Demagogia racista y clasista (I)

Karen Cancinos

¿Es extraño que grupos distintos obtengan logros muy diferentes? A muchos les parece que sí. De hecho, más que extrañas, las diferencias se les antojan perversas. Cual Caifás, siempre hay alguien a quien “la desigualdad” le hace rasgarse la ropa y pegar de gritos.

Pero la verdad es que la desigualdad (de éxito en la consecución de bienestar material) entre los distintos grupos humanos, es una constante histórica. Ha ocurrido muchas veces que una minoría étnica exitosa posea y gestione incluso más de la mitad de los negocios y la industria de un país en un lapso determinado, como los chinos en Malasia (que actualmente constituyen el 30% de su población total), o los judíos en Polonia antes del Holocausto (9% de la población en 1945, año de inicio de la ocupación nazi).

Hasta hoy, en los países donde radican comunidades chinas y judías, se observa en ellas una arraigada tradición de cooperación y ayuda mutua. Este rasgo cultural no puede soslayarse a la hora de analizar sus notables éxitos, actuales y pasados. Claro que el bienestar material tiene otros impulsores, entre los que puede considerarse también la edad promedio de un país. Si esta es de 32 o 28, como en Chile y Colombia respectivamente –ambos países más exitosos que el nuestro en términos económicos–, podemos decir que los chilenos nos llevan 12 años de diferencia en experiencia y acumulación de capital (per cápita, se entiende), y los colombianos 8, en vista de que la edad promedio en Guatemala es de alrededor de 20 años.

Obviamente, ni los rasgos culturales propios de un grupo étnico o nacional, ni la edad promedio del mismo, son los únicos o los más decisivos factores para explicar el éxito económico. Si así fuera, la población de Cuba, gente de lo más cordial, buena parte de ella con educación formal y con una edad promedio de 38 años, viviría dignamente y no en la miseria más abyecta, como de hecho sucede en la isla-cárcel. De aquí que haya considerar también los marcos institucionales y políticos, y cierto peso derivado de hechos geográficos y naturales fuera del alcance de las intenciones y acciones humanas.

El punto es que las desigualdades entre grupos de resultados, de logros y de bienestar material, constituyen la regla, no la excepción. No hay nada de truculento en esto: tal es la historia de la humanidad. No me costó entenderlo, quizá por mi experiencia de vida. Crecí en un entorno en el que dos pueblos vecinos –tan vecinos que quienes no son oriundos no saben distinguir dónde comienza y termina la jurisdicción de cada uno– con la misma raíz étnica (mestiza ladina/mam), lingüística (español/mam), y religioso-cultural (cristiana católica/evangélica), siempre mostraron, y siguen mostrando, resultados económicos muy distintos. Me refiero a San Marcos, la cabecera del departamento del mismo nombre, y la vecina San Pedro Sacatepéquez.

Todo esto viene a cuento porque esta semana he estado leyendo en los diarios demagogia racista y clasista, es decir, declaraciones de burócratas internacionales, políticos locales y aspirantes a políticos. La idea que subyace en todas esas aseveraciones es que las diferencias en los niveles de vida de los guatemaltecos, tienen su origen en “la discriminación”.

 

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