LA LECTURA Y ESCRITURA COMO PROCESOS

DE Y PARA LA LIBERACIÓN

Autor: Paulo Freire

El presente ensayo: “La lectura y escritura como procesos de y para la liberación” está basado en la lectura y análisis del libro “La importancia de leer y el proceso de liberación” del pedagogo brasileño Paulo Freire. El objetivo de la actividad es incorporar sustento teórico a mi trabajo de tesis doctoral, y tiene que ver con esa visión pedagógica-sociológica de los procesos de lectura y escritura que se pretenden materializar en la escuela. Esa visión está centrada en considerar a la lectura y escritura como procesos de liberación de la persona, en contraposición a la idea de que la o el estudiante es una especie de recipiente vacío que será cubierto con la información que le proporcione la maestra o el maestro. Obviando de esta manera, que aquel es producto de una vivencia, de un contexto, de una realidad que representa la lectura del mundo de vida, de una cotidianidad que en mucha ocasiones pretende ser invisibilizada por quienes cumplen el rol de docentes. De manera que la lectura formal es un antecedente  insoslayable para la alfabetización, esa que tiene lugar en los centros de enseñanza.

 

Freire, Pablo (1984). La importancia de leer y el proceso de liberación.        

     México: Siglo Veintiuno Editores.

 

 

 

 

 

 

LA LECTURA Y ESCRITURA COMO PROCESOS

DE Y PARA LA LIBERACIÓN

 

Por medio de este trabajo el cual fue presentado en la apertura del Congreso Brasileño de lectura del año 1981, el quizás más reconocido mundialmente pedagogo y pensador latinoamericano Paulo Freire, se propone dar a conocer la importancia del acto de leer a partir del relato de su propia experiencia como lector al mismo tiempo que explica los fundamentos de su posición como educador. En tal sentido, el acto de leer no es para Freire el solo desciframiento de la palabra escrita. Existe un primer momento en la vida en el que la lectura, aún no alfabetizada, es lectura de la realidad, de los signos que nos ofrece el mundo inmediato que nos rodea: el lenguaje de los mayores con su carga de cultura propia y heredada, la simbología, las señales, los ruidos, los olores que percibe el niño o la niña. En palabras del autor, “la lectura del mundo precede a la lectura de la palabra, de ahí que la posterior lectura de ésta  no pueda prescindir de la continuidad de la lectura de aquél.” De allí que el lenguaje y la realidad se conectan de manera indisoluble. Una lectura que a medida que se profundiza y se mezcla con la cotidianidad, va despejando los miedos. Es en ese contexto, el de lo vivido, el de lo conocido, el de lo que ya le es posible leer, cuando el niño o la niña es introducido por sus mayores en el desciframiento de la palabra escrita. La escolaridad representará para él un segundo momento, una segunda lectura, la de la palabra-mundo, y es aquí cuando es pertinente diferenciar educación y escolaridad, siendo esta última destinada como función de la escuela, el liceo o la universidad. La escuela profundiza el conocimiento que trae -eso sería lo ideal- por tanto no representa una ruptura sino la continuidad natural de ese momento primero, de esa realidad conocida, aunque en ocasiones pareciera desconocerla. Al respecto, Freire expresa: “El desciframiento de la palabra fluía naturalmente de la lectura del mundo particular. No era algo que se estuviera dando superpuesto a él”, porque  la lectura se inicia con la curiosidad. Los textos son objetos a develar, de los que es posible aprender una significación profunda y personal que hará posible finalmente la memorización y la fijación sin ser éstas impuestas por el docente. Una lectura que comienza con el universo de lo conocido por las y los estudiantes, con aquellas palabras que son suyas y por ello significativas. Una simbiosis entre el mundo experimentado y el que ofrece la escuela.

Una lectura que se inicia con las palabras del escolar y no con aquellas que el maestro propone y en muchísimas oportunidades impone. “…las palabras con que organizar el programa de alfabetización debían provenir del universo vocabular de los grupos populares expresando su verdadero lenguaje, sus anhelos, inquietudes, sus reivindicaciones, sus sueños, su manera de captar y entender la realidad. Debían venir cargadas de la significación de su experiencia…” Para Paulo Freire será necesario superar la “visión mágica” de la palabra escrita asociada a la memorización, a la repetición, a la lectura voraz y mecánica, a la calidad relacionada con la cantidad y con la posibilidad de rendir cuentas de lo que se ha aprendido con la lectura., puesto que esa forma de entenderla ha sido causa de pocos adeptos. En la alfabetización de adultos de sectores populares que ha llevado adelante Freire, la lectura tiene la importancia de un acto creador, de un acto de conocimiento pero también de un acto político porque provee las herramientas para disentir, para cambiar el mundo. El educador ayuda, acompaña en ese proceso, pero es el educando el sujeto de ese proceso, quien debe poner en juego su creatividad, su responsabilidad y su conocimiento de mundo. El rol del docente es mediar para así continuar y profundizar el trabajo que del hogar, por muy pobre que sea, sea hecho con el niño y de esa manera la lectura de la palabra, de la frase, de la oración significará una ruptura con la lectura del mundo. Leer y escribir se presentan en este marco como imposibles de separar porque ambos son actos creadores. Lectura y escritura de la palabra son precedidas por lectura y escritura del mundo, donde leerlo será interpretarlo y escribirlo será en realidad reescribirlo, es decir, transformarlo. Así pues, el desciframiento de la palabra escrita está precedido de la lectura del mundo particular, que bien se pudiera denominar, la alfabetización del mundo de vida de quien se inicia en la escolaridad. No está demás decir, que quien se inicia en la lectura de la palabra escrita no es un lienzo vacío, sino una obra inacabada, pero obra al fin. Entonces, debería considerarse la lectura, la escritura y el cálculo no como un punto de llegada sino más bien como un punto de partida de un proceso que busca el análisis y el mejoramiento de una situación individual y social en su globalidad, porque a lo largo del proceso de alfabetización, la persona revela su valor y capacidad intrínsecas como individuo que forma parte de un colectivo y que por lo tanto, está persuadido a desempeñar un rol social importante, como figura que posee derechos y deberes que cumplir.

De manera pues, que la lectura y escritura no son (no deberían ser) actos puramente mecánicos, sino que, sobre todo, son procesos de concienciación. Procesos por los que niñas y niños, mujeres y hombres aprenden a hacer un análisis crítico de diferentes problemas que afectan a su comunidad (problemas políticos, económicos, culturales…) y aprenden a transformar la realidad. Así, la alfabetización y la concientización nunca deben estar separadas, porque ellas garantizan la justicia social y le restituyen al ser humano su humanidad. Contraria a la conciencia dominada, la conciencia crítica permite hacer un análisis riguroso de la realidad con el fin de remontarse hasta las fuentes de los problemas sociales y de proponer las soluciones adecuadas. Esta conciencia inspira el deseo de cambiar y admite que es posible la superación de las situaciones de opresión y pobreza arraigadas desde hace mucho tiempo en los países latinoamericanos; en palabras de Freire, «una conciencia dominada, una conciencia esclava, una conciencia primaria».

Cualquier aprendizaje es el producto de la comprensión y de la interpretación. Sin embargo, la adquisición del conocimiento escolar y cultural no es solo el efecto de una simple transmisión de información. Hoy se sabe que las personas aprenden en interacción con otras personas, con los objetos, con el entorno físico y social, y que en ese diálogo van construyendo no sólo algunos aprendizajes sino también teorías del mundo que confieren sentido a la existencia, a la cotidianidad. Por ello, y en relación con la enseñanza de la lectura, conviene tener en cuenta que cada estudiante aprende en interacción con el objeto de conocimiento, en este caso el código escrito, y relacionándose con otros sujetos alfabetizados en contextos donde leer y escribir tienen sentido, lo cual implica que el alumno o alumna debe participar activamente en actividades sociales de lectura y escritura en las que se pueda confirmar, confrontar y refinar la validez de sus hipótesis para adaptarlas progresivamente al uso convencional del código escrito y a su auténtico uso social. Por lo tanto, el papel de las instituciones debe ser formar ciudadanos alfabetizados que dominen funcional y socialmente la cultura escrita.

De allí que sea fundamental, a lo largo de toda la escolaridad-en cualquiera de sus niveles o etapas- orientar al estudiante a leer y a entender con sentido, no únicamente con sentido en sí mismos- revestidos de coherencia y cohesión semánticas- sino también con significado en sus vidas, textos que les diviertan, les emocionen, les incomoden, les ayuden a expresarse y a entenderse, les develen realidades ocultas. Todo menos esos tediosos y descontextualizados textos que no entienden, que les son ajenos a su realidad y cuyo significado comienza y concluye en su sentido escolar; es decir, textos que no van más allá del formato. Si realmente la escuela como ícono de la educación formal quiere asumir el desafío que le está encomendado primordialmente-el de la alfabetización cultural de toda la población en tiempos en los que comunicación audiovisual y las mediaciones virtuales a través del internet y las denominadas redes sociales-debe dirigir sus esfuerzos para que la intervención pedagógica apunte hacia el proceso de liberación, en el sentido de que el individuo transita desde la perspectiva de oprimido a la de ser libre. En consecuencia, quien lleva acabo la enseñanza ha de profesar un absoluto respeto por el otro, en tanto que todos los hombres poseen la capacidad natural de razonar, y por ello su mediación no puede ser prescriptiva; por el contrario, ha  de conducirse en el orden de la "sugerencia".  De no ser así, se convertiría en una acción domesticadora, castradora y negadora de la creatividad de la o la estudiante, del andamiaje cultural que representa su mundo de vida: el hogar, el barrio, las historias comunitarias, el miedo, el recuerdo,…

El educador debe entender que la niña o el niño forma parte de un contexto que se construye y desconstruye en y desde la cotidianidad. Entender que esa o ese estudiante, sin necesidad de expresarlo, es un ser en constante búsqueda por su naturaleza inconclusa. Además, en ese proceso de liberación que debe propiciar la escuela, cumple una función determinante la lectura en el sentido de que para apoderarse de ésta, ineludiblemente entra en juego lo que se hereda y lo que se adquiere. Por eso, la lectura se caracteriza por ser un proceso a través del cual se aprenden y se conocen de forma crítica el texto, así como también el contexto. Esto último niega la lectura como simple acto de decodificación de la palabra escrita o del lenguaje.  En pocas palabras, las ideas de Freire sobre la lectura consisten en caracterizarla como un acto que implica una sucesión de tres tiempos: en el primero, el individuo efectúa una lectura previa de las cosas de su mundo, atmósfera  poblada de diferentes seres y signos inscritos en las palabras fecundas que preceden y habitan el mundo donde se inserta toda persona. En el segundo momento, lleva a cabo la lectura de las palabras escritas, previo aprendizaje y, en el tercero, la lectura se prolonga en relectura y reescritura del mundo. O sea, en esta última instancia se materializa el acto liberador.

Tal concepción se opone frontalmente a la automatización y la memorización manifiestas cuando la lectura consiste simplemente en describir un contenido y no alcanza a constituirse en camino de conocimiento. En opinión de Freire, desde luego, se comete un error al concebir de esta última forma el acto de leer. Para el pedagogo, la lectura no es memorización: "la comprensión del texto —asevera— es alcanzada por su lectura crítica, es decir, implica la percepción de relaciones entre el texto y el contexto". De igual manera, rechaza  la idea de que la lectura de muchos textos, como parte del academicismo y los pensum de estudios, beneficie el aprendizaje, pues ello no por necesidad implica el acto de leer como proceso de concientización basado, idealmente, en la percepción crítica, la interpretación, la relectura y la reescritura de lo leído. Por eso, para el autor del libro objeto de este análisis, es requisito indispensable el aprendizaje previo de la lectura crítica del mundo: sólo ello permite realizar la lectura crítica del texto y la relectura–reescritura de la realidad, que suponen también una renuncia a la ingenuidad o simplicidad.

De tal manera que, luego de este recorrido por la páginas de “La importancia de leer y el proceso de liberación” el aprendizaje experimentado es un suerte de invitación a entender los procesos de leer y escribir como actos de emancipación del pensamiento de quienes lo llevan a cabo. Es reafirmar que tales actividades anteceden y traspasan los espacios de la escuela, porque antes de ella hay mundo de vida, existe la lectura del mundo, y posterior a la escolaridad o alfabetización formal es posible la transformación o relectura de ese mundo. Por tanto, insistir en esa tarea “nutricionista”-parafraseando a Sartre- que se evidencia en un elevado número de docentes  es negar la esencia misma del estudiante. No se lee para ser intelectualmente “gordo de conocimiento”, se lee para interpretar el mundo y asumir posiciones de autonomía del pensamiento.

La revisión de la mencionada obra de Paulo Freire destaca lo que planteo en mi trabajo doctoral en cuanto a la importancia de considerar los conocimientos y prácticas previas de las y los estudiantes como punto de partida para el desarrollo de experiencias y generación de ambientes que fomenten el trabajo cooperativo entre ellas y ellos. Aspectos estos que contribuyen a la formación de aprendices capaces de autorregular sus aprendizajes; porque la escuela tiene como una de sus tareas fundamentales comunicar a las nuevas generaciones el conocimiento que ha elaborado la sociedad, para lo cual es vital transformar el saber científico o las prácticas sociales en objetos de aprendizaje.

En el caso de Latinoamérica y específicamente el de Venezuela, sociedades levantadas sobre estructuras donde han existido y permanecen grupos sociales que obstaculizan la posibilidad de ser de otro colectivo humano, sociedades en las cuales la opresión sigue presente es un imperativo invertir este escenario para concretar los cambios y trasformaciones de los pueblos que han estado aletargados por culpa de una aceptación de la dominación. Por ello, desde la escuela, el docente debe asumir el rol, no tanto de transmitir, sino de crear condiciones para que las y los estudiantes construyan conocimientos y profundicen sobre saberes culturales. Solo así estaremos frente a una institución escolar con una estructura distinta y con una maestra o un maestro que se interese en las experiencias previas de sus alumnas y alumnos, en que ellas y ellos desarrollen estrategias de aprendizajes y herramientas de comunicación que les permita formarse como individuos críticos, capaces de reconstruir el conocimiento. Esto guarda estrecha correspondencia con las ideas de Freire, quien consideraba fundamental descubrir ante los ojos del oprimido esa lógica de la dominación a la que anteriormente se hizo referencia. Esa esclavitud velada que debía desaparecer en la medida en que los desfavorecidos se comprometieran en la praxis, a la extinción de las relaciones humanas de la desigualdad por medio del proceso educativo, sostenido a través del tiempo para cimentar un proceso de permanente liberación y descubrimiento humano. He aquí la intención de la lectura y escritura: la elevación de la sensibilidad y la consciencia sociales.

Lo sustantivo de este trabajo, a partir del análisis del libro de Freire, es que invita a profundizar sobre los mismos aportes del pedagogo brasileño y sobre las teorías de abordan la lectura y escritura como fenómenos sociales y antropológicos. Sin duda, pareciera que uno de los elementos constituyentes de la problemática de la lectura y escritura en nuestros estudiantes- a quienes no pocas veces se les atribuye el fracaso escolar- concierne a la manera como el docente ha concebido la naturaleza del proceso de aprendizaje y de la enseñanza. Si se parte de este indicio y se estudia al docente en lo que se ha denominado “estructura tradicional” de la escuela, se verificará que su acción se orienta esencialmente hacia la enseñanza. Él o la docente presupone que los individuos no saben y acuden a la escuela a recibir la información que él o ella detenta, información que el o la estudiante  deberá acumular y/o memorizar de modo que posteriormente la repita al ser sometido o sometida a alguna evaluación. Visto así, entonces, el texto de Freire rechaza esta visión que concibe al estudiante como depósito de información y nos invita a reflexionar sobre el trabajo que realizamos las y los docentes, cuando en lugar de mediar en el proceso de aprendizaje, insistimos en imponer nuestra posición

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