286.

 

[79] Cf. l. cit.

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