HESSE, SU CUMPLEAÑOS

 

Luis Figueroa*

 

¡Por poco y se me pasa! Si no es porque un estudiante ve su fotografía colgada en la pared de mi oficina, ni me hubiera enterado de que el 2 de julio fue el 127 cumpleaños de Hermann Hesse[1].

 

¿Y por qué tengo la foto de Hesse en mi oficina, y no se cuándo es su cumpleaños? Pues porque no ando en todo.  Eso sí; la tengo junto a la de Ayn Rand y a la de Cicerón, porque ellos fueron unas de las vías por las cuales me acerque a la filosofía de la libertad.

 

En ese sentido la participación de Hesse fue muy temprana en mi vida; y francamente no se si él estaría contento de semejante aportación en un libertario[2] de hueso colorado como yo, o de estar colgado en donde está.

 

A Hesse lo conocí por medio de su obra Bajo la rueda, que en tercer curso de secundaria nos puso a leer un profesor cuyo nombre no recuerdo; pero que nos sacó de La vorágine y de otras obras somnolientas a las que nos quería acostumbrar el maestro al que llegó a sustituir. 

 

A los 16 años me impresionaban las meditaciones de Emil Sinclair, en Demian: “De vez en cuando prefería vivir en el mundo prohibido, y muchas veces la vuelta a la claridad, aunque fuera muy necesaria y buena, me parecía una vuelta a algo menos hermoso, más aburrido y vacío”.

 

Como Max Demian, empezaba a darme cuenta de que “Los hombres con valor y carácter siempre les han resultado siniestros a la gente.  Que anduviera suelta una raza de hombres audaces e inquietantes resultaba incomodísimo; y les pusieron un sobrenombre y se inventaron una leyenda para vengarse de ellos y justificar un poco todo el miedo que les tenían”.[3]

 

En aquellos años, cuando no podía tomar el control de mi vida, pero sabía que tenía que hacerlo, Demian me dijo desde una página que “el que es demasiado cómodo para pensar por su cuenta y erigirse en su propio juez, se somete a las prohibiciones, tal como las encuentra.  Pero otros sienten en sí su propia ley; a ésos les están prohibidas cosas que los hombres de honor hacen diariamente y les están permitidas otras que normalmente están mal vistas. Cada cual tiene que responder a sí mismo”.  Y estas palabras, que eran música, las entendí mejor después, cuando pude ver la estrecha relación que hay entre la libertad y la responsabilidad[4].

 

Hace años, cuando tenía que hablar de Guatemala frente a públicos diversos, yo acudía al icono que había en el frente de la casa de Sinclair: el pájaro que rompe el cascarón.  Y solía advertir que “quien quiera nacer, tiene que destruir un mundo”.  Y yo pensaba (y pienso) que Guatemala es un país que por estar siempre a punto de nacer, también está, siempre, rompiendo su mundo.

 

Sinclair sabía que las casualidades no existen; y que “cuando alguien necesita algo con mucha urgencia y lo encuentra no es la casualidad la que se lo proporciona, sino él mismo”.  Ya Demian le había advertido que “si un animal o un ser humano concentra toda su atención y su voluntad en una cosa determinada, la consigue”. 

 

Dice, la edición que tengo ahora[5], que en Demian “late la repulsa a la sociedad burguesa y masificada”; rechazo que yo compartía y comparto hacia el conservadurismo y hacia la colectivización (masificada en clase, etnia, nacionalidad, o lo que sea).  Dice que en ella late “el llamamiento a los elegidos para conquistar la autenticidad de la humanidad”, y que oportuno, porque yo andaba y ando buscando a esos elegidos, que son capaces de ver al hombre como un ser heroico, humano, individual, libre, productivo, digno y auténtico.

 

Por algo es que, en la obra, Pistorius le dice a Demian “En el momento en que tenga la primera chispa de conciencia, se convertirá en hombre. En cada uno existen las posibilidades de ser hombre; pero sólo cuando las vislumbra, cuando aprende a hacerlas conscientes, por lo menos en parte, esas posibilidades le pertenecen”. 

 

Por eso es que más tarde, en mi vida, no me extrañó leer, en Mises, que “sólo gracias a ella (la razón) ha podido (el hombre) realizar todas las obras que consideramos específicamente humanas”[6]; y por eso no me extrañó que para Hayek “el orden sensorial o mental se hallara limitado por la gran complejidad del orden societario”[7].

 

Hesse sabía, también, que “sólo se tiene miedo cuando se está en disensión consigo mismo”[8].

 

*Luis Figueroa es profesor auxiliar de Filosofía Social en la Universidad Francisco Marroquín; y columnista del diario guatemalteco Prensa Libre.

 

 


[1] El escritor alemán, Hermann Hesse, nació en 1877 y murió el 9 de agosto de 1962.  Obtuvo el Premio Nobel en Literatura, en 1946.  Es autor de Demian, El lobo estepario, Siddartha, El juego de abalorios, y de Narciso y Godmunda, entre otras.

[2] Uso la palabra libertario, no como la define la Real Academia de la Lengua en el sentido anarquista; sino como uno para quien la vida y la libertad son valores supremos, esto es, en el sentido de liberal clásico.  Para evitar confusiones, y malas intenciones, no tengo nada que ver con Bakunin, Chomsky, Proudhon, Kropotkin, ni Goldman, entre otros.  En cambio, creo que son necesarios un ordenamiento jurídico y un gobierno fuerte cuyas funciones sean mantener el poder bajo control y proteger la vida, la libertad y la propiedad de las personas.  Creo que el poder del Estado debe ser absolutamente limitado y que los derechos individuales deben ser absolutamente protegidos.  En Sobre la Libertad, J.S. Mill lo dijo así: “El poder sólo puede ejercerse con todo derecho contra la voluntad de cualquier miembro de una comunidad civilizada, cuando se trata de evitar daños a otros”.

[3] En Demian, Hesse nota que Caín y el Mal Ladrón de la crucifixión son condenados por ser fieles a sí mismos; y que sobre ellos se desata una campaña negra.  De hecho, Hesse advierte que “los hombres con carácter quedan siempre malparados en la Biblia”.  Y Hesse no es el único que se da cuenta de esto. En la novela de Dan Brown, El código Da Vinci, María Magdalena sufre una suerte parecida.  Por si no la ha leído, no se lo cuento ahora, pero vale la pena meditar sobre ello.  

[4] Viktor Frankl, en Man´s Search for Meaning, escribió: “Ultimately, man should not ask what the meaning of his life is, but rather must recognize that it is he who is asked. In a word, each man is questioned by life; and he can only answer to life by answering for his own life; to life he can only respond by being responsible.”  Frankl escribió que así como hay una Estatua de la Libertad en Nueva York, debería haber una Estatua de la Responsabilidad en San Francisco.  Una y otra son caras de la misma moneda.  Inseparables.  Eso ilustra muy bien el punto al que me refiero.

[5] Biblioteca Hesse. Alianza Editorial, Madrid, 2000.

[6] Ludwig von Mises. La acción humana. Madrid, 2001, P. 110

[7] Citado por Julio César De León Barbero en Las estupideces de la posmodernidad dan risa.  Apuntes de Economía y Política. Volumen 3, Número 16, P. 3.

[8] Nosce te ipsum o Conócete a ti mismo es la frase que estaba inscrita en el frontispicio del templo de Delfos; pero la advertencia de Hesse tiene un sentido adicional desde mi punto de vista: sólo se tiene miedo cuando no se es consistente o coherente.  En primer lugar porque para ser consistente hay que conocerse a uno mismo; y en segundo porque para ser consistente deben conocerse y sostenerse los valores que uno dice tener como principios.  Si uno actúa conforme a principios (y no conforme a caprichos, conveniencias circunstanciales, o decisiones arbitrarias) está menos expuesto.  Y por lo tanto pisa más firme. Y por lo tanto puede actuar sin miedo.

 

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