UTILITARISMO Y LIBERALISMO.
AMISTAD, UNION Y ULTERIOR DIVORCIO
Julio César de León Barbero*
CAPITULO II
LIBERALISMO Y UTILITARISMO: AMISTAD Y UNION
Podría decirse que las relaciones entre el pensamiento liberal y el
utilitarismo han atravesado diferentes etapas. Han habido pensadores liberales
estrechamente ligados al utilitarismo pero también pueden encontrarse liberales
muy críticos de la doctrina.
1. Adam Smith
La etapa de la luna de miel involucra a pensadores como Adam Smith
quien, al reconocer la importancia de la cooperación en base a la división del
trabajo, reconoce que la búsqueda del interés y el beneficio personales
constituye el motor que mantiene la maquinaria cooperativa funcionando.
Claramente afirma Smith que:
aquella ayuda del hombre en vano la esperaría siempre de
la pura benevolencia de su prójimo, por lo que la conseguirá con
más seguridad interesando en favor suyo el amor propio de los
otros, en cuanto a manifestarles que por utilidad de ellos también
les pide lo que desea obtener.1
El principio de utilidad no deja de perfilarse en el párrafo anterior como
principio fundamental de la conducta de los seres humanos y piedra angular del
entramado de relaciones en que consiste la sociedad. Harto conocidas son las
palabras siguientes de la Riqueza de las naciones:
No de la benevolencia del carnicero, del vinatero, del
panadero, sino de sus miras al interés propio es de quien
esperamos y debemos esperar nuestro alimento. No imploramos
su humanidad, sino acudimos a su amor propio; nunca les
hablamos de nuestras necesidades sino de sus ventajas.2
Por lo menos se halla, en estos párrafos, confesado un utilitarismo
psicológico, aquél que hace de la búsqueda de la felicidad el motor de toda
actuación efectuada por el hombre.
Pero en su primer libro, publicado en 1759, con el título The Theory of
Moral Sentiments, Adam Smith hace constante alusión a la felicidad como
principio en el ámbito moral. Un párrafo ilustrativo de lo anterior es el siguiente:
1
Smith, Adam, Investigación de la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, Publicaciones Cruz O., S. A.,
México, 1979 (3a. ed.), Vol. I, p. 14.
2
Loc. cit.
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The happiness of mankind, as well of all other rational
creatures, seems to have been the original purpose intended by the
Author of nature, when he brought them into existence. No other
end seems worthy of that supreme wisdom and divine benignity
which we necessarily ascribe to him; and this opinion, which we are
led to by the abstract consideration of his infinite perfections, is still
more confirmed by the examination of the works of nature, which
seem all intended to promote happiness, and to guard against
misery. But by acting according to the dictates of our moral
faculties, we necessarily pursue the most effectual means for
promoting the happiness of mankind, and may therefore be said, in
some sense, to co-operate with the Deity…3
A los ojos de Smith, la felicidad, es entonces el propósito fundamental que
tuvo en mente el creador de todas las cosas al disponerlas, en su providencia,
como las dispuso. El hombre, al actuar de acuerdo con sus facultades morales,
no hace otra cosa que contribuir a promover la felicidad de la humanidad; este
logro que lo convierte en cooperador de la divinidad.
Las leyes tanto de la naturaleza como las del ámbito moral no tienen otra
razón de ser que la humana felicidad:
…both are calculated to promote the same great end, the
order of the world, and the perfection and happiness of human
nature.4
No cabe duda, pues, que tanto en el orden psicológico como moral la
cuestión de la promoción de la felicidad juega un papel importante en el
pensamiento de Adam Smith.
2. John Locke
Se reconoce que también en John Locke, el padre del liberalismo político,
hubo alguna traza de utilitarismo. Para Locke las ideas de lo bueno y de lo malo
se encuentran íntimamente ligadas a las nociones de placer y dolor.5
Es de
admitir, sin embargo, que Locke no confunde bueno con placer ni malo con
dolor; es decir, para él no son equivalentes, como lo fueron para Bentham y Mill.
La perspectiva lockeana es que lo bueno es bueno en función del cumplimiento
de la ley,6
pero conduce inevitablemente a lo placentero; y lo malo es malo por
3
Smith, Adam, The Theory of Moral Sentiments, Liberty Classics, Indianapolis, 1982. p. 166.
4
Ibid, p. 168.
5
José Ferrater Mora está también de acuerdo con que existe presencia utilitarista en el pensar de Locke. Afirma Ferrater
que: “La ética de Locke es de carácter hedonista por cuanto da considerable importancia a las causas de placer y dolor
como “bienes” y “males”, respectivamente.” -Op. cit., Vol. 3 (K-P), p. 1997.
6
Hay que recordar que esta ley es para Locke una ley natural, en virtud de la cual nadie puede dañar a otro en su vida,
salud, libertad o bienes.
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desviarse del cumplimiento de la norma, a la par de hacer caer sobre nosotros lo
doloroso (ya se trate de castigos, penas o sanciones).
En palabras de Sheldon Wolin:
Aunque Locke admitió que la condición natural estaba “llena
de temores y peligros continuos”, pensaba que el establecimiento
de la sociedad civil disminuiría estos males y los dolores con ellos
relacionados. En conjunto, Locke asignaba al temor una posición
de paridad con el placer. “La naturaleza (…) ha puesto en el
hombre un deseo de felicidad y una aversión a la desdicha”, y
ambas sensaciones eran expresión del ordenamiento divino.7
Las últimas expresiones de la anterior cita suenan al ritmo del lenguaje
benthamiano. Así, es posible descubrir en Locke un apego al utilitarismo, sobre
todo psicológico, a pesar de que éticamente se le ha catalogado como
perteneciente a la doctrina de la ley natural.
3. Ludwig E. von Mises
En tiempos más cercanos a los nuestros entre los que han seguido los
senderos utilitaristas hay que mencionar al economista Ludwig von Mises. Su
poderoso discurso económico encuentra sus raíces en la praxeología, ciencia
general de la acción, para la cual el hedonismo psicológico es pieza
fundamental. Mises expone su teoría general de la acción humana en su opus
magnum La acción humana. Tratado de Economía, en la cual se encuentran
aseveraciones como la siguiente:
No cabe oponer, sin embargo, objeción alguna a la
costumbre de definir el actuar humano como la búsqueda de la
felicidad. (…) El eudemonismo y el hedonismo afirman que el
malestar es el incentivo de toda actuación humana, procurando
ésta, invariablemente, suprimir la incomodidad en el mayor grado
posible, es decir hacer al hombre que actúa un poco más feliz. 8
La búsqueda de la felicidad es, para la praxeología, el motor que conduce
al hombre a actuar. Se trata del fin último de toda acción.
Pero el principio utilitarista se encuentra presente en las concepciones
misesianas de la moral y el derecho. Al alabar cómo la teoría de la división del
trabajo (iniciada por Hume y Ricardo) emancipó de la metafísica a la moral,
convirtiéndola en autónoma, dice:
Sustituyó la antigua ética heterónoma e intuitiva por una
autónoma moralidad racional. La ley y la legalidad, las normas
morales y las instituciones sociales dejaron de ser veneradas como
7
Wolin, Sheldon S., Política y perspectiva. Continuidad y cambio en el pensamiento político occidental, Amorrurtu
Editores, Buenos Aires, 1973. p. 350.
8
Von Mises, Ludwig, La acción humana. Tratado de economía, Unión Editorial, S.A., Madrid, 1995 (traducción de
Joaquín Reig Albiol) , 5a. Edición, p. 19.
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si fueran fruto de insondables decretos del cielo. Todas estas
instituciones son de origen humano y sólo pueden ser enjuiciadas
examinando su idoneidad para provocar el bienestar del hombre.9
Pienso que esto es exactamente lo que deseó hacer en su época y en su
país Jeremy Bentham: juzgar las instituciones conforme al principio de la mayor
felicidad. Mises prefiere hablar de bienestar, pero ¿qué gran diferencia hay entre
éste y el de felicidad? Creo que ninguna.
Pero Mises continúa explicitando su apego al utilitarismo al decir:
El economista utilitario no dice fiat justitia, pereat mundus,
sino, al contrario, fiat justitia, ne pereat mundus. No pide al hombre
que renuncie a su bienestar en aras de la sociedad. Le aconseja
advierta cuáles son sus intereses verdaderos. La sublime grandeza
del Creador no se manifiesta en puntillosa y atareada preocupación
por la diaria actuación de príncipes y políticos, sino en haber
dotado a sus criaturas de la razón e instalado en ellas inmarcecible
anhelo de felicidad.10
Este párrafo puede muy bien identificarse con algunas expresiones de
Adam Smith, agregando, de paso, una buena dosis de confianza en la razón
humana como sabedora y descubridora de lo que es la dicha y la felicidad.11
Es claro, en el pensamiento de Mises, que liberalismo y utilitarismo van de
la mano. Como él mismo asienta, sin ambages: “La doctrina social liberal,
basada en la ética utilitaria…”12
4. Henry Hazlitt
Pero en tiempos más cercanos identificamos a Henry Hazlitt como un
pensador liberal comprometido con esta corriente de la filosofía moral que nos
ocupa, tanto en su vena propiamente ética como en la del análisis jurídico y
político. Que yo sepa es Hazlitt uno de los autores que más completamente se
han servido del utilitarismo para construir una teoría social que abarca desde la
génesis de la sociedad hasta la producción de bienes y servicios, pasando por el
derecho, la justicia, las relaciones obrero-patronales, el espíritu de la religión,
etc. La Teoría de Hazlitt se halla expuesta íntegramente en su célebre obra Los
fundamentos de la moral.13
9
Ibid., p. 235.
10Loc. cit.
11Es más, su racionalismo conduce a Mises a considerar la sociedad como creación intencional del hombre. Dice en un
párrafo, p.e., que su teoría económica “considera la sociedad y el estado los principales medios con que las gentes
cuentan para, de común acuerdo, alcanzar los fines que se proponen. Estamos ante instrumentos creados por humana
intención; y el mantenerlos y perfeccionarlos constituye tarea que no difiere, esencialmente, de las demás actividades
racionales”. Ibid., p. 236.
12Ibid., 238.
13Fundación Bolsa de Comercio de Buenos Aires, Buenos Aires, Argentina, 1979 (Traducción de la Profa. Eddy Montalda,
revisión por el Dr. Alberto Benegas Lynch).
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Comienza Hazlitt por afirmar lo que ya los padres del utilitarismo
establecieron en el siglo XVIII: Que no se puede elaborar un discurso ético si no
se parte de la realidad o de los hechos; que hay que ir del ser al deber ser. Para
Hazlitt la realidad indubitable está constituida por el humano deseo de felicidad y
las reglas morales y jurídicas son el camino aconsejado para lograr la dicha:
Todo hombre, en sus momentos serenos y racionales,
busca su propia felicidad a largo plazo. Este es un hecho; este es
un es. A través de los siglos, la humanidad se ha dado cuenta de
que ciertas reglas de acción tienden a promover mejor la felicidad a
largo plazo, tanto del individuo cuanto de la sociedad. Estas reglas
de acción han llegado a denominarse reglas morales. Por lo tanto,
si damos por sentado que se busca la felicidad a largo plazo, estas
son las reglas que uno debiera seguir.14
Lo que llama la atención en Hazlitt es que al tratar la cuestión de cómo
surgen las normas morales, establece simplemente que es por mutua imposición
y en la medida en que algo no nos agrada. Dice que la moral se podría:
…considerar como las reglas que cada individuo trata de
imponer a todos los demás, a la “sociedad” en cuanto los actos de
ésta puedan llegar a afectarlo. El individuo no quiere que nadie lo
agreda y, por lo tanto, procura establecer que la no agresión sea
una regla tanto legal cuanto moral. Para ser congruente (y para
conseguir que la regla se cumpla) se ve obligado a respetarla él
también. Esta es la manera como se elaboran y modifican
constantemente nuestras reglas morales.15
Es la convivencia en sociedad lo fundamental aquí. Pero esto no es nada
nuevo ya que la moral posee una naturaleza eminentemente social: Un ser
humano absolutamente autárquico no hubiera necesitado jamás del marco
limitante de lo “bueno” y lo “malo”. Lo que es más cuestionable aún es que la
conclusión de una convivencia social que surgió anticipadamente, luego de lo
cual los hombres emprendieron la tarea de “inventar”, “producir” y “comprobar”
qué normas son compatibles con la vida en cooperación; o, lo que es más grave,
emprendieron la tarea de discernir entre las normas compatibles y las no
compatibles con la vida en cooperación, sin explicar el origen de las mismas.
Pero finalmente, dentro de esa convivencia societaria los individuos y su
capacidad racional parecen (según entiendo a Hazlitt) ser la causa de las
normas morales pues al darse cuenta de que determinada conducta les lesiona,
exigen a los demás (y a sí mismos) que tal proceder se reglamente como
prohibido. Hay que preguntar: ¿Estamos aquí frente a un utilitarismo del acto con
aspiraciones de utilitarismo de la norma? Una mezcla extraña con la que Hazlitt
pretende, en mi opinión, superar el ámbito de la casuística (utilitarismo del acto,
según Mill) y la cuestión del origen de las normas entre las cuales el hombre
14Hazlitt, Henry, Los fundamentos de la moral, p. 40. Este énfasis permite que Hazlitt puede ser acusado de caer en la
trampa de la “falacia naturalista” de la que algo hemos dicho en el capítulo anterior.
15Ibid., p. 180.
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aparentemente tiene que elegir (utilitarismo de la norma, según Mill). Pero este
cóctel utilitarista contiene dósis elevadas de racionalismo, peligrosas para las
funciones que un limitado instrumento como la razón tiene que cumplir en los
negocios humanos.
Aun cuando se tratara únicamente de constatar la practicidad o
funcionalidad de las normas ya la razón se vería en graves dificultades, no sólo
por tener qué decidir qué parámetro emplear para la “prueba”, sino por que sus
límites no le permiten prever consecuencias más allá de la estrechez que
corresponde a sus limitadas facultades.
Sin embargo Hazlitt cree que ese es precisamente el papel que
corresponde a la razón humana. Al intentar cumplir la misión de elaborar y
probar las reglas morales, dice:
Es imposible lograr la objetividad en ninguno de esos dos
aspectos a menos que, con la imaginación, nos ubiquemos
sucesivamente en el lugar de cada una de las personas que se
verá afectada por una determinada regla.16
Es decir, la razón crea la norma y luego “prueba” que tal norma es
efectiva por la capacidad que tenemos de ponernos en el lugar de todos los
demás. Esta supuesta universalidad (muy apegado al imperativo formal
kantiano, a mi entender) es lo que precisamente está en discusión aquí: ¿Puede
la limitada razón efectuar tamaña tarea? ¿Y la norma a “probar”, de dónde salió?
¿Provino de la misma capacidad racional de crear normas?
Hazlitt navega en aguas turbias y agitadas que poca claridad permiten a
su discurso tener. Como hemos visto, a veces apela al interés social, a veces a
la cooperación; otras, opta por lo que consideramos que nos hace daño, o se
inclina por lo que podemos “imaginativamente” saber que van a decir todos los
demás; en fin… un maremagnum de cuestiones en medio del cual lo único claro
que queda es que Hazlitt considera que la búsqueda de la felicidad es lo que ha
conducido a los hombres a vivir en sociedad y a cooperar en base a la división
del trabajo. Pero el origen y la razón de ser de las normas morales son
cuestiones que aparecen más claramente tratadas en otros autores utilitaristas,
John Stuart Mill, p.e., aunque nos parezcan discutibles sus posturas.
Esta breve incursión en la historia del pensamiento liberal ha puesto en
evidencia que utilitarismo y liberalismo se han mantenido ligados, en una forma u
otra, en el programa ideográfico de diversos autores liberales. En consecuencia,
ha de reconocerse que las críticas llovidas sobre el liberalismo, tienen una
justificación histórica. La amistad y el matrimonio entre las dos doctrinas, es un
hecho que no puede negarse ni discutirse sin faltar a la verdad histórica.
En las páginas siguientes, se exponen algunas de las objeciones que tal relación
ha generado.
16Ibid., p. 181.
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7
Continuará.
*Profesor titular de la Cátedra de Filosofía Social de la Universidad Francisco
Marroquín.