FUNDAMENTOS METAFÍSICOS DE LA EDUCACIÓN DESDE

LA FILOSOFÍA PERSONALISTA

DE KAROL WOJTYLA

 

                 MSc. Simón Alvarado(*)

          Universidad de Carabobo, Valencia, Venezuela

            alvaradomonta@gmail.com

Resumen

 

La presente investigación filosófica tiene por objeto indagar sobre los fundamentos metafísicos de la educación desde la filosofía personalista de Karol Wojtyla. Se desarrollan las temáticas antropológicas y éticas como los fundamentos metafísicos para una filosofía de la educación personalista que coloca al ser humano, definido como persona, al centro de toda reflexión educativa. Una educación antropocéntrica que subraya la trascendencia, dignidad, singularidad y unicidad del ser humano, además de su aspiración al bien como sujeto ético y moral.

 

Palabras claves: Wojtyla, metafísica, persona, educación, ética.

 

Abstract.

           This philosophical research is intended to present a metaphysics of education from the postulates of the personalistic philosophy of Karol Wojtyla. Anthropological and ethical themes are developed as foundations for a philosophy of personalistic education that places the human being, defined as a person, at the center of all educational reflection. A anthropocentric education that underlines the transcendence, dignity, singularity and oneness of the human being, in addition to his aspiration for good as an ethical and moral subject.

 

Key words: Wojtyla, metaphysics, person, education, ethics.

(*) Profesor Asociado a Dedicación Exclusiva. Departamento de Filosofía, Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Carabobo, Venezuela.

Mi llamada se dirige, además, a los filósofos y a los profesores de filosofía, para que tengan la valentía de recuperar, siguiendo una tradición filosófica perennemente válida, las dimensiones de auténtica sabiduría y de verdad, incluso metafísica, del pensamiento filosófico. (Juan Pablo II, Fides et Ratio)

En atención a este llamado de San Juan Pablo II, la presente investigación se propone, siguiendo la tradición filosófica perennemente válida,  presentar una dimensión metafísica de la educación. Una dimensión de auténtica sabiduría y de verdad que pone el fundamento por encima del fenómeno, lo esencial y lo permanente sin el ropaje de los accidentes. Una tarea bastante difícil en medio de un pragmatismo que conduce al nihilismo como negación de la trascendencia.

La educación es un acontecimiento humano y como fenómeno es objeto de estudio de diferentes ciencias y disciplinas. Desde una visión histórica la educación se entiende como parte fundamental de la civilización humana. Está íntimamente ligada al devenir de la historia, a la cultura de los pueblos. Desde la sociología la educación es vista como un hecho social, como el ethos donde la sociedad se interpela y se reconoce como tal. Desde la filosofía la educación plantea cuestiones fundamentales para el quehacer filosófico como el problema del hombre (dimensión antropológica), el problema del bien y del mal, los valores y las virtudes (dimensión ética) y el problema de la verdad, el conocimiento y la ciencia (dimensión epistemológica).

La filosofía de la educación es una disciplina filosófica que se encarga precisamente de estudiar el fenómeno educativo desde una visión trascendente para tratar de responder al qué de la educación (es decir, los contenidos o conjunto de saberes o formas culturales acumuladas), el cómo de la educación (el  método,  la didáctica y la pedagogía) y el para qué de la educación (los fines, el llamado telos educativo).

Los filósofos siempre han reflexionado sobre el hecho educativo y su vinculación con el hombre y la sociedad. Sócrates fue el gran pedagogo de Atenas con su mayéutica o arte de interrogar. Una propuesta educativa centrada en el sujeto. Platón compara con la escena del mito de la caverna el estado en que, con respecto a la educación o a la falta de ella, se halla nuestra naturaleza. Aristóteles presenta la educación como piedra angular para la construcción de la polis. Es el inicio de la llamada educación cívica o ciudadana. Una sociedad es auténtica cuando sus ciudadanos son libres y educados.

Siguiendo esta reflexión iniciada en Grecia, los filósofos a lo largo de la historia han siempre tratado a la educación con sumo interés otorgándole un lugar privilegiado en sus escritos y reflexiones. Los grandes problemas educativos tienen una raíz y un fundamento filosófico. Sin la filosofía la educación dejaría de ser humanista y humanizadora y se convertiría en una simple transmisión de conocimientos, carente de valores y de sentido.

La captación de aquello que es esencial en la educación requiere no solamente de un método, sino también de una visión de conjunto, una fundamentación y una interpretación de su sentido y finalidad. Podríamos realizar una fenomenología de la educación y quedarnos solo en lo metodológico sin trascender a la esfera de lo ontológico. Cuando se plantea realizar una metafísica de la educación, como en este caso, se hace referencia a una interpretación del fenómeno educativo desde una visión totalizante, omniabarcadora, integral, que nos permita ver el todo y no quedarnos en una visión fragmentaria, instrumental y pragmática.

Se pretende contemplar el fenómeno educativo desde la reflexión filosófica para develar su sentido, su belleza y su ser. Se trata de descubrir aquellos elementos que hacen una educación humanizadora, liberadora, trascendente y comprometida con el destino de la humanidad. Una educación que se centre en el ser humano, en su dignidad y valor absoluto, dentro de un contexto de relativismo y de pragmatismo ético que reduce muchas veces lo humano a simple dato fenoménico.

Esta metafísica educativa tiene como punto de partida la filosofía personalista de Karol Wojtyla. Al centro de la reflexión está el ser humano definido como persona. Es una visión antropocéntrica que no se agota en la existencia humana sino que lo trasciende. Es una visión antropo-ética, porque resalta de modo singular la experiencia ética del ser humano, su dignidad, singularidad y unicidad. Karol Wojtyla es sin duda un filósofo de la educación porque coloca al ser humano, definido como persona, al centro y no en la periferia de cualquier acción verdaderamente educativa.

Una metafísica de la educación nos coloca en el camino de la ontología porque nos permite contemplar el fenómeno educativo como una epifanía, una revelación. La antropología y la ética son las dos grandes temáticas que nos ayudarán a descubrir las bases del fenómeno educativo como fundamento metodológico de las humanidades. Una educación que parte de lo humano pero no se queda en la inmanencia del sujeto sino que trasciende la existencia para el encuentro con el otro, para la alteridad y la comunión.

1.-Metafísica y ciencia.

Aristóteles designa a la metafísica como “filosofía primera”. A ella concierne el primero de todos los objetos que es el ser y se formula la pregunta por el principio de todo lo que es. Toda filosofía es metafísica. El estagirita define la metafísica en tres sentidos: 1) Ciencia que considera universalmente el ente en cuento tal; 2) ciencia divina; 3) ciencia de la sustancia. A diferencia de las ciencias, la metafísica se refiere a la totalidad de las cosas.

Es bien conocida la extraña historia de uno de los nombres más ilustres de las lenguas modernas: metafísica. Al ordenar Andrónico de Rodas, en el siglo I a. de C , los escritos de Aristóteles, encuentra algunos libros cuya denominación resulta problemática; también su colocación dentro de la obra aristotélica. Al final decide ponerlos “después de los libros de física”; esta expresión, que no es un título, sino la ausencia de un título, no significa nada filosófico, no es ni siquiera un nombre; y, sin embargo, se va a convertir en la denominación dos veces milenaria de la disciplina filosófica más importante, identificada muchas veces con la filosofía sin más.

Wojtyla dice expresamente inspirarse en la metafísica aristotélico-tomista y también en la fenomenología. Según la metafísica aristotélico-tomista, la ontología (ciencia del ser en cuanto ser) no es la metafísica sino una específica metafísica. El paradigma metafísico en torno al cual se ha desarrollado el pensamiento griego es el denominado honologico, es decir la metafísica del uno (unum ens), al cual se ha unido el ontológico, el de la metafísica del ser. Esta segunda forma, la ontológica, ha alcanzado su cúspide con Aristóteles.

En su Metafísica, Aristóteles (1994) afirma que “El ente y el Uno son lo mismo y una sola naturaleza porque se corresponden como el principio y la causa”. La Escolástica ha asumido este concepto y lo ha resumido con la célebre fórmula ens et unum convertuntur.  Según la lectura del Aquinate, la metafísica que es filosofía primera, estudia el ente en cuanto ente y los aspectos o propiedades que pertenecen al ente en cuanto tal.

Al tratar de la relación entre el ente y lo uno, Aristóteles subraya la identidad real de la unidad con el ente pero también hace hincapié en la diferencia conceptual, ya que se niega la división interior de lo que es uno [Metaph. X, c. 1, 1052b 16]. El ente y la unidad son realidades idénticas, son equivalentes; y en el orden de la predicación, todo ente es uno. Por consiguiente, el texto de Aristóteles en el libro IV de la Metafísica permite hablar de la convertibilidad del ente y lo uno, es decir, ens et unum convertuntur.

Este texto es sin duda el punto de partida para el desarrollo de la doctrina de los trascendentales en la Edad Media. Influyó en la Summa de bono de Felipe el Canciller (ca. 1225), quien presenta el primer tratamiento sistemático de los aspectos comunes a todo ente, empezando con la relación entre el ente y lo uno y añadiendo a la unidad del ente, la verdad y la bondad.

Las ciencias naturales tienen como objeto una “parte” específica, pero la metafísica desde sus orígenes tiene por objeto el problema del “todo”. Es decir, los problemas supremos. La filosofía actual es en gran medida “anti-metafísica” en cuento considera que no es posible ocuparse del todo en el sentido clásico. ¿Es posible entender la educación como un todo en sus aspectos esenciales?. La mentalidad científica tiende a la especialización, la segmentación y la división. Tener una idea del todo significa optar por una visión metafísica que nos permita captar aquello que es esencial. Lo antropológico, la visión del hombre, y lo ético se convierten en elementos esenciales del fenómeno educativo, vistos desde la reflexión filosófica.

En la Fides et Ratio, Juan Pablo II (1998) se refiere a la metafísica en estos términos:

Es necesaria una filosofía de alcance auténticamente metafísico, capaz de trascender los datos empíricos para llegar, en su búsqueda de la verdad, a algo absoluto, último y fundamental. Esta es una exigencia implícita tanto en el conocimiento de tipo sapiencial como en el de tipo analítico; concretamente, es una exigencia propia del conocimiento del bien moral cuyo fundamento último es el sumo Bien, Dios mismo. No quiero hablar aquí de la metafísica como si fuera una escuela específica o una corriente histórica particular. Sólo deseo afirmar que la realidad y la verdad transcienden lo fáctico y lo empírico, y reivindicar la capacidad que el hombre tiene de conocer esta dimensión trascendente y metafísica de manera verdadera y cierta, aunque imperfecta y analógica. En este sentido, la metafísica no se ha de considerar como alternativa a la antropología, ya que la metafísica permite precisamente dar un fundamento al concepto de dignidad de la persona por su condición espiritual. La persona, en particular, es el ámbito privilegiado para el encuentro con el ser y, por tanto, con la reflexión metafísica. (p.50)

 

La filosofía tiene una dimensión metafísica. La realidad  y la verdad trascienden lo factico y lo empírico. El hombre posee la capacidad de conocer la dimensión trascendente y metafísica en modo verdadero y cierto. Es propio de la metafísica el dar fundamento al concepto de dignidad de la persona en razón de su condición espiritual. La persona constituye el ámbito privilegiado para el encuentro con el ser y con la tradición metafísica.

 

La concepción que tiene Wojtyla de la Metafísica es la misma de la tradición clásica, en la línea de Aristóteles y Santo Tomás de Aquino. Sostiene que la problemática metafísica ha mostrado gran fecundidad, en particular en la fundación y elaboración de la teología. No se refiere a la metafísica como una escuela específica o una corriente histórica particular.

 

La afirmación “metafísica aristotélico-tomista” necesita ser explicada. En general se entiende que la metafísica coincide con la ontología y que la definición que de ella da Aristóteles como “ciencia del ser en cuanto ser”, sea paradigmática en sentido absoluto. Pero no es así. La ontología no es la metafísica, sino una específica metafísica.

 

El paradigma metafísico de base del cual ha nacido y en torno al cual se ha desarrollado el pensamiento griego es el henologico,  o sea, el de la metafísica del uno (en contraposición a lo múltiple), al cual se ha juntado el ontológico, o sea, el de la metafísica del ser. Este último alcanzó su vértice con Aristóteles. La fundación de la metafísica  del ser inicia con Parménides y Platón la desarrolla. Pero es Aristóteles quien la sistematiza en la Metafísica absorbiendo el problema de lo uno con el problema del ser (ens et unum convertuntur) y negando que lo uno esté por encima del ser y ha construido la metafísica como “ciencia del ser en cuanto ser”.

 

Pero es el ámbito del pensamiento cristiano donde nace un tercer paradigma: el de la metafísica de la persona. Es sobre la base del mensaje cristiano que el hombre ha descubierto de poseer un valor absoluto como persona. Los textos de Wojtyla, especialmente Amor y Responsabilidad (1960) y Persona y Acción (1982), son la expresión emblemática de una “metafísica de la persona”. En estos textos se hace una defensa fuerte y convincente del ser humano, de su dignidad y su valor absoluto.

 

En Fides et Ratio (1998) señala su deseo de afirmar que “la realidad y la verdad trascienden lo factico y lo empírico” y reivindica “la capacidad que el hombre tiene de conocer esta dimensión trascendente y metafísica en modo verdadero y cierto”. (p. 83). Esta visión clásica de la metafísica contrasta con la visión moderna que la considera como una disciplina filosófica casi en el olvido y prácticamente superada por el discurso del sujeto.

 

En este sentido, uno de los grandes aportes de Heidegger ha sido precisamente el haber reclamado ese olvido del ser y haber planteado una metafísica basada no en la esencia sino más bien en la existencia. Para este filósofo alemán el preguntar metafísico tiene que ser en totalidad y debe plantearse siempre desde la situación esencial en que se halla colocada la existencia interrogante. Nos preguntamos aquí y ahora y para nosotros. El investigador es portador de una existencia interrogante y su trabajo consiste en una aproximación al ser. La actividad filosófica consiste en un preguntar, un interrogarse.

 

Pero el modo en que la ciencia trata los objetos es radicalmente diverso pues existe una dispersa multiplicidad de disciplinas. Se ha perdido por completo el enraizamiento de las ciencias en su fundamento esencial. La aparente unión de las ciencias es solo práctica y responde a una organización técnica. Es necesario entonces buscar la unidad, el principio unificador. Revelar el ser en medio de lo aparente y lo cambiante es una tarea para la investigación filosófica. Heidegger (1949) lo expresa de esta manera:

 

Los dominios de las ciencias están muy distantes entre sí. El modo de tratar sus objetos es radicalmente diverso. Esta dispersa multiplicidad de disciplinas se mantiene, todavía, unida gracias tan sólo a la organización técnica de las Universidades, y Facultades, y conserva una significación por la finalidad práctica de las especialidades. En cambio, el enraizamiento de las ciencias en su fundamento esencial se ha perdido por completo. (p.1)

 

En el fondo de esta afirmación hay una serie de implicaciones epistemológicas que es conveniente tener en cuenta. La ciencia no ofrece ya ese “fundamento esencial” que es necesario para pasar de lo óntico a lo ontológico.  “El olvido del ser”, preconizado por Heidegger, ha hecho que la ciencia se quede solo en los hechos y no los trascienda. La ausencia de una Metafísica en el sentido aristotélico, hace que la ciencia se quede en la inmanencia y pierda su dimensión trascendente. Hace falta pues un saber de segundo orden, trascendente, que busque ese fundamento esencial que le hace falta a la investigación científica.

 

            La referencia al mundo que impera en todas las ciencias las hace buscar el ente mismo. En las ciencias se lleva a cabo un acercamiento  a la esencia de toda cosa. Pero la ciencia, afirma con razón Heidegger, se distingue porque concede a la cosa misma, de manera fundamental, explícita y exclusiva, la primera y última palabra. Es decir, deja a un lado cualquier fundamentación ulterior o metafísica. Se reduce a la cosa misma y no es capaz de observar el conjunto. La mirada científica es reduccionista, unilateral y en cierto sentido, inmanente.

 

            La ciencia está sumisa al ente y se olvida del ser. Ese es el gran problema de la ciencia en nuestros días. Lamentablemente, la investigación educativa, marcada por la ciencia y el positivismo que la sustenta, también se está olvidando del ser, de los problemas fundamentales, de su finalidad y esencia, para preocuparse por los problemas ónticos, peregrinos y accidentales. Esta servidumbre de la investigación se constituye en su  fundamento. Lo “cuantitativo” supera lo “cualitativo”. Los datos, estadísticas, dimensiones, variables, etc. Se presentan como el fundamento de toda verdad en el campo de la investigación educativa.

 

Todo esto trae como consecuencia una simplicidad del existir del hombre en la existencia científica. Lo que hay que inquirir es tan sólo el ente, únicamente el ente y fuera de él nada. Pero ¿qué pasa con esta nada?, se pregunta Heidegger. La nada es lo que la ciencia rechaza y abandona. ¿Qué puede ser la nada para la ciencia sino abominación y fantasmagoría?. Heidegger llega a la conclusión que la ciencia no quiere saber nada de la nada. ¿Qué pasa con la nada?. Al no querer saber nada sobre la nada deja también a un lado la metafísica.

            La ciencia admite la nada como aquello que no hay. Toda respuesta a la pregunta ¿qué es la nada?, resulta desde un principio imposible. Tanto la pregunta como la respuesta respecto a la nada son igualmente un contrasentido. La nada es la negación del ente, es sencillamente el no ente. Pero la nada es más originario que el no y la negación.

 

            ¿Dónde buscar la nada?, ¿cómo encontrarla?. La angustia hace patente la nada. Pero ¿qué pasa con la nada?. Ante estas interrogantes hace falta la navegación filosófica, el camino del pensar y de la abstracción. La nada se descubre en la angustia. La nada se nos hace patente en ella y a través de ella. Existir (ex sistir) significa estar sosteniéndose dentro de la nada. La existencia está siempre allende al ente en total. A este estar allende el ente es lo que nosotros llamamos trascendencia.

 

            La nada es el nihilismo. Con la muerte de Dios, Nietzsche proclama el final de la metafísica. Heidegger intenta una nueva metafísica que también parte de la nada y de la angustia. Pero esta nueva metafísica no es superación de la anterior. Al contrario, habla de la necesidad de “dejar que se pierda el ser como fundamento”, para “saltar” a su “abismo”.

 

            La nada no es objeto ni ente alguno. La nada no nos proporciona el contraconcepto del ente, sino que pertenece a la esencia del ser mismo. La nada permanece disimulada para nosotros. La nada es el origen de la negación y no el revés. El interrogante heideggeriano acerca de la nada pone ante nuestros ojos la metafísica misma. La metafísica es una trans-interrogación, allende el ente. En la pregunta acerca de la nada se lleva a cabo esta marcha allende el ente, en cuanto ente, en total. Se nos ha mostrado como una cuestión metafísica.

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            Toda pregunta metafísica abarca la metafísica entera. En toda interrogación metafísica va siempre envuelta la existencia que interroga. El olvido de la metafísica hace que la ciencia caiga en la unilateralidad, que se traduce en un reduccionismo. Nos preguntamos junto a Heidegger ¿en qué sentido la cuestión acerca de la nada comprende y abraza la metafísica entera?. La metafísica antigua entiende la nada en el sentido de lo que no es. Heidegger intenta superar esta antigua metafísica y preconiza una nueva preguntando por el ente y por el ser.

 

            “El ser puro y la pura nada son lo mismo” (Hegel). Para Heidegger esta frase es justa. El ser es por esencia finito y solamente se patentiza en la trascendencia de la existencia que sobrenada en la nada. Si la cuestión del ser en cuanto tal es la cuestión que circunscribe la metafísica, entonces también la cuestión acerca de la nada es de tal índole que abraza la metafísica entera.

 

            La cuestión acerca de la nada comprende la metafísica entera porque nos fuerza a hacernos problema del origen de la negación. En este sentido, el trabajo de la ciencia no consiste entonces en coleccionar y ordenar conocimientos sino el abrir ante nuestros ojos el ámbito entero de la realidad sobre la naturaleza y sobre la historia.

 

            La metafísica es entonces este trascender más allá del ente. La filosofía es tan solo la puesta en marcha de la metafísica en cuento se plantea interrogantes sobre el origen último de las cosas. La propuesta heideggeriana de “retornar a los comienzos” es aplicable para la investigación científica.

 

La verdad es “desocultación” (aletheia). Las cosas están cubiertas y necesitan ser develadas. El fundamento último es la apertura. En ese sentido, el pensar es preguntar y permanecer en el camino. El objeto de este pensar es la iluminación del ser.

 

En el estudio del personalismo wojtyliano como fundamento para una filosofía de la educación, se presenta la metafísica no como un método o una corriente filosófica sino como una forma de pensar al ser humano visto en su totalidad, en su esencia última, en su fundamento, en aquello que Wojtyla define como lo “irreducible” del hombre. Solo de esta manera podremos captar su grandeza, su dignidad y su singularidad irrepetible.

 

2. Filosofía Personalista:

 

El personalismo surge como una alternativa a las dos corrientes socio-culturales dominantes en la Europa de entreguerras: el individualismo y el colectivismo. El primero exaltaba un individuo autónomo y egocéntrico. El segundo supeditaba el valor de la persona a su adhesión a proyectos colectivos. El personalismo resalta como valores la solidaridad y el valor absoluto de cada persona independientemente de sus cualidades.

 

Enmanuel Mounier (1905-1950) es considerado como el iniciador de esta corriente filosófica a través de sus escritos y de la revista Esprit.  Mounier planteó, estableció y desarrolló las bases de la corriente doctrinal y filosófica del personalismo. El punto central de esta filosofía gira en torno a un renovado concepto de persona que tiene su origen en la tradición cristiana. Dentro de este movimiento destacan pensadores como Jacques Maritain con su humanismo integral, Julián Marías y especialmente Karol Wojtyla.

 

Tal como lo afirma el mismo Mounier (2002) el personalismo es una filosofía en el sentido estricto del término:

 

El personalismo es una filosofía, no solamente una actitud. Es una filosofía, no un sistema. No rehúye la sistematización, pues el orden es indispensable en los pensamientos: conceptos, lógica, esquemas de unificación no son útiles solamente para fijar y comunicar un pensamiento que sin ellos se disolvería en intuiciones opacas y solitarias: sirven para sondear esas intuiciones en sus profundidades: son instrumentos de descubrimiento al mismo tiempo que de exposición. Porque determina estructuras, el personalismo es una filosofía y no solamente una actitud. (pp. 675-676)

 

El personalismo es una filosofía realista y original que se va perfilando y cobrando importancia en la medida que aumenta la deshumanización, la manipulación genética, la razón instrumental y el pragmatismo que invade todas las esferas del pensamiento incluyendo la educación. Corrientes filosóficas que otrora gozaban de mucha vitalidad como el estructuralismo y el marxismo van perdiendo terreno, mientras el tema de la persona, de su dignidad y sus derechos fundamentales van tomando mayor relevancia y trascendencia.

 

Una característica fundamental del personalismo es la profunda convicción de que la persona posee una dimensión religiosa y trascendente. Esta visión contrasta con las teorías inmanentes de corte materialista que reducen al hombre a su dimensión corpórea y fáctica. Esta dimensión trascendente aporta  a la educación una teleología y un sentido que va más allá de los contenidos y de los métodos. Implica el hombre mismo en cuento persona, su realización personal y su vocación trascendente.

 

Burgos (2009) señala algunos de los rasgos fundamentales del personalismo que configuran su originalidad:

 

1.- Insalvable distinción entre cosas y personas y necesidad de tratar a éstas últimas con categorías filosóficas propias. El personalismo resalta la primacía del sujeto sobre el objeto, de las personas sobre las cosas. El ser humano constituye una categoría filosófica propia y original.

 

2. Carácter autónomo, originario y estructural de la afectividad. Junto al conocimiento y la voluntad, la afectividad constituye una dimensión importante para comprender la naturaleza humana.

 

3. Las relaciones interpersonales: dialogicidad del mundo. El personalismo asume plenamente la filosofía del diálogo, especialmente los aportes de Lévinas: la ética antes que la metafísica y la ontología.

4. Contra el intelectualismo. El ser humano no es solo intelecto –animal racional- sino también amor, trabajo, creación estética y poética. El personalismo resalta estas dimensiones de lo humano para una comprensión más profunda de la existencialidad humana.

 

5. Corporeidad. Sexualidad. El hombre como varón y mujer. Esta dimensión corpórea la señala muy acertadamente Mounier (2002):

 

No puedo pensar sin ser, ni ser sin mi cuerpo; yo estoy expuesto por él a mí mismo, al mundo, a los otros; por él escapo a la soledad de un pensamiento que no sería más que pensamiento de mi pensamiento. Al impedirme ser totalmente transparente a mí mismo, me arroja sin cesar fuera de mí en la problemática del mundo y las luchas del hombre. Por la solicitación de los sentidos me lanza al espacio, por su envejecimiento me enseña la duración, por su muerte me enfrenta con la eternidad. Hace sentir el peso de la esclavitud, pero al mismo tiempo está en la raíz de toda conciencia y de toda vida espiritual. Es el mediador omnipresente de la vida del espíritu. (p.22)

           

6. El personalismo comunitario. Lo radicalmente importante no es ni la sociedad en cuanto tal ni el individuo egoísta, sino la persona en relación con los demás. La persona posee una dimensión social y se realiza junto a los otros.

 

El personalismo es ante todo una filosofía cristiana. Este es un dato muy particular que debe ser captado en su justa dimensión. La mayoría de sus principales representantes fueron cristianos fervientes y practicantes (Maritain, von Hildebrand, Marcel, Stein). Es cristiana por sus contenidos y por sus estructuras. El objeto y el método de una filosofía cristiana es el mismo de la filosofía perennis. La visión cristiana es trascendente y trata de captar el ser en su última dimensión. Es la dimensión metafísica: las causas y los principios últimos.

 

A pesar de todo este legado, el personalismo es aún hoy desconocido inclusive en los círculos académicos. Lamentablemente es infravalorado lo que disminuye su impacto en ambientes culturales y educativos. Esto trae como consecuencia que no se tome en cuenta sus grandes potencialidades y temáticas, que pueden ser aplicadas a diversas áreas, especialmente en la educación.

 

3.-El Personalismo Filosófico de Karol Wojtyla

 

Karol Wojtyla (1920-2005) es un importante filósofo personalista del siglo XX. Entre  sus múltiples actividades hay que señalar una que es la menos conocida: su dedicación a la filosofía por más de 30 años. Formado en el tomismo y en la fenomenología, desarrolló una densa producción filosófica en la ética y la antropología.

 

La primera y fundamental fuente de su filosofía es la experiencia del hombre. Wojtyla piensa al hombre con nuevas categorías filosóficas. La otra fuente de su filosofía es la fenomenología. Su encuentro con la fenomenología se produce a través de Max Scheler. Si bien la filosofía de Santo Tomás, con sus categorías metafísicas fundamentales constituye un precioso instrumento para la dimensión objetiva, su dimensión subjetiva queda un poco al margen.

 

En los escritos de Wojtyla sobre Scheler ya aparecen los conceptos claves de su filosofía de la persona desarrollados en su obra filosófica más importante Persona y Acción (1982). Mediante sus acciones la persona se revela quién es y al mismo tiempo se realiza a sí misma. Wojtyla sostiene que método fenomenológico resulta adecuado para revelar cómo el hombre es persona. En síntesis, nos encontramos con una conjugación de la metafísica con la fenomenología.

 

En 1978 el filósofo Wojtyla se convirtió en el obispo de Roma y Sumo Pontífice de la Iglesia Católica. Juan Pablo II (1996) recuerda así su formación filosófica:

Debo verdaderamente mucho a este trabajo de investigación [la tesis sobre Scheler]. Sobre mi precedente formación aristotélico-tomista se injertaba así el método fenomenológico, lo cual me ha permitido emprender numerosos ensayos creativos en este campo. Pienso especialmente en el libro Persona y acto. De este modo me he introducido en la corriente contemporánea del personalismo filosófico, cuyo estudio ha tenido repercusión en los frutos pastorales [p. 110].

 

3.1.-La Antropología de Wojtyla.

 

La preocupación primordial de Wojtyla es la pregunta por el hombre, centrada en la defensa de la dignidad de la persona humana. Es un defensor del humanismo cristiano y del personalismo. El tema de la persona lo desarrolla nuestro autor en su obra cumbre Persona y Acción (1982). La ética personalista necesitaba una antropología personalista. Esta novedosa y original obra filosófica es un intento por unificar la tradición filosófica clásica con el pensamiento moderno. Es la integración del ser con la conciencia.

 

Para Wojtyla el hombre es persona, es decir, un quién que posee una estructura de autodeterminación en relación con la verdad. El análisis de la acción nos muestra al hombre-sujeto persona. Persona es quien se posee a sí mismo, es decir, quien se construye a partir de sus propias decisiones. La persona se caracteriza por el autodominio y la autoposesión. Autorrealización es para Wojtyla la autodeterminación de la persona orientada hacia la plenitud.

 

El hombre es objetivamente “alguien”, y en ello reside lo que lo distingue de los otros seres del mundo visible, que no son más que “algo”. Pero no basta definir al hombre como individuo de la especie homo sapiens. El hombre se distingue de los animales por su interioridad, una vida interior propia donde cultiva su espiritualidad. En su obra Amor y Responsabilidad (1960), Wojtyla aclara la diferencia entre individuo y persona.

 

 

El término “persona” se ha escogido  para subrayar que el hombre no se deja encerrar en la noción “individuo de la espacie”, que hay en él algo más, una plenitud y una perfección de ser particulares que solo pueden expresarse mediante el empleo de la palabra “persona”. (p. 28).

 

Los latinos definían a la persona como alteri incommunicabilis, intransmisible, intransferible. Este dato se haya estrechamente relacionado con su interioridad, su autodeterminación, su libre albedrío. Por ello, la persona debe ser tratada siempre como fin y no como medio. Es necesario exigir de la persona que sus fines sean verdaderamente buenos, porque tender hacia lo malo es contrario a la naturaleza racional de la persona.

 

Para Wojtyla (1960),  el sentido de la educación de los niños y de la educación de los hombres es precisamente buscar los fines verdaderos de cada persona, que en definitiva son los bienes verdaderos que se presenten como los fines de la acción. En esta actividad educadora jamás está permitido tratar a la persona como un medio. Nadie tiene derecho de servirse de una persona, de usar de ella como un medio, ni siquiera Dios su creador.

 

La acción humana significa autodeterminación, realización, responsabilidad, deber, verdad, conciencia moral y responsabilidad. Wojtyla (1982) introduce los conceptos de “autoposesión” y “autodominio” como elementos que definen a la persona.

 

En la discusión publicada en “Analecta Cracoviensia” (…) se hizo una contrapropuesta sustancial y metodológica con respecto a Persona y acto. Según esta contrapropuesta el conocimiento fundamental del hombre como persona sería el que emerge de su relación con las otras personas. El autor, aún apreciando el valor de este tipo de conocimiento, después de haber reflexionado sobre las objeciones, mantiene de todos modos la opinión de que un sólido conocimiento del sujeto en sí mismo (de la persona a través del acto) abre el camino para una comprensión más profunda de la intersubjetividad humana. Sin categorías como las de ‘la autoposesión’ y ‘el autodominio’, jamás podríamos entender en la adecuada proporción a la persona en su relación con las otras personas [p, 315-316]

 

 

3.2.-La ética personalista de Wojtyla.

 

El interés filosófico de Wojtyla comienza con la ética. Desde 1954 hasta 1961 imparte diferentes cursos de ética en la Universidad Católica de Lublin en Polonia. El objetivo fundamental de la llamada Escuela Ética de Lublin fue integrar el tomismo con la fenomenología. Los temas éticos desarrollados por nuestro autor son: la dimensión subjetiva de la ética, la justificación de la ética frente al hedonismo y el empirismo. Wojtyla recurre a la noción de experiencia moral. La ética nace de un principio real y originario: la experiencia moral, la experiencia del deber.

 

Si la ética es reflexión sobre la experiencia moral, es también autónoma. La experiencia moral es la experiencia del bien y el mal, una experiencia común y originaria accesible a todo hombre. El origen de la ética se encuentra en esta experiencia del bien y el mal. Wojtyla define la ética como una ciencia práctica que propone la realización del bien. Distingue, siguiendo a los clásicos, entre el bien útil y el bien honesto. El bien útil sirve como medio para alcanzar un fin. En cambio, el bien honesto es el bien sin condiciones, el más elevado y auténtico.

 

Para Wojtyla (1969) la moralidad es el punto de partida de la ética. Al mismo tiempo, implica una aceptación del punto de partida empírico de la ética, es decir, de la experiencia.

 

Tomando la experiencia de la moralidad como punto de partida de la ética, estamos aceptando un cierto sistema de presupuestos. Esta decisión surge de la necesidad de salir del callejón sin salida del empirismo extremo y del apriorismo y, al mismo tiempo, implica una aceptación del punto de partida empírico de la ética. (p. 351).

 

Otro tema central en los análisis éticos de Wojtyla  es la conexión de la ética con la vida personal. La moral no se reduce a un conjunto de normas que obliguen desde una perspectiva heterónoma. Implican emocional y vitalmente al sujeto. La acción ética no se realiza por un imperativo externo, sino porque mediante ella el sujeto se perfecciona y alcanza su plenitud como hombre. Wojtyla resalta la importancia de los modelos en la vida ética, en cuanto ejemplos que se presentan a las personas.

 

La propuesta ética de Wojtyla se centra en el sujeto humano, sus potencialidades. Se puede definir como una ética antropocéntrica, pero abierta a la trascendencia y a la plenitud. Es una ética dirigida a la búsqueda del bien como categoría filosófica emparentada con la belleza y la justicia.

 

Posteriormente, en su condición de Sumo Pontífice, Juan Pablo II (1986) insiste en la necesidad de fundamentar la ética en una verdadera antropología:

 

Es necesario que la reflexión ética se fundamente, cada vez con más profundidad, en una verdadera antropología, y que ésta se apoye en aquella metafísica de la creación que está en el centro de todo pensar cristiano. La crisis de la ética es la prueba más evidente de la crisis de la antropología, originada a su vez por el rechazo de un pensamiento verdaderamente metafísico. Superar estos tres momentos –el ético, el antropológico y el metafísico- es un gravísimo error. Y la historia de la cultura contemporánea lo ha demostrado trágicamente. (p. 970).

 

4.-Educación personalista.

            Al hacer una definición esencial de “educación”, habría que considerar como género próximo la categoría de “relación de ayuda”, y la diferencia específica el hecho de que se trata de una ayuda “pedagógica”. En términos generales, la ayuda pedagógica es aquella que se orienta a suscitar el aprendizaje con el fin de promover el perfeccionamiento del ser humano en las dimensiones del ser, el conocer, el hacer y el convivir, tal como lo establece Delors (1996) en su famoso informe.

            Semánticamente, la palabra “educación” proviene de dos verbos latinos: educare —“alimentar”, “cuidar de”, “criar”, “conducir” o “guiar”—, y educere —“extraer”, “sacar desde dentro” algo que ya estaba ahí—. Además de la tradición latina (educare educere) que pone de manifiesto la dimensión intersubjetiva, no meramente individual, de la educación, conviene tener en cuenta la riqueza que aporta a este concepto la tradición semántica griega (παιδεία, paideia) —término que significaba originalmente “nutrición”—.

La paideia subraya principalmente la dimensión social del proceso educativo, es decir, el papel de la tradición y el compromiso del individuo con la comunidad. (Jaeger 1988). El término alemán Bildung —que se traduce habitualmente por “formación”— hace referencia a la interiorización de la cultura como resultado de la formación en los contenidos de una tradición. E término Bildung alude tanto al proceso por el que se asimila la cultura, como a ésta en cuanto patrimonio personal.

            La educación está íntimamente relacionada con el concepto de persona en cuanto que se considera valioso lo que contribuye al desarrollo de alguien en cuanto persona, en su totalidad La educación transforma a la persona de manera global, y no es suficiente estar instruido para estar bien educado, sino que es necesario tener el carácter formado y haber cultivado los demás ámbitos que constituyen a la persona: corporal, afectivo, estético, ético, religioso, etc.

Otro elemento importante a resaltar es el carácter ético y moral de la educación. La educación pretende favorecer el aprendizaje de lo valioso y fomentar la plenitud personal, el desarrollo integral de la personalidad. En este sentido, no existe una educación que sea ética o moralmente neutra. La libertad, entendida como  la capacidad humana de realizar actos que dependen principalmente de una decisión personal, en el sentido de que el sujeto, llamado por eso agente libre, tiene el poder de realizar o no esos actos, requiere una educación ética y un soporte moral.

Para llegar a ser “plenamente humano” es necesario un proceso de interiorización de la cultura, de educación, pues los seres humanos no podemos vivir como tales al margen de un ámbito cultural. Por ello la educabilidad, o capacidad humana para ser educado e incorporarse así al mundo de la cultura, es correlativa a la racionalidad, la libertad y la plasticidad biológica propias de nuestra naturaleza.

La educabilidad puede considerarse una característica específicamente humana, diferente de la posibilidad de ser “amaestrado” que tienen algunos animales irracionales superiores. La educabilidad constituye el elemento fundamental sobre el que se sustenta cualquier tarea educativa. Es la convicción de que el ser humano no sólo puede aprender, sino que necesita ser educado para llegar a ser plenamente humano.

            En uno de sus textos más conocidos, Morin (2000), establece la relación intrínseca entre educación y condición humana:

La educación del futuro deberá ser una enseñanza fundamental y universal centrada en la condición humana. Es preciso que (los educandos) se reconozcan en su humanidad común y, al mismo tiempo, reconozcan la diversidad cultural inherente a todo lo humano. (p. 51)

 

            Uno de los conceptos más citados sobre  el significado de la educación es el propuesto por la Unesco en varios de sus documentos según el cual educar es humanizar. Esta concepción humanista de la educación aparece en modo especial en el conocido Informe Delors (1989) que lleva por título La Educación Encierra un Tesoro y en Los Siete Saberes de E. Morin. El filósofo español Fernando Savater también se hace eco de esta definición en su obra El Valor de Educar (1997).

 

            Efectivamente, educar es humanizar. Nacemos humanos pero eso no es suficiente ni necesario. Tenemos que llegar a ser plenamente humanos y esa meta se logra solamente a través de la educación. En verdad, lo que se transmite no son los contenidos sino principalmente la humanidad, el aprender a vivir y actuar como humanos, como personas racionales, libres y autónomas.

            Muchos de los graves problemas de la sociedad se deben principalmente al olvido de esta educación humanista. En nombre de la ciencia y del progreso científico se ha ido expandiendo una racionalidad instrumental, técnica, pragmática, que mide las cosas por su utilidad práctica, por los criterios de competencia, confort, bienestar, producción y deja a una lado lo esencial que es el sujeto de la educación, la persona humana y sus aspiraciones de felicidad y de trascendencia.

 

            La noción de educación como humanización nos coloca frente al ser humano, a la condición humana, a la persona humana, para indicarnos que ese es el sendero, el camino, la razón de ser de toda acción educativa que quiera ser liberadora, auténtica, trascendente y plena de significados. El camino contrario es la inmanencia con su carga de deshumanización y de relativismo ético y moral.

 

            Educar es humanizar, significa apostar por los valores más altos de la humanidad y por las virtudes, actitudes, capacidades y potencialidades de todo ser humano independientemente de su condición económica y social. Friedrich Schiller (1990), en sus Cartas sobre la educación estética del hombre, sostenía que la humanidad es un estado del espíritu, que cada ser humano debe buscar para elevarse por encima de su naturaleza y para alcanzar lo espiritual.

 

El concepto de humanidad es así relacionado con el concepto de la Bildung, ya que sólo mediante la educación se puede acceder a la humanidad en una sociedad. Refiriendo a la idea de que el hombre lleva en su alma la imagen de Dios (Imago Dei), la Bildung remitía, en un inicio, a la responsabilidad que cada ser humano tenía para construir su personalidad en relación a esta Imago.

 

5.- Del “fenómeno” educativo a los “fundamentos” de la educación.

 

El paso del “fenómeno” al “fundamento” debe darse en la reflexión educativa para no permanecer en la sola experiencia. La reflexión especulativa debe llegar hasta la naturaleza espiritual del hecho educativo. El paradigma científico prevalece a la hora de reflexionar sobre el hecho educativo. Las “ciencias” de la educación constituyen un conjunto de saberes de carácter fragmentario. El punto de vista científico se impone sobre la vida y sobre el mundo. Este paradigma científico dificulta la búsqueda de sentido, impidiendo a la persona desarrollar su auténtica vocación a búsqueda de la verdad.

En este contexto, la filosofía debe recuperar su dimensión sapiencial de unificación del saber y del obrar humano, impulsándolos hacia un sentido definitivo. Pasar del “fenómeno” al  “fundamento” significa no detenerse en la sola experiencia sino que es necesario que la reflexión especulativa llegue hasta el fundamento, descubriéndonos la dimensión metafísica de la realidad.

Las ciencias no pueden resolver todos los problemas y es importante mostrar sus límites. Las posturas cientificistas, por ejemplo, alegan que las ciencias naturales serían el único modo válido de conocer la realidad. Pero la realidad es compleja y ninguna perspectiva particular agota la realidad. El cientificismo en la educación hace precisamente que el interés se centre en los fenómenos que pueden ser verificados y no en los fundamentos, en la finalidad, en el sentido que unifica, integra y trasciende la realidad.

Juan Pablo II (1980), lo expresa de este modo:

La ciencia sola es incapaz de proporcionar una respuesta completa al problema del significado básico de la vida y actividad humanas. Ese significado se revela cuando la razón, yendo más allá de los datos físicos, usa métodos metafísicos para alcanzar la contemplación de las causas finales y ahí descubre las explicaciones supremas que pueden arrojar luz sobre los sucesos humanos y darles sentido. (p.1783)

      Dentro del ámbito de la educación, una de las funciones de la reflexión filosófica es conseguir una síntesis de los saberes o disciplinas, superando la fragmentación. Existe el peligro de quedarse con una gran cantidad de conocimientos especializados pero sin una síntesis que permita encontrar su sentido. La reflexión filosófica contempla los problemas en sus raíces y propone una síntesis integradora.

En el campo de la educación, esta  función corresponde a la filosofía de la educación entendida no como “una gran teoría” de la educación sino como la reflexión crítica y sistemática sobre la educación de la que se puedan extraen conclusiones que permitan entender y afrontar mejor los problemas de la práctica educativa.

      Tal como lo afirma Amilburu (2014), una de las cuestiones filosóficas más importantes es qué se entiende por un ser humano educado.

En concreto, una de las cuestiones filosóficas fundamentales que han de abordarse al tratar el tema de la educación consiste en clarificar qué se entiende por un ser humano educado; porque el ideal de humanidad que se asume es el motor que pone en marcha todo el proceso educativo. Sólo después, una vez perfilada la cuestión del ideal al que se tiende, se podrán acometer con acierto los estudios relacionados con los agentes y los medios educativos, pues deben adecuarse a la promoción del ideal de persona que orienta el proceso. Y, sin duda, para acertar en la formulación de ese ideal es preciso llevar a cabo una atenta reflexión de carácter filosófico-antropológico.

6.- Metafísica y Educación.

 

En su obra Filosofía de la Naturaleza, J. Maritain (1935) distingue dos tipos de análisis para definir y establecer los conceptos: uno óntico (empirológico) y otro ontológico. En el primer caso se define la realidad según sus notas sensibles; en el segundo caso se trata de definirla mediante caracteres ontológicos. En el análisis ontológico se consideran los elementos constitutivos de una naturaleza o de una esencia inteligible, y el otro caso se hace un análisis empírico-lógico, orientado a lo observable y mensurable. El análisis empirológico se basa en el ser sensible, pero ante todo en cuanto observable o mensurable.

Al respecto de lo real sensible considerado como tal, habrá una resolución que podemos llamar ascendente u ontológica hacia el ser inteligible, en la cual lo sensible permanece siempre y desempeña un papel indispensable, pero está indirectamente y al servicio del ser inteligible, como connotado por él; y habrá por otra parte una resolución descendente hacia lo sensible, hacia lo observable como tal, precisamente en cuanto observable esto no quiere decir, ciertamente, que el espíritu deje de referirse al ser, lo cual es absolutamente imposible. El ser permanece siempre allí, pero pasa al servicio de lo sensible, de lo observable y, ante todo, de lo mensurable; se convierte en una incógnita que asegura la constancia de ciertas determinaciones y de ciertas medidas. (p.2)

En un caso nos hallamos ante un análisis ontológico, orientado hacia el ser inteligible, y en el otro, ante un análisis empiriológico o espacio-temporal, orientado hacia lo observable y lo mensurable como tales. Debemos, pues, tener conciencia de estos dos tipos de análisis conceptual a la hora de realizar cualquier investigación sobre la realidad.

La metafísica ejerce en el grado más alto del saber natural un poder arquitectónico de unificación sobre todo el conjunto de funcionamiento del espíritu. La metafísica es el único conocimiento humano que de hecho pretende ser una sabiduría y poseer profundidad y universalidad.

La persona humana es el fundamento de toda actividad educativa. Promover al ser humano, su dignidad y trascendencia se convierte en una tarea metafísica. El ser humano, definido como persona, es el sujeto de la educación. Para entender la esencia del ser humano, Wojtyla presenta una antropología dentro de su personalismo filosófico. La ética es fruto de esta visión personalista en cuanto el hombre experimenta el bien y el mal.

Toda educación implica una reflexión profunda acerca de quién es el hombre. Las ciencias nos aportan datos sobre qué es el hombre pero sólo la filosofía reflexiona sobre quién es el hombre como sujeto, conciencia, espíritu encarnado. La realización personal es tarea de cada uno y por ello la importancia de la ética como reflexión acerca de las acciones humanas y la conducción de la propia existencia hacia el bien y la virtud.

 

Algunos logran conducirse bien y logran realizar su existencia, pero otros pueden perderse en esta tarea y malograr su realización personal. El ser humano es el único que corre este riesgo existencial de elevarse o degradarse en la tarea de su realización personal. La búsqueda del sentido se convierte en una tarea apremiante para la educación en esta época de crisis existencial y de deshumanización.

 

La educación es el auxilio del hombre y su posibilidad de desarrollarse plenamente. La condición humana es falible, finita, indigente y arriesgada existencialmente. La filosofía plantea el sentido de la vida como una temática insoslayable para cada ser humano. Todo esto plantea la importancia de una filosofía de la educación que ayude a cada ser humano a encontrar el sentido de su existencia y a orientarse éticamente en medio del fenómeno del relativismo y el pragmatismo cultural.

 

Cada ser humano es único, singular e irrepetible, poseedor de una dignidad personal. Estas verdades de carácter ontológico deben tener un espacio de reflexión y acción en el ámbito educativo. La educación es el espacio privilegiado para que estos principios orientadores encuentren eco en una sociedad carente de sentido. Wojtyla nos propone una antropología que facilite la comprensión del hombre-persona a través de sus acciones. Esta visión antropológica va acompañada de su aporte denso y profundo sobre el significado del amor humano como donación.

 

Una educación para el amor significa descubrir la importancia de la donación y el sacrificio, términos desconocidos dentro del lenguaje educativo. La propuesta educativa gira en torno a la capacidad de cada ser humano de conocerse a sí mismo y de autodeterminarse. En esta visión el hombre es un todo dinámico que se revela a sí mismo mediante la acción consciente.

 

La estructura del hombre se centra en los conceptos de autorrealización y autoposesión para que cada ser humano sea conductor de su propia existencia y dueño de sus actos. Una educación que oriente a cada persona en la importancia de gobernarse y orientarse a sí mismo. En pocas palabras, una educación para la libertad y la responsabilidad. Pero también indica una dependencia a la verdad y al bien. La libertad no se realiza evitando la verdad y al bien. Al contrario, supone una búsqueda incesante de los valores perennes del espíritu humano.

 

La propuesta educativa de Wojtyla apunta a la noción de felicidad. Es una idea semejante a la de autorrealización mediante la acción. Autorrealizarse es lo mismo que realizar el bien y la verdad. Una educación personalista que apunte a la tarea de alcanzar la plenitud personal y la perfección moral. Toda educación es una perfección y el hombre es un ser perfectible. La persona debe realizarse como ser personal, con su libertad y responsabilidad mediante las acciones humanas.

 

Desde esta visión, la educación no se reduce a un proceso técnico sino plenamente humano. En este sentido, el fin de la educación es formar personas íntegras, capaces de mantener una identidad personal y ética frente a las circunstancias cambiantes. La articulación entre lo que el hombre es y lo que puede llegar a ser señala los parámetros de la acción educativa.

 

La antropología de Wojtyla implica un personalismo integral, se fundamenta en la verdad metafísica de la persona. Abarca todas las dimensiones de la persona humana en armonía unitaria y compleja. Es la realidad de un sujeto consciente y libre llamado a la autorrealización, es decir, a la felicidad. La educación es un arte porque busca que el ser humano sea artífice de su propia vida. En fin, educar para la vida, para la convivencia y la participación en la sociedad.

 

Educar para el bien. Para Wojtyla realizar el bien perfecciona al hombre realmente. El bien debe ser el fin al que tienda el hombre en sus acciones. Educar para conocer el bien, desear el bien y vivir haciendo el bien, debería ser uno de los fines más altos de la educación. Lo que perfecciona al hombre debe ser lo que le conduzca a la felicidad. Al bien que es un fin lo denomina Santo Tomás bien honesto (bonum honestum). Es el bien a lo que pertenece una dignidad adecuada. El Bien Supremo se convierte entonces en la mayor aspiración del ser humano.

Educar para la felicidad. Todos los hombres desean por naturaleza la felicidad. La felicidad es sencillamente el bien supremo. Beatitudo est gaudium de veritate afirmó San Agustín en sus Confesiones. Consiste en el gozo que recibe el espíritu por haber encontrado la verdad.

 

Educar para el amor. Para Wojtyla el amor es siempre un encuentro recíproco de personas, fundado en la actitud individual y común respecto al bien. Cuando el amor se desarrolla hasta tocar a la persona es entonces para siempre. Es el acto que realiza en el modo más completo la existencia de la persona. La educación del amor implica una sucesión de actos en su mayor parte interiores aunque expresables exteriormente, que emanan de la persona.

 

Educar para la trascendencia. Significa entender que el hombre no se agota en su materialidad histórica. Es un ser trascendente que aspira a colmar las aspiraciones últimas de su condición humana. Una educación que tome en cuenta la integralidad de la persona humana y deje abierto el camino para el encuentro con lo trascendente.

 

Educar para la autodeterminación y la autorrealización. La educación es el camino hacia la autodeterminación de la persona. Educación ética y moral significa la formación del carácter, la construcción de una personalidad ética de acuerdo a valores y normas. La autorrealización significa que la persona lleva a cabo su proyecto de vida. Que pueda realizarse como persona de acuerdo a una elección determinada por su libre albedrío.

 

 

 

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